Justo cuando comencé a caer en cuenta de que jamás lo volvería a ver empezaron los problemas. Supongo que ya existían antes de que la verdad llegara a mi conciencia pero, igual que su tan agradable presencia, no los noté hasta que el tiempo consumió mi habilidad para actuar en defensa propia.

Quería gritar todos los días, a todas horas; reclamarle al mundo su presencia en mi vida. No había nadie dispuesto a escuchar. Los que decían ser mis amigos en aquellos fatídicos meses perdieron la fe en mi pronta recuperación. Era claro que muchos de ellos veían mi enamoramiento como una enfermedad, los otros lo percibían como prueba irrefutable de la existencia de ese concepto inmortal, cambiante, llamado justicia divina. Para mí era sólo una mentira. Mis sentimientos hacia él no eran más que fantasías de un corazón en búsqueda de  quién amar y que, viendo a un candidato aparentemente dispuesto, se lanzó sin arnés hacia territorio desconocido. Lo malo ?¿lo peor?? fue que en el abismo de su abandono, dejó de conocerse a sí mismo.

No sé si sea así para todos pero en mi vida los comienzos siempre han sido inocentes. Éste consistió de una mirada, apretón de manos y de uno que otro comentario sobre el clima. Eso es lo bueno de vivir en Monterrey, el clima siempre da de qué hablar.  

 

?Me han contado mucho de ti.

?Espero que las historias hayan sido mínimo entretenidas.

?Dan de qué hablar, si a eso te refieres.

?¿Ah, sí?

?Sí? no sé por qué él siempre hablaba sonriendo.

Imitando su sonrisa le dije:

?Y, ¿qué dices tú?

?Que no sabía que te veías así.

Siempre hacía que me ruborizara. Digo, no es difícil, pero aun así me hacía sentir vulnerable. Y con ese hecho resumí que jamás me podría enamorar de él, ya que cualquier relación que pasara de lo casual me despedazaría. El hecho de que pudiera saber eso el día que lo conocí no evitó mi declive hacia el amor. Es más: hoy, 35 meses después, pienso que para ese momento ya había caído, y no en ese momento, sino que siglos antes.

Lo familiar y extraño de su cara, la amabilidad y hostilidad de sus modales; ¿eran caricias o violencia? En el piso de mi habitación con años, kilómetros y relaciones de distancia entre él y yo, el pasado y hoy, estoy perdida en la búsqueda de la razón. La verdad dejó de existir con su adiós, sólo quiero algo que tenga sentido, y no lo encuentro; en cada dibujo veo un matiz nuevo frente a su figura conocida. Temo que la creación y edición de esa historia sin final sea mi pasatiempo favorito hasta el día de mi muerte.

Con su perfil en mente y mi enojo presente, no parece un futuro demasiado difícil de vivir.    

 

*La autora es estudiante de la Universidad Regiomontana.