Desde niños se nos ha inculcado el no hablar con extraños, cuyo motivo principal es promover la seguridad personal; sin embargo, esta prohibición arraigada desde nuestra infancia, tiene mucho que ver con otro tipo de circunstancias como la evolución.

Para empezar, tenemos una aberración evolutiva al conversar con extraños...

Algunas partes de nuestra psicología parecen tener una base evolutiva - que llevan sobre las lecciones aprendidas a lo largo de la evolución de las especies, las tácticas que garantizaban la supervivencia de ciertas personas sobre otras y por lo tanto parecen ser rasgos valiosos.

Los seres humanos han pasado gran parte de su historia en pequeños grupos, compartiendo recursos y protección; en ese contexto, un extraño es una amenaza válida. Los exámenes de la psicología de los primates han llevado a cabo esta teoría: en especies de primates que mantienen a los grupos pequeños, de protección, los niños muestran gran miedo a los extraños desde un principio; sin embargo, en las especies de primates donde los bebés son entregados periódicamente a adultos "extraños" como una cuestión de rutina, éstos están más relajados.

Los estudios han demostrado que el miedo a los extraños es común en todas las culturas humanas, aunque no en todas las especies animales. En algunos primates, los bebés que no están bajo la protección del macho dominante son propensos a ser asesinados, y las especies que operan en la cercanía extrema, como los monos rhesus, también matan a los extraños de cualquier edad. Quizás lo más interesante es que  los niños humanos han demostrado tenerle más miedo a los hombres extraños que a las mujeres, lo que sugiere que el miedo ha sido una evolución estratégica en el pasado.

El odio a los extraños es parte del desarrollo normal en la infancia, esto quiere decir que debido al apego con sus seres cercanos, los niños desarrollan su sentido de la seguridad y la proximidad a sus padres (sus madres, en particular), y hacerlo mal puede significar que se disminuya su capacidad para manejar las relaciones o la confianza en el futuro.

Los bebés humanos empiezan a sentirse inquietos por alguien extraño entre los 5 y 8 meses de edad, justo cuando ya son capaces de distinguir claramente a sus padres y escuchar las señales de peligro en sus cerebros cuando hay un extraño cerca.

Por otro lado, nuestros niveles de estrés aumentan con los desconocidos, por lo que nuestra empatía es casi inexistente.

Un estudio realizado en el  2015 encontró que estar rodeado de extraños aumenta nuestros niveles de cortisol, una hormona que produce respuestas de estrés, cuya consecuencia deriva en una empatía menor.

Un conjunto de estudios correspondientes sobre el tema se realizaron en ratones y seres humanos: en la primera, los pares de ratones (desconocidos y familiares) se pusieron en jaulas, a uno de ellos se le dio una descarga eléctrica. Si estaban familiarizados, el ratón fue más empático con el otro en cuanto al dolor; pero si eran extraños, este no reaccionaba de la misma manera.  De hecho, los científicos encontraron que actividades recreativas como los juegos de mesa, reducen el estrés y nos ayudan a desarrollar empatía con los desconocidos alrededor de nosotros.

Lo cierto es que no somos parte de una cultura que facilite la conversación entre extraños, por lo que la gente está a la defensiva cuando nos acercamos y les hablamos sin conocernos, ya que estamos rompiendo una norma cultural.  Aunque claro, nunca está de más tomar nuestras precauciones.

Con información de Huffington Post.