El mundo ha cambiado. La fama, la moda y la sociedad han enterrado cualquier recuerdo de Derek Zoolander, pero la aparición de selfies de celebridades imitando la pose 'blue steel' (la mirada firma de Zoolander) hace que una agencia de gobierno investigue estos hechos. Mientras Hansel y Derek intentan retomar sus carreras en el mundo de la moda moderno, y por un lado Derek intenta recuperar a su hijo que le fue arrebatado por sus fallas paternas, desencadenan, como ya es de esperarse, una serie de eventos irreversibles e inesperados.

Han pasado 15 años desde el estreno de la primera parte, se preguntarán: ¿por qué esperaron tanto para hacer la secuela? La respuesta más obvia la provee el guionista/actor/celebridad Justin Theroux. “Por que no existía una razón verdadera para hacer una secuela” pues permítanme informarles que después de ver esta nueva aventura se confirma que  aún no existe razón aparente para que exista Zoolander 2.

Las apariciones de celebridades, los ataques de cultura popular y el regreso de personajes de la primera cinta no hacen validar de alguna forma su existencia. Son contadas las ocasiones en las que el espectador se puede reír, y más extraño aún, los menos graciosos son las acciones de los protagonistas, Owen Wilson y Ben Stiller. Es el resto del elenco el que pone la picardía que mantiene a flote este muy evidente Titanic.

La adición de personajes que retratan la situación actual en la moda neoyorquina como Kristen Wiig, que da vida a Alexanyan Atoz, la magnate de la moda, y la extraña actuación de Penélope Cruz como la agente Valentina Valencia, tienen la misión de dar al filme el empujón que necesita pero todo se estropea dado las escenas apresuradas que terminan siendo inservibles.  

Conclusión: ahorrátela.