Hace una semana escribí una columna en donde compartía mi opinión de que no habría justicia para los jóvenes deportistas asesinados en Ciudad Juárez. Una semana después una madre, Luz María Dávila, quien sufrió la irreparable pérdida de dos hijos, confrontó al completamente fuera de la realidad Felipe Calderón sobre este hecho.

Ante la mirada vacía y completamente carente de empatía de áquel que se sabe a salvo y protegido por 10, 000 gorilas militares fascistas traidores a la patria y de su "primera dama", la señora Dávila le hizo saber al inoperante Felipe que no era bienvenido en Juárez, que había cometido una bajeza y una enorme estupidez al insinuar la mentira de que sus hijos eran "criminales" -estrategia favorita de los fascistas goebbelianos región 4, de los que abundan muchos en los comentarios de SDP y en los de esta columna, por cierto- e instándolo a que buscara a los culpables hasta por "debajo de las piedras".

Claro que a Calderón, el bruto y brutal gerentillo del tristemente célebre "haiga sido como haiga sido", eso no le importará. Pero mientras en las calles de Ciudad Juárez las protestas de la población contra la violencia en Juárez desembocaban en enfrentamientos contra los puercos, perdón, cuerpos policiacos -que curiosamente siempre, junto con los "valientes" militares que sirven para apuntarnos a nosotros los civiles desarmados con armas de alto poder en los retenes, pero que defecan su ropa interior al enfrentarse a balazos contra grupos de sicarios, drogados y teóricamente peor entrenados que ellos- expresiones como la de esta madre desesperada y valiente que confrontó a la bestia fascista representada por Calderón, sirven de catarsis moméntanea y de testimonio del enorme y sangriento fracaso de la fallidamente legitimadora "guerra frontal contra el narco" (menos contra "El Chapo", deberían agregar).

Calderón, dísculpate y vete. No puedes, ni sabes, ni quieres. Lárgate ya.

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