El presidente López Obrador aseguró hace unos días desde Palacio Nacional que era necesario que indicadores económicos -tales como el PIB y el crecimiento económico- cayesen en desuso; ello en la antesala una crisis económica sin precedente, iniciada desde el comienzo de su administración y agudizada por la crisis sanitaria.

La intención del presidente no parece ser otra que transmitir a sus bases electorales el mensaje de que la caída estrepitosa del PIB no conlleva el fin de la autoproclamada cuarta transformación. Pues según nos dice AMLO -desde el púlpito presidencial- su movimiento no se dirige hacia el crecimiento del Producto Interno Bruto, sino al apoyo a los más desfavorecidos y al desarrollo nacional

Un breve recuento. Desde el consenso de Washington y el inicio de la era neoliberal de los años ochenta, los gobiernos nacionales dirigieron sus objetivos de desarrollo hacia el incremento de la riqueza nacional, es decir, del PIB. Ello, eventualmente, en ausencia de políticas fiscales pertinentes, conduciría hacia la pauperización de un sector importante de la población, pues el adelgazamiento del Estado, la privatización de empresas públicas, la reducción masiva de impuestos y los recortes en sectores estratégicos ampliarían considerablemente las brechas de desigualdad y facilitarían la crisis de los sistemas sanitarios. El índice de Gini, medidor de la desigualdad, debe ser en consecuencia complementario al PIB como indicador económico.

Tras treinta años de experimento neoliberal, economistas modernos (Atkinson, Stiglitz, Krugman, Piketty entre otros) propugnan retomar el papel activo del Estado en la economía, dentro de un marco legal de libre mercado. Conviene señalar que ello no significa, bajo ningún argumento, razonamiento o análisis, desdeñar la obligación de facilitar el crecimiento del PIB, sino de implementar políticas de Estado que contribuyan a distribuir esa riqueza. Esa distribución permitirá el financiamiento del Estado en áreas como la salud, educación, política social, entre otras. En suma, creamos la riqueza, y luego, el Estado será responsable de prever que la riqueza sea distribuida en favor del interés público.

En este tenor, lo que aseveró el presidente López Obrador no únicamente contraviene la doctrina y los indicadores universalmente aceptados de medición económica, sino que parece echar mano de medias verdades y razonamientos económicos falseados para transmitir un mensaje político-electoral en favor de su 4T. Los economistas liberales -insisto- arguyen que el crecimiento del PIB no es suficiente para el desarrollo, pero sí que es un elemento insustituible para los objetivos del Estado.

En conclusión, si bien es necesario que el Estado intervenga en la economía una vez que se ha sido creada la riqueza (PIB) sí que es imperativo que se produzca ese crecimiento. El presidente lo sabe. Sin embargo, su mensaje matinal no pretende ser una lección de economía básica ni un informe de las labores de su gobierno, sino un medio dirigido a desligar de la cuarta transformación la crisis económica que amenaza nuestro país.