La media noche en Urdas no es poca cosa. Las estrellas se ven claramente y la luna alumbra hasta la más recóndita esquina. Dime cuantos años llevas sin apreciar lo emocionante de la naturaleza, y te diré a cuantos kilómetros te encuentras de Urdas, donde los árboles hablan, y, si les caes bien, hasta te cuentan de su historia, tu historia.

La familia de Gerardo desciende de los fundadores del pueblo; hace cientos de años, ellos le enseñaron a todos los seres vivos nativos a comunicarse como ellos. Se dice que todo empezó con la envidia de los Gonzales, quienes al pasar por esa majestuosa tierra decidieron que debía ser suya, y sacaron sus armas. Cuando los ancestros de Gerardo, por fin reclamaron el territorio de los Gonzales en la Batalla Recta, Gerardo, el primero, patriarca estimado de la familia, gritó a los cielos:

?¡Maldito aquel que intente volver a despojarnos de nuestra tierra, pues hasta el césped será testigo de su ratería!

Y fue con eso que las flores se estiraron para verlo, voltearon y comprendieron que no podían vivir nada más plantadas en su predio, esperando a que el invierno les quitara sus pétalos; su testimonio era necesario, y de él vendría su tan necesitado poder.

?Si con mi voz puedo prevenir el fuego, la usaré ?expresó la piedra primera de Urdas, Don.

La pequeña guerra no había sido nada placentera para ellas, ya que en cada pelea se bañaban cada vez un poco más de espesa e hirviente sangre humana. La sangre que se esparció desde el centro del pueblo, hasta sus límites fue absorbida con discreción y agilidad, como cuando la marea hace que las olas se despidan de la costa. Parece natural, entonces, el rumor que dice que la magia de la expresión, de la que goza todo lo que vive en el pueblo viene de aquí: de la sangre, la muerte y sus consecuencias.

Desde que era niño, Gerardo escuchaba con ansia todo lo que le contaba su mamá acerca del pueblo. Le preguntaba a los viejos sauces detalles, y ellos con gran hastío aclaraban sus dudas. Cuando la magia del pueblo empezó a parecerle cotidiana, Gerardo sabía que tenía que viajar. ¿Cómo es posible que la sinfonía de voces que suena al amanecer, le parezca aburrida? ¡Indignante! Tenía que conocer otros lugares para así poder apreciar mejor su espectacular hogar.

Acabando sus estudios en el pueblo, Gerardo empacó su maleta, consiguió un buen palo para soportarlo en el largo viaje, y se fue. Su madre estaba inconsolable, pues sabía que si su hijo regresaba algún día, no sería el mismo. A él no le preocupaba nada, quería conocer de otras tierras, otras personas, y otras culturas. Siempre le habían apasionado los cuentos y quien los contaba. Veía su viaje como un camino al conocimiento.

Pasó semanas caminando en lo que parecía un terreno abandonado. Él creía estar en la dirección adecuada, ¡había consultado todos los mapas! Pero cuando le preguntó a un par de naranjos sobre la tierra donde estaban parados, y no escuchó respuesta, supo que su viaje iba por buen camino. Las montañas que antes le parecían meros bultos, podían ser disfrutadas hoy hasta con el tacto. Sus manos se maravillaban con su superficie rugosa y tibia. Acercó su oído a la montaña, y le susurro:

?   ¿No tienes nada que decirme?

El silencio recibido fue penetrante. Tenía tantas preguntas, y nadie quien las contestara. ¿Cómo se vivía el amanecer en esa parte del mundo? ¿Le gustaría ser parte de una casa, o está feliz siendo parte de la gran montaña? ¿Qué ha pasado en este lugar y cómo llegó a estar así?

Lágrimas salían de sus ojos libremente. Gerardo, un ferviente soñador, estaba incrédulo: ¿no hay nadie aquí dispuesto a dar un poco de sangre para que hable este ser tan inmenso e importante? Se sentía tan pequeño e insignificante a los pies de éste gigante.

?Cuéntame tu historia, montaña imponente. Dime que hacer para poder satisfacerte.

En ese momento, con el sol sobre su espalda, se despidió de su madre porque sabía lo que tenía que hacer. No veía otra alternativa, si no hacía esto, nunca iba a poder regresar a Urdas con la cabeza en alto. Sabía que una gota de sangre era igual a una palabra, eso era un problema. La vida de Gerardo no sería suficiente para poder oír todo lo que la montaña tenía que decir. Antes de vaciar su cuerpo, escribió su historia, explicó sus actos al lector, con la esperanza de que tal vez sería suficiente, como para motivar a alguien a dar, aunque sea un poquito de su sangre. En Urdas tenían un dicho: sólo conociendo dónde estás, puedes vivir de verdad.