Era el tiempo quien corría más rápido de lo usual y dejaba a la pobre Violeta sin aliento de tanto ajetreo. En los bordes que encerraban a su habitación de la niñez, se acostumbró a vivir las horas en la espera de otro día, otro ciclo. Pero aquello que antes anhelaba, ahora maldecía. Le daba risa pensar en cómo había llegado a ese lugar. No le veía sentido, así que trató de recordar.

?Las cosas cambian ?le dijo a su amiga Gloria cuando dejó su trabajo?. Siento que debo buscar algo que me apasione, la oficina me agobia mucho.

--¿Y sí tienes tus ahorros, verdad? ?le contestó Gloria con una sonrisa un tanto condescendiente.

­?Obvio ?mintió Violeta con facilidad?. Sólo me durarían como un año, pero creo que es suficiente. ¿Quién se tarda más de eso en encontrar un trabajo?

La respuesta era Violeta, aunque ella todavía no lo sabía. Estaba esperanzada. Había pasado del estudio pesado de la universidad a un trabajo bien pagado pero rutinario y tedioso. Escapó en la primera oportunidad que tuvo, como le contó a su amiga. Agarró sus lienzos y pinturas y comenzó a vender el trabajo que venía creando desde su adolescencia.

El inicio de su aventura fue fácil, mucha gente cercana a ella la quiso apoyar y le compraron algunas obras. Hasta encontró un pequeño espacio en una plaza que los domingos se llenaba de artistas y familias paseando y gastando. Se sentaba en un banquito y dibujaba lo primero que veía en su mente. Por lo general comenzaba con un olor o una sensación que, sobre el resplandor de su marco vacío, tomaba forma.

?Tienes talento, ¿sabes eso? ?le dijo un extraño mientras trabajaba. Violeta lo analizó con su fija mirada y sonrió.

?Gracias. ¿También pintas?

?Se podría decir, pero me dedico a otras cosas más aburridas.

Su nombre era Tiago y desde ese día se convirtió en la razón de Violeta. Como un grande y pesado reloj de arena, sus sueños fueron desplazados lentamente para hacerle espacio a los planes de él. Y, como una hoja en blanco sedienta por algo de tinta, absorbió sus pensamientos y deseos sin medio gramo de prudencia.

Gloria estaba muy feliz por su amiga, y,  cuando empezó a portar un anillo de compromiso muy parecido al suyo, llevó a Violeta por todas las tiendas de la ciudad a buscar lo necesario para crear un hogar. Vieron televisiones, persianas, sábanas y hasta toallas. Fue hasta que llegaron a una espectacular tienda de muebles que Violeta no se detuvo a pensar.

Acostadas las amigas en una cama matrimonial, que era lo que el vendedor les aseguraba estaba de moda, Violeta comenzó a ver las paredes del lugar. Estaban repletas de cuadros, algunas réplicas famosas y, también, de otros cuadros desconocidos. Le gustó tanto uno que estuvo a punto de comprarlo. Se acercó a ver las brochadas con más detalle, cuando notó la firma.

Violeta Quintas. Marzo ?14

Habían pasado meses apenas, pero ese cuadro era tan ajeno a lo que ella estaba viviendo, que no reconoció sus propios sueños delineados dentro del marco. Pero sus colores le movieron algo que le dolió mucho. Afuera, platicándolo y llorando con una Gloria muy asustada, no encontró razón para cambiar sus planes. Sí, ella había cambiado, pero en algo que pensaba quería ser. Gloria le dijo apasionadamente:

?Mira, Leta, yo sé que has dejado de ser la persona que eras, pero yo también. A todos nos pasa. Y no es malo, mientras ames a Tiago, claro que no es malo. Es la simple realidad, reina.

Lo que decía era verdad, se lo habían advertido desde la primaria. Que si era el amor o la madurez la que nos hace cambiar. En este punto, a ella no le importaba quién tenía la culpa. Con su anillo y compras en mano, se tuvo que tragar el orgullo y seguir su día como si nada hubiera pasado. Y todo siguió como debió, pero fue el reloj el que comenzó a fastidiar.

Los años se sintieron semanas, los días, minutos y, de pronto, los cuadros con los que soñó Violeta volvieron. Y con una mano no tan joven, ni una piel tal lisa, comenzó a llenar el blanco tan claro que creó con los años.