Margot Keane pinta, es una fábrica de lienzos con niños de ojos tristes, desesperados. La pintora crea estas obras casi como una penitencia, sus pequeños rostros demuestran lo que tiene en su interior la artista, ella los observa con ternura y ellos le devuelven una mirada perdida y vacía. El marido Walter Keane mientras tanto, vive entre celebridades y alabanzas, los cuadros son firmados por él, los años 50s no fueron los mejores para las mujeres. Basada en hechos reales viene esta historia de engaño y abuso ¿que tan lejos queremos llegar para obtener éxito? 

Tim Burton es un realizador que siempre ha sentido una atracción por los artistas que sufren por su arte, desde Ed Wood (el director fracasado que buscaba a como dé lugar un puesto en la historia fílmica), hasta el exquisito chocolatero con una personalidad inquietante visto como el ermitaño. Esta vez burton busca una historia de plagio, quizá un eco de lo que sintió durante los años 90s donde fue imitado hasta desgastar su original estilo. La diferencia es que en esta película el cineasta brilla por su ausencia, los encuadres y diseños estan ahí, pero el corazón y mirada del realizador están perdidos. 

Ojos grandes es una cinta que se siente como un plagio de Tim Burton siendo de Tim Burton. El estilo diluido y el guión tan poco trabajados, donde los personajes se sienten torpes y exagerados de una forma no placentera. 

El guión intenta de adentrarse en esta historia de plagio y engaño, pero también busca culpar a la pintora por permitir el crimen; al final se parte en dos y deja un producto a medias. 

Los Keane son llevados a la pantalla por Amy Adams y Christopher Waltz, dos actores que se entregaron a la visión del realizador y se llevaron el peor trato. Sus actuaciones están dirigidas de una forma extraña. La escena culminante es una caricatura de Hanna-Barbera y elimina el momentum que se buscó durante casi dos horas. 

En resumen es un filme para un público que gusta de historia de lucha y superación.