La primera vez que soñé con matarla tenía menos de diez años. No recuerdo exactamente la fecha, sólo sé que fue antes de que conociera a Gabo, y pasó a los 10, entonces, sí: la quise matar antes de cumplir la decena. Eran muchas cosas: la manera en que se le caía el cabello de la cabeza (¡terminaba en todas partes!); cuando hablaba tenía una maña al decir la ?s? que sonaba muy feo y la hacía escupir. La veía correteando a Tosco, el bulldog, muy confundido. Yo estaba chico pero las similitudes estaban ahí: a él también se le caía la baba y el cabello, pero él era más decente y casi nunca pretendía hablar.

Mi mamá y mi tía siempre se juntaban a tomar café, sacaban sus lentes y cigarrillos y se iban a hablar al patio; me dejaban con Diana, y ella siempre quería agarrar mis juguetes. Un día le dije que no, no podía agarrar mis cosas a menos de que se lavara las manos antes de tocar algo. Así empezaron los mares, estoy seguro. Era como una llave que no tenía cómo cerrarse,  y luego se puso a gritar a todo pulmón:

 

?¡Mamá! Shebashtiaaann no me quiere dejar ushar shush colooooresh.

 

Obviamente la quise corregir y, bueno, ya ni para qué le sigo. Teníamos diferencias fundamentales, el hecho de que nuestras mamás fueran tan buenas amigas me parecía como una broma del destino terriblemente cruel. Yo era un niño muy serio, con hábitos de lectura e higiene que ella, claramente, no comprendía ni compartía. Ella era una niña muy niña y eso, hasta la fecha, no se le ha quitado. No sé si se le siga cayendo el cabello igual, pero ahora lo lleva corto, y si se cae, hasta puedo pensar que es mío. Su hermano mayor, Ulises, es un terapeuta de algo, y creo que él le ayudó a controlar las mañas al hablar.  

El tiempo ya pasó, y se supone que ahora somos personas diferentes, completas y maduras, pero Diana todavía me confunde y, de vez en cuando, la quiero matar. En mi defensa, quisiera recalcar el hecho de que la niña que más me desesperó toda la infancia y el hombre que más pendejadas me dice (también conocido como mi mejor amigo), Gabo, son pareja. Y no cualquier pareja, son de esas que todo mundo admira.

La gente cree que a mí me encanta que estos dos se vayan a casar porque, sí, yo los presenté. Créanme cuando digo que jamás pensé que todo esto fuera a llevar a aquí. Lo que empezó siendo una manera en la que pudiera estudiar a los bichos del jardín en paz, terminó por ser la razón por la que hoy todos estamos amontonados en mi jardín matando a todos los bichitos que todavía existen. Gabo parece que va a vomitar, se ve nervioso y está sudando. Le pasó las toallitas que preparé para este momento y me dice:

? ¿Crees que esté cometiendo un error?

Quiero hacer otra aclaración: desafortunadamente, jamás le confesé a Gabo lo mucho que odio la presencia de Diana en mi vida. Me parecía totalmente innecesario: sí, yo la odio, me desespera y, a veces, me da ganas de sacarme un ojo nada más para asustarla y hacer que se calle, pero si a él le parece maravillosa, pues está bien, con eso no tengo problemas.

?No, el matrimonio es una obviedad después de una eternidad de noviazgo.

?Ya sé, pero tú eres la persona que mejor me conoce, sé honesto: ¿crees que la podré hacer feliz?

Sentí que pasó una eternidad; pobre Gabo, ha de estar muy nervioso. Pero, ¿qué tipo de preguntas son esas? Yo qué voy a saber, procuro enterarme de lo menos que pueda de su relación: no es un tema que me encante, la verdad. Y aquí se pone mi mejor amigo, tan sólo treinta minutos antes de la boda, a preguntarme algo así. Estuve a punto de decirle la verdad, de contarle lo mucho que la odio, como siempre que sonríe parece que se le va cualquier semblanza de idea de la mente, la manera en la que siempre que quiere algo te voltea a ver con cara de que su oreja derecha pesa más que la izquierda y que, si no te doblegas a lo que ella quiere, se dedicará el resto del día a tomar las respiraciones más superficiales que haya visto. Creo que quiere provocarse un desmayo en esos casos.

Volteé a ver a Gabriel, y por primera vez me dio un poco de lástima. Estaba a la total merced de Diana y de lo que ella quisiera. Él era un muy buen amigo, y un excelente novio, por lo que decían los demás, y se merecía mi apoyo. Apenas iba a empezar a hablar, cuando salió la novia de la casa corriendo detrás del anciano de Tosco, el bulldog. Su vestido, enorme y blanco, ya estaba sucio de abajo; estoy seguro de que tampoco traía zapatos. Ahí fue cuando me di cuenta de que no iba a tener que fingir mi apoyo en este caso. Tenía la total confianza de que Gabo iba poder hacer feliz a alguien que con sólo tener algo a quién perseguir, iba a estar bien.