A él lo que más le gustaba en todo el mundo era la sonrisa de Gloria y la manera en la que sus delicados rizos oscuros adornaban su cara: su mirada era un jardín de rosas que, a veces sentía, le disparaba directamente al corazón. Cuando era hora de practicar el abecedario los sentaban a todos, niños y niñas juntos, en la alfombra de colores; él siempre se esperaba en su lugar a que todos estuvieran sentados y así poder escoger un lugar cerca de ella.

Todo el ajetreo de las canciones del abecedario y que si la vaca era amiga del pollito le pasaban como si nada; su único propósito en esa clase era hablar con ella. A veces no podía porque se había sentado muy cerca de la maestra o algo así, pero cuando si le tocaba la suerte de estar directamente atrás de ella, le picaba ligeramente la espalda y la saludaba.

?Hola? le dijo con emoción. Las manos ya le estaban sudando.

?Mario, me asustaste.

?Perdón.

?Está bien. ¿Ya te aprendiste el abecedario?

?No, pero ¿sabías que eres la niña más bonita de todo el salón?

Gloria se sonrojó, y dijo riéndose ?El abecedario es muy fácil, nada más tienes que practicarlo.

?¿Tú ya te lo sabes? ? le dijo sorprendido.

?Sí.

?Es que me aburre mucho. No tiene sentido, sí sé cuales son todas las letras. Pero, ¿para qué las quiero todas en filita? No significa nada.

Esto le causó mucha gracia a Gloria. ?¡Claro que sí! Quiere decir que te sabes el abecedario? y se atacó de risa. Ella se acercó con Paula, que estaba a su lado y le contó toda la conversación, como si Mario no pudiera escuchar.

Paula no dejó de mirarlo todo el día. Cuando era hora de que los recogieran agarró valor y se acercó con él.

?¿Te gusta Gloria, verdad?

?Claro que sí, ¿a poco a ella también le gusto? ¿Si mañana le traigo un chocolate, crees que le guste?

?No sé, sólo sé que ya todos en el salón saben que a ti te gusta.

?Pero eres su amiga, ¿no te dice nada de mí?

?Una vez me dijo que te sudan las manos.

Sintiéndose derrotado y defraudado por su cuerpo fue al baño para secarse las manos, jurando que jamás dejaría que estuvieran húmedas otra vez. Pensaba que si a Gloria no le gustaba algo, era porque estaba mal. Ella no podía hacer nada que no fuera perfecto, estaba en su naturaleza. Si tan sólo fueran más grandes y pudiera invitarla a salir a algún lado, todo sería tan bonito. Pero no, ahora todo era como el abecedario: aburrido y con un orden que Mario no entendía. Él ya quería usar todas las letras, conocer todas las palabras y hasta inventar unas nuevas, pero cuando se las decía a sus papás lo regañaban, y le decían que dejara de hablar como bebé.

Pero Mario no era un bebé, era un niño que, sentado en la jardinera de la escuela, se dio cuenta de que así como no podía llevar a Gloria a alguna parte todavía, iba a tener que aprenderse el abecedario. 

  *La autora es estudiante de la Universidad Regiomontana.