I. La nostalgia

La añoranza no es por el pasado. Tampoco se trata de un defensa de la idea de que “todo tiempo pasado fue mejor”. En todo caso, es nostalgia por la manifestación artística alcanzada en un momento determinado, y que ha desaparecido. Afortunadamente, ha quedado registrada para la posteridad, mientras esta dure; para regocijarse aún en ella. Estoy hablando del canto clásico-popular en México y su manifestación en la radio, el cine y la televisión que durante al menos tres décadas, de los treintas a sesentas del siglo XX, se expresó como parte de la vida predominante en el país. ¿Qué quiero decir con “canto clásico-popular”?: la expresión artística de intérpretes con formación clásica de canto, operística incluso, al “servicio” de canciones que en sus voces se convirtieron en populares. No se trata de ópera, opereta o zarzuela, no: Canciones; de diversos géneros, sí.

Por supuesto, canciones de magnifica factura, no realizadas en laboratorio sino en horas frente al piano, durante semanas o meses de creación y ensayo. Canciones con magníficos arreglos y acompañamiento de orquesta. Y aunque se grababan y se comunicaban a través de los medios mencionados: radio, cine y televisión (en ese orden), tenían un proceso de gestación donde aún prevalecía lo humano antes que la industria per se.

Con el advenimiento del progreso tecnológico en los medios de comunicación, México alcanzó una próspera industria musical y artística. Actores y cantantes, incluso cantantes-actores, se convirtieron en figuras por el afortunado uso de sus voces e interpretaciones que capturaron el sentido popular de su tiempo. De ellos estaré hablando en próximas entregas, de cantantes con entrenamiento operístico que, como intérpretes de canciones, se convirtieron en populares y su obra no es sólo un legado hoy, también una nostalgia.

Entre los nombres: José Mojica, Alfonso Ortiz Tirado, Hugo Avendaño, Juan Arvizu, Jorge Negrete, Pedro Vargas, Nicolás Urcelay, Mario Alberto Rodríguez, Tito Guizar, Fernando Fernández, Emilio Tuero, Ramón Armengod, David Lama, Alejandro Algara, Francisco “El charro” Avitia,… Y no pocas mujeres (no necesariamente con entrenamiento operístico todas ellas), como Ana María Fernández, Ana María González, Lucha Reyes, Toña “La Negra”, Elvira Ríos, Carmela Rey, María Luisa Landín,… (En ambos casos, masculinos y femeninos, lector-lectora, se reciben nombres y sugerencias).

Esas figuras y sus voces concitan la añoranza, más que de un tiempo o una época (a pesar de su definida adscripción histórica), de una estética, un estilo, una expresión artística muy particular que iremos revisando: la canción popular en voces con preparación clásica, operística. Antes que nada, resulta interesante percibir cómo en ese tiempo parecía indispensable, para cantar popular, haberse entrenado en el plano clásico así fuera por breve tiempo. En algunos casos hubo intentos logrados de una carrera operística, como en Mojica. O posibilidades truncas, como en Negrete, Vargas o Avendaño, pero que devinieron en triunfos de lo popular. La mayoría, no obstante, aspiró a ese canto popular desde sus voces entrenadas; ello les traía reconocimiento y fama. ¿Cómo se manifestaron, cómo se comunicaron? ¿Qué tan afortunada fue en cada uno de ellos esa imbricación de canto clásico y popular?

II. José Pierson

Como adolescente que al salir de la secundaria iba a trabajar al Mercado Pino Suárez de Villahermosa, Tabasco, escuchaba una estación de radio que por las tardes transmitía un programa con canciones antiguas, “del recuerdo”, como suelen llamarlas. Allí conocí, de manera consistente, esas voces entrenadas clásicamente cantando boleros y/o rancheras. Por accidente, escuché alguna vez de niño a quien ahora creo identificar como Hugo Avendaño (una impresión inusual en el trópico, extraña sensación que no olvidé). Ya me había impactado antes el canto de Jorge Negrete en la película ¡Ay Jalisco, no te rajes!, que despertó pálpitos inexplicables en el pecho; el embargo de una emoción sorpresiva y desconocida.

Conocer al maestro Héctor Esteban Ferriol Pares, en el Instituto de Cultura Juárez de la UJAT, en Tabasco, me condujo más a fondo a esa música, esas canciones, esos cantantes. Influjo que se multiplicó una vez en la Ciudad de México, donde escuché el nombre de José Pierson en reiteradas ocasiones como un maestro de canto fundamental, descubridor de talentos excepcional y productor de ópera. Sus alumnos, si no habían cantado ópera (José Mojica, Fanny Anitúa, Mercedes Caraza,…) eran absolutos triunfadores como cancioneros o boleristas.

Llama poderosamente la atención que la mayoría de los cantantes enlistados en la primera parte hayan sido “descubiertos”, entrenados vocalmente y/o presentados por José Eduardo Pierson Lorta. Y algo más asombroso aún, un presidente mexicano, que fue cantante y maestro de canto también, Adolfo de la Huerta, un buen revolucionario que quiso combatir al corrupto grupo sonorense encabezado por Obregón y Calles, también estudió con Pierson (ambos sonorenses, como Ortiz Tirado); escribí sobre ello en “El presidente cantante”.

Sin la presencia de Pierson, no se habría producido ese impresionante grupo de cantantes de talento. Sin duda, su figura es de enorme importancia para el arte y la cultura en México; esto no ha sido reconocido en su dimensión. Así lo ha señalado Pamela Corella Romero, la cronista de Ímuris, Sonora, lugar de nacimiento de Pierson. Se ha valorado mucho más a sus productos, a los artistas que salieron de su estudio, de sus enseñanzas. No sólo son famosos, algunos han recibido homenajes, como en el caso del Festival Ortiz Tirado de Sonora (manejado facciosamente durante muchos años por los partidos políticos, por cierto).

La cronista de Ímuris, Corella Romero, hace una presentación de José Pierson desde su lugar de nacimiento (como post-data, ofrezco un texto de la propia cronista compartido en la página “La voz de los Himeris”):

La trayectoria y productividad de Pierson como estudiante y profesional merecen admiración. Tuvo el apoyo de su familia adinerada, pero lo usó para el bien: el arte. Para sintetizar, cito al Diccionario Enciclopédico de Música en México, de Gabriel Pareyón (Universidad Panamericana; 2007):

“Pierson, José Eduardo. (n. Hacienda El Molino, Son., 13 abr. 1861; m. cd. de México, 1957). Profesor de canto. De familia acaudalada, estudió en el colegio de Ramsgate, en Inglaterra; después en la Universidad de Santa Clara, California, donde terminó el bachillerato. Retornó a México y se dedicó a presentar obras de teatro; después estudió canto con Enrico Testa. Marchó a Italia y estudió con Vittorio de Vidal, en Milán. Al volver a la ciudad de México se dedicó a impartir clases de canto en su propia academia. En 1914, asociado con Abreu, fundó la Compañía Impulsora de Ópera, que agrupó a las figuras del bel canto en México. Tuvo numerosos alumnos de México y otros países del continente americano, que luego tendrían fama en el teatro, en el cine y después en televisión. Entre ellos están Alfonso Ortiz Tirado, Juan Arvizu, José Mojica, Pedro Vargas, Jorge Negrete, Hugo Avendaño y Mercedes Caraza. Fue asesor de ópera, opereta y zarzuela y director artístico en los teatros Arbeu, Iris, Olimpia y Colón, de la ciudad de México”.

En cuanto a la Compañía Impulsora de Ópera (1915-197), Paulina Molina ha realizado una investigación de tesis de maestría para el Colegio de Sonora, donde particulariza sobre lo que usualmente se llama “Lírica u Ópera en México” durante el período de la Revolución Mexicana. En próximas entregas iremos desmenuzando tanto la expresión artística y la trayectoria de sus alumnos con ejemplos de su canto, como las contribuciones del Maestro Pierson. Ahora bien, como se ve en los nombres de artistas enlistados, no sólo se tratará de alumnos de Pierson, también de otros que tuvieron una formación similar por rutas paralelas o distintas y alcanzaron asimismo el éxito durante esa época que comúnmente se llama “de oro”.

Va por ahora, un pequeño anticipo que da idea de lo que se habla:

1. Juan Arvizu. “Damisela encantadora”, del compositor cubano Ernesto Lecuona:

2. Hugo Avendaño. “Ojos españoles”, del alemán Bert Kämpfert:

3. María Luisa Landín. “Amor perdido”, del puertorriqueño Pedro Flores:

4. Mario Alberto Rodríguez. “Ahora y siempre”, del mexicano José de Jesús Morales Galindo:

P.d. “José Eduardo Pierson Lorta, orgullo imurense”. Pamela Corella; fragmento tomado de “La voz de los Himuris” (12-07-18).

Su padre José Miguel Pierson, de origen francés, fue dueño de un molino harinero ubicado en el Municipio de Terrenate, Sonora (hoy Comisaría de Ímuris). Tuvo la buena fortuna de que el tendido de las vías del ferrocarril que enlazó al país, obra de don Porfirio Díaz, pasara, precisamente frente a su molino harinero y por convenir a sus intereses ofreció su ayuda para procurar evitar contratiempos que retardaran la culminación de esta magna obra y se constituyó en gran apoyo para los constructores. Al finalizar los trabajos en esta región, los constructores del ferrocarril, en agradecimiento a la ayuda ofrecida por esta persona, a la estación de Bandera construida en ese lugar la bautizaron como “Estación Pierson”. Murió en Terrenate, y sus restos descansan en el panteón de esa Comisaría.

José Eduardo Pierson Lorta, nació en la hacienda “El Molino”, en la hoy Comisaría de Terrenate, Ímuris, Sonora, un 24 de junio de 1871 (en ciertas fuentes se maneja la fecha de 13 de abril del 1861, la fecha está en proceso de investigación), siendo sus padres el señor José Miguel Pierson, de origen francés y de la señora Francisca Lorta, originaria de Terrenate. Pasó su niñez en este pueblo en donde sus padres eran propietarios de un molino harinero.

Dueño de una voz privilegiada y una natural inclinación por las bellas artes, especialmente la música, aún adolescente y para cumplir el deseo de su madre de que estudiara música, se fue a Europa para estudiar con los más destacados maestros, en los mejores conservatorios del viejo continente como el Ramstage Collage de Inglaterra. Allá llegó a ser un reconocido cantante de ópera e incursionó en el teatro, usando el nombre artístico de “Mario Lorta”. Después por instancias de su madre, fue enviado a estudiar a en la Universidad Saint Claire, en Estados Unidos.

A principios del siglo pasado decidió regresar a México, y de ahí a su natal Terrenate, en donde con gran entusiasmo se encargó de construir el Templo de la Asunción de María, terminándolo en 1902, según consta en la parte superior de la puerta principal de esa iglesia y la imagen que aún se admira en el altar fue pintada por el mismo. Se dice que en una iglesia de la ciudad de México se encuentra otra imagen idéntica a esta, también pintada por el maestro.

En 1911 su familia pierde fortuna y posición durante la Revolución Mexicana y empieza a dar clases de canto para sostenerse, primero enseñando canto en el Conservatorio nacional de Música, después en su academia de canto en la que también se impartían clases de actuación (calle de Zarco No. 50 esquina con Mina, colonia Guerrero en el centro histórico delegación Cuauhtémoc, México) y años después funda la Compañía Impulsora de Ópera. Se desempeñó como el mejor maestro de música y canto del país, ganándose pronto el título de “El mejor maestro de canto de América Latina”.

Ya cimentada su fama, al ser inaugurado el Palacio de Bellas Artes en 1934, José Pierson fue maestro fundador de dicha institución. Dedicado a las artes, años después abrió su propia escuela de música en donde fue maestro y descubridor de grandes talentos como: Dr. Alfonso Ortíz Tirado, Jorge Negrete, José Mojica, Francisco Avitia, José Sosa Esquivel, Dolores del Río, Lucha Reyes, Hugo Avendaño y Pedro Vargas, entre otros. Hasta sus últimos días estuvo dando clases de canto.

Estuvo casado, pero no tuvo hijos. En 1957, murió y fue sepultado en la ciudad de México. La plaza pública de Terrenate lleva su nombre y frente al templo de la Asunción de María de ese lugar, existe un monumento a su memoria, develado en septiembre del año 2002, en el centenario de la iglesia que el construyó. La Escuela preparatoria en arte “CEDART” que se encuentra en la Casa de la Cultura de la ciudad de Hermosillo, Sonora, lleva su nombre, al igual que el C.B.T.a No. 263, de su natal Ímuris, Sonora, desde el año del 2010.

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Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo