Pedro Miguel, colaborador de La Jornada, hizo pública la carta que le envió al Cardenal Norberto Rivera con motivo de las múltiples descalificaciones y agresiones verbales que la iglesia católica, en voz de padres, obispos y arzobispos, ha manifestado en contra de las reformas al Código Civil aprobadas en el Distrito Federal el 21 de diciembre, que permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo y, en su condición de casados, ejerzan el derecho, como las parejas de heterosexuales, a la adopción de menores.

En lo personal coincido con todo lo que Pedro Miguel expresó al cardenal en defensa de la libertad y los derechos de los homosexuales. En especial con dos fragmentos que transcribo a continuación:

- "Un verdadero peligro para la sociedad no es el coito entre dos hombres o entre dos mujeres, sino el ayuntamiento entre el poder religioso y el secular, porque bajo ese maridaje han florecido métodos de lucha contra lo que el Santo Oficio llamaba "el pecado nefando de sodomía", tales como la hoguera, la castración en acto público, la confiscación de bienes, el calabozo y los azotes".

- "El peligro de que un niño o una niña experimenten agresión sexual está en todas partes: en Internet, claro, y también, acaso, en un hogar formado por dos gays o por dos lesbianas; pero esa clase de violencia la hemos visto, desde siempre, en dominios de los poderosos, económicos y políticos (recuerde Ud. la red de pederastas, formada por empresarios y funcionarios, evidenciada por Lydia Cacho), en familias ortodoxas y convencionales, en escuelas públicas o privadas y también, desde luego, en casas parroquiales, nunciaturas, seminarios y conventos...

"No hay agresión ni barbarie que broten del amor, ya sea en su vertiente mística, en su manifestación familiar y de compañerismo o en su expresión erótica; la violencia y el abuso sexual derivan, en cambio, del ejercicio indebido de un poder (el del padre, el del cónyuge, el del maestro, el del guía espiritual, el del patrón...) sobre una persona vulnerable. Permítase, pues, que las familias se formen como puedan y por los caminos que sus integrantes decidan, sin exclusiones ni discriminaciones, y establézcase un compromiso verdadero contra las agresiones sexuales a menores, ocurran en donde ocurran, y sea cual sea la condición social, económica o religiosa de los agresores".

Si la iglesia católica insiste en considerar a los homosexuales como seres inferiores y trastornados, no podrá contribuir en la recuperación de la armonía de una sociedad dividida cuya descomposición estriba, precisamente, en la falta de aceptación de los demás.

Por su parte, el "gobierno" federal, de extracción panista y ultraderechista, no sólo no impide la injerencia de la iglesia en asuntos que corresponden al Estado, sino que celebra sus embates contra un sector de la población que tiene los mismos derechos que el resto de los ciudadanos. Aprovecho el espacio para desear a ustedes un año en el que la salud y la paz interior prevalezcan por encima de las dificultades.