Existen pequeños grandes registros que están describiendo al PRI como un tigre desdentado incapaz de reconstruir aquel paraíso del autoritarismo mexicano que le tocó dirigir hasta hace 15 años. También el pasado inmediato nos regala detalles alentadores que evidencian la imposibilidad de que el poder omnímodo que ejercieron los presidentes priístas está a la baja. Hoy se puede afirmar que Enrique Peña Nieto ejercerá su mandato con un poder light. Y el Congreso, para completar el cuadro trágico para el ex partidazo, deja de ser órgano legitimador de la voluntad presidencial. 

Además, las organizaciones civiles tradicionalmente hostiles que sobrepasan la línea divisoria entre la protesta enérgica y la violencia sin sentido (la que daña con furia salvaje autos estacionados al paso de sus turbas o saquean pequeños comercios de subsistencia, o golpean periodistas o incluso provocan muertes, como en los casos de Atenco y Ayotizinapa) pueden tener la seguridad que a Enrique Peña Nieto ya le dio pánico escénico desde que los estudiantes de la Universidad Iberoamericana le mostraron los dientes porque aceptó que él, como gobernador del Estado de México, utilizó la violencia legítima del Estado, para detener la escalada de violencia ilegal de los popularmente llamados Macheteros de San Salvador Atenco. 

El PRI de antes, que era envidia de todos los dictadores del mundo, tenía en cada militante un vocero, sin importar su jerarquía o posición geográfica. Los que formaban las “fuerzas vivas” si acaso se movían en lo oscurito para promoverse a candidato de un cargo de elección popular. Pero cuando se trataba de llamarlos a la disciplina, todos callaban en automático. La unidad de la Familia Revolucionaria era un conjuro que acababa con las ambiciones de cualquier aspirante rechazado. 

Los candidatos se elegían en convenciones de delegados y allí se ungía e los preseleccionados bendecidos por el señor Gran Dedo o sumo sacerdote del culto a la unidad revolucionaria. 

Antes de 1997, cualquier desliz verbal de algún funcionario priísta o, incluso, de algún gobernador, era motivo para que presentara su ”renuncia”, Hoy se vale realizar infidencias, como la de Joaquín Gamboa Patrón cuando “reveló” que la Reforma Laboral de Calderón no pasaría, porque Enrique Peña Nieto mandaría su propia iniciativa una vez que asumiera como Presidente de la República. Hoy, simplemente fue expuesto al escarnio público colocándolo como subordinado de Manlio Fabio Beltrones, quien dijo que sí se aprobaría la Reforma calderonista, aunque con algunas modificaciones. Tal cual. 

Y detrás de todo el embrollo, Enrique Peña Nieto queda como el cohetero, porque, en síntesis, se deduce que ordenó que el priísmo negoció con el panismo para apoyar la iniciativa calderonista en los puntos de la relación obrero-patronal, pero sin permitir que las bases asumieran el control de sus respectivos dirigentes. Así queda como un neoliberal autoritario, aunque eso es una parte del rostro del nuevo ejercicio del poder, porque en el fondo cedió ante el presidente saliente, ante el chantaje del PAN de hacer un frente legislativo “de largo alcance” con el PRD en las dos cámaras legislativas, donde ambos partidos, juntos, hacen mayoría.

Cuando el Estado mayor Presidencial cercó el edificio sede de la Cámara de Diputados, donde EPN rendirá su protesta como nuevo titular del poder Ejecutivo, voces del priísmo –como la de Osorio Chong y del propio Peña Nieto—, deslizaron su inconformidad con eufemismos como “yo no pedí ningún cerco” o “es exagerado”, lo que resultó suficiente para que se retiraran algunas rejas, para aplacar la ira previa del perredismo rijoso. Bastarán, pues, algunas escenas de la película que ya se saben los miembros del SME, los #yosoy132, los Atencos, o los maestros de la sección 22 de Oaxaca para abrir las compuertas de las arcas públicas y ampliar los privilegios de estos “luchadores sociales”, como gustan de autocalificarse, apoyados por medios afines. Adiós aplicaciones exactas del presupuesto. Hay que complacer a los eternos inconformes para no manchar la imagen pública de quien jura que el PRI de antes no resucitará. 

El PRI de antes legislaba al son que le tocaba el Primer priísta del país, incluso si se trataba de leyes contradictorias de sexenio a sexenio. Por ejemplo, los diputados aplaudieron de pie,. Conmovidos hasta las lágrimas, la nacionalización de la banca decretada por José López Portillo, para, en el siguiente gobierno, también la mayoría priísta se entusiasmaba de que Miguel de la Madrid había regresado la propiedad de los bancos y algunas paraestatales a “la sociedad”. Hoy, ni siquiera pudo el ex partidazo autorizar la estructura de gobierno que propone el nuevo Primer priísta. No pudo o no supo negociar con las oposiciones (PAN y PRD) que autorizaran la desaparición de las secretarías de la Función Pública y la de Seguridad, para que sus funciones pasaran a ser responsabilidad de la Secretaría de Gobernación. Antes, el PRI tenía partidos-satélite a cuyos representantes en las cámaras simplemente se les ordenaba qué decir y qué probar. 

Y luego, la confesión de Gamboa Patrón: 

“Es la primera vez en la historia que se le regatea a un presidente lo que él piensa que hubiera sido lo ideal para darle solución a los cientos y miles de problemas que tenemos los mexicanos, el problema de la seguridad nos lastima a todos y todos los días, y no tengan duda que va haber una estrategia, aun cuando funcione la Ley Orgánica vigente”. 

En este caso, el PRI exhibe su impotencia. Péña Nieto, su poder light. 

Que pronto pagó el líder del priísmo en el Senado el haber desacreditado la alianza legislativa que habían formado el PAN y el PRD. Dijo el 31 de octubre que estaba condenada al fracaso. 

Del atorón del Acuerdo por México, una especie de pacto nacional entre los partidos politicos con mayor presencia en el Congreso de la Unión, para sacar adelante las agendas legislativas de dichas corrientes políticas, promovido desde el equipo de primer nivel de Enrique Peña Nieto, se atribuye al amasijo de intereses que desgobierna el PRD, pero también la falta de visión de los negociadores priístas, que no sentaron en la mesa de diálogo a la parte del perredismo que obedece a López Obrador.