Brasil está llorando la derrota que le ha infligido Alemania con un resultado de escándalo. La relación final de los números, un 7 a 1, es completamente hostil a todo sentido de dignidad deportiva, no ya de Brasil, un país con amplia solera futbolera, sino del país más rústico y chafa en esta materia que pueda existir en este planeta.

Debo decir que a mí no me ha sorprendido este asunto. Siempre fue previsible para mí en cuanto al ganador, Alemania, mas no así en cuanto al escándalo de los números. Confieso que suponía un triunfo cómodo para Alemania pero jamás imaginé esta goliza. En aval de lo que digo va de testimonio lo que dije en mi artículo pasado en este diario donde llamé la atención sobre el hecho demostrado de que Brasil es un fútbol decadente desde hace decenios; tendencia clara de regresión que lo ha llevado, con todo y Neymar, a un nivel actual de fútbol de "mierda", tal como lo califiqué en ese artículo.

Hablé de esa decadencia de Brasil porque me quedaba muy claro que, en las fechas en que México empató con Brasil, los medios nacionales estaban sobrevalorando a este país para abonar méritos no merecidos a México. Esto es fácil de lograr si consideramos que los aficionados al fútbol tienen en la conciencia coligados el nombre de Brasil y aquel viejo hecho del equipo glorioso de Pelé. Como prueba adicional de este truco de marketing político en el fútbol de este país traíamos a cuentas el hecho de que los mismos locutores de la caja loca empezaron a aterrizar un poco la realidad decadente de Brasil una vez que este país tuvo su siguiente encuentro, creo que con Croacia.  

Supongo que el escandaloso resultado de hoy nos pone ya frente a una prueba rotunda, clara, incuestionable, de que Brasil es un fútbol decadente. Y esto debiera llevar a los mexicanos a tratar de ser más objetivos para estimar de manera muy exacta el valor real del empate de la "selesión" mexicana con Brasil: valor cero. Y la enorme diferencia entre un valor cero y el valor casi infinito que los medios nacionales trataron de imprimir a ese aguado empate debe poner en evidencia otra vez y de manera muy clara la tramposa estrategia de éstos consistente en inflar los méritos de la "selesión" tricolor para ayudarse en su sempiterna tarea de transferir las coordenadas de todo nacionalismo mexicano desde la política al fútbol.

Hoy Brasil está en la tempestad del escándalo. Sabemos que los brasileños buscarán un bálsamo para el horrible dolor acusando a su gobierno y a las autoridades deportivas como responsables. Mucha razón tendrán en este punto porque ya es claro que su estructura institucional en el deporte es completamente disfuncional, no desde ahora, sino desde hace muchos años. Esa estructura tiene al edificio del fútbol brasileño tambaleándose y ya no está respondiendo a los fines para los cuales fue ideada y creada. Debe ser derrumbada y reconstruida. Sin embargo, debe decirse que los brasileños ordinarios también tienen mucha culpa en este proceso del horror "mundialístico" porque ellos han mordido voluntariamente dos anzuelos desde mucho tiempo atrás: el mito y la arrogancia.

Cuando digo mito me refiero a que ellos, los brasileños ordinarios, se han tomado como ciertas las audaces extrapolaciones y afirmaciones de medios de información, instituciones y personalidades sobresalientes del medio, en torno a que Brasil sigue siendo el gigante de siempre. Se aclara de paso que muchos de esos agentes apostaban por un Brasil favorito para ganar la copa mundial en esta ocasión. Se trata de mitos porque hablamos de afirmaciones que no tienen un correlato en la realidad y que no tienen posibilidad alguna de realizarse en la realidad futura si atendemos al deplorable estado de la estructura institucional futbolera en aquel país. Los únicos correlatos que tienen esas audaces extrapolaciones sobre el supuesto titán llamado Brasil están en la fe y en los sentimientos de la ingenua hinchada de los brasileños. Pero aclárese que, en todo esto, los brasileños ordinarios no son inocentes porque, como dijimos, ellos han mordido deliberadamente el seductor anzuelo del mito.

Ya estamos viendo en estos momentos las lamentables consecuencias de este despertar de los brasileños ordinarios a la realidad, de este ser expulsados por la verdad desde las entrañas del mito que revienta en mil pedazos para ponerlos con los pies en el suelo. Están entrañados en un trance hostil cuyos símbolos de dolor son francamente estrujantes según veo en las imágenes que van saliendo al aire: lloros, gritos, gimoteos, tirarse de los pelos, quejas, protestas, barruntos de disturbios, estampidas bajo la espuela del terror de una goliza jamás imaginada...más lo que se acumule en los tiempos que siguen. Pero si muchos brasileños ordinarios sufren este dolor no es sino porque ellos mismos han incurrido, además, en un problema de actitud llamado: arrogancia.

Es razonable que una sociedad humana que esté generando una enorme cantidad de futbolistas con nivel de excelencia guarde altas y buenas expectativas respecto de las posibilidades de triunfo de su selección en una competencia mundial. Sin embrago, cuando esas altas y buenas expectativas se tornan en certeza completa los miembros de esa sociedad están ya asumiendo una actitud de arrogancia, o la absurda creencia de que el triunfo está garantizado porque creen ser superiores y porque creen tener todo bajo control en el ámbito de una actividad determinada como es el fútbol. Y esto es algo absurdo porque están negando las cualidades de la otra parte - el oponente - y la operación de la casualidad o el azar en la vida. Pero más grave es ese vicio de la arrogancia cuando los miembros de esa sociedad siembran certezas absolutas en su selección fundados en un mito optimista que no refleja la deplorable y regresiva realidad futbolera.

Eso es lo que explica el dolor de muchos brasileños ordinarios en este momento. No se trata de nacionalismo ni de pasión por los colores. Se trata de una arrogancia multiplicada por dos y que tiene su principio en la absurda creencia en un mito futbolero brasileño que ya ha reventado en mil pedazos este día bajo siete cañonazos despiadados del acorazado Otto Von Bismarck. 

Por lo demás, y ante los hechos a la vista, creo que muchos mexicanos futboleros debieran agradecer a Robben el clavado. Y es que tal vez Robben evitó a México un marcador en contra que hubiera rebasado con mucho en nivel de escándalo al que ya vimos hoy. Si Brasil, siendo local, teniendo el peso de una tradición, y siendo un equipo que, pese a su carácter decadente, tiene algunos vislumbres ocasionales de excelencia, fue masacrado por Alemania, ¿qué hubiera pasado con México?... Dios mío... No lo quiero ni imaginar.

Apuesto doble contra sencillo a que el Piojo hoy dio gracias a Dios por estar en casita. De la que se salvó.

Y eso es todo.

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