Es altamente probable que de todas las categorías del Premio Nobel, la más polémica y debatida sea la referente a Literatura. Cada año suenan los mismos nombres y a veces el ganador resulta elegido de ese grupo, otras no, y es ahí cuando surgen las dudas en torno a los mecanismos de selección de los premiados.

Aunque subjetiva la definición de “universalidad de las letras” (principal criterio de selección por parte del comité Nobel de literatura), es relativamente fácil observar esa característica entre ensayistas y poetas, dado que los problemas y soluciones que abordan, así como las sensaciones de pertenencia a algún lugar o a alguien, muchas veces son las mismas en varias regiones del mundo.

¿Cuántos lectores sin importar su origen geográfico se han sentido emocionados e identificados al leer Cantata de Miguel Ángel Asturias?

No importa que el autor mencionado escriba dicho poema a su natal Guatemala, ya que esa descripción tan lúcida de su patria bien puede funcionar para un ciudadano ruso o senegalés, por tan sólo citar un par de casos.

Las sensaciones de emoción es probable que se maximicen cuando una tercera persona lee ese poema o ensayo; las sensaciones de emoción siempre serán las más elevadas en caso de que el lector sea del mismo origen que el autor.

Es razonable que lo escrito en el párrafo anterior no sea compartido por la totalidad de los lectores y que mi aseveración sólo se sustente en una experiencia personal y que por ende, sea cuestionable con relativa facilidad, pero a veces las experiencias aunque breves, determinan las creencias en el largo plazo.

Para tratar de justificar mi conclusión en torno a las sensaciones que da escuchar letras por parte de un tercero, debo remontarme a los años en los que cursaba la Licenciatura en Economía en la UNAM, lo cual resultó en una fuerte influenza por centrarme más de lo debido en los autores latinoamericanos, dejando de lado a otros de la misma calidad que los nuestros.

Ese escenario me llevó a no leer nunca hasta ese momento los poemas del sirio Ali Ahmad Said Esber, mejor conocido como Adonis. La única manera en como logré acercarme a él, fue a través de mi novia de aquel tiempo, que por cierto era de origen sirio también.

Ella al ser musulmana tenía hábitos que quizá no comprendía del todo por aquellos años, siendo el del velo el que mayor intriga me causaba, ya que nunca pude ver su pelo a totalidad en ningún momento que estuvimos juntos.

Entendía que en público era imposible que ella mostrara su cabellera, pero esa práctica la extendía a todo momento. Incluso al terminar de hacer el amor, recostados sobre la cama, la única prenda que mantenía era la del velo.

Al parecer la única forma que encontró para controlar mis impulsos de observar toda su cabellera era leyendo poesía; poemas de Adonis.

Te voy a leer a alguien que es muy popular en mi país, me decía ella mientras permanecíamos recostados. De un cajón ella tomó un libro del cual comenzó a pronunciar:

Cada día, el cuerpo del amante  se disuelve en el aire,  se convierte en perfume,  gira, convoca a todos los perfumes  a que se reúnan en su lecho,  cubre sus sueños,  se evapora como incienso,  vuelve como incienso.  Sus primeros poemas son sufrimiento  de niño perdido en el torbellino de los puentes,  sin saber mantenerse en el agua  ni cruzarla. 

Una vez finalizada la lectura ella cerró el libro, lo volvió a colocar dentro del cajón y se recostó junto a mí. No supe qué decir, pero su intención había surtido el efecto que deseaba, es decir, no centrarme en su velo, sino en la lectura.

Las siguientes veces después de hacer el amor volvía a tomar el libro, comenzaba la lectura justo donde se había quedado la vez anterior y se volvía a recostar sobre mí. Nunca atiné a decir nada, o quizá no me arriesgué a decir algo por el completo desconocimiento que tenía sobre las letras árabes.

Comencé a estudiar, a leer, a entender cuáles eran las referencias de Adonis para que un día tumbados ambos sobre la cama otra vez, yo pudiera decir algo. Cuando tenía ya una idea en la mente y que no me parecía débil de argumentos, ella tenía que volver a Francia que era donde radicaba habitualmente. No supe qué hacer o decir en el momento en que me decía que se iba.

Quizá si hubiera dicho algo de Adonis antes, quizá si no hubiera mostrado tanta obsesión sobre el velo, quizá ella se hubiera quedado en México. Preguntas que no tienen respuesta y que al paso del tiempo dejé de hacerme, pero que no minaron en mi gusto por el poeta sirio y llegar a la conclusión que cuando un tercero te lee lo que sea es bueno, pero que cuando ese tercero es del país de origen de quien escribe, es mucho mejor.