Tolerancia es esa sensación molesta de que al final el otro pudiera tener razón.

Anónimo

En el marco de la controversia pública por el conflicto entre Carmen Aristegui y MVS se han vertido torrentes de opiniones sobre la libertad de expresión y su relación con la libertad de empresa. De acuerdo a la distribución de intereses e incentivos políticos cada quien vierte su punto de vista, alimentando con ello una discusión donde nadie podría sostener que posee la verdad absoluta.

López Obrador, fiel a su estilo, decidió participar en este debate señalando que en México existen pocos espacios independientes para el ejercicio del periodismo. Desde su atalaya, el tabasqueño pontificó que en la radio sólo son libres Jacobo Zabludovsky y, hasta hace algunos días, Carmen Aristegui. En revistas, Proceso, y en periódicos, Reforma y La Jornada.

Según las etiquetas puestas arbitrariamente por AMLO, todos los demás medios pertenecen a la ?mafia del poder? y no cubren sus actividades, ya sea porque tienen miedo a las represalias o porque no quieren que parezca que ?están vinculados con nosotros?. Quienes ponen atención a su agenda son justos y honestos, y quienes critican su proceder simplemente están ?maiceados?.

El reduccionismo que se ha apoderado de muchas voces se circunscribe a reproducir una lógica maniquea, donde el mundo se divide entre buenos y malos, despreciando que nuestro país se ha venido diversificando con gran velocidad. La pluralidad creciente de los últimos 25 años se ha reflejado también en los medios escritos y electrónicos, mismos que han aumentado exponencialmente su presencia en todo el país.

Cómo ignorar, por ejemplo, que en un medio como Excélsior, que se caracteriza por su apertura y tolerancia, vertimos nuestros puntos de vista distintos columnistas y colaboradores en una gama variopinta donde se coincide y se disiente en un ambiente de respeto y libertad.

Incorporar ?etiquetas justicieras? a la actuación de los medios puede transformarse en una estrategia perversa que premia o castiga en función de un activismo que supuestamente está motivado en las causas más nobles. Esa ha sido la lógica del ?periodismo revolucionario? en regímenes autoritarios en otras partes del mundo.

Nuestra transición democrática ha podido construirse, con muchas dificultades, gracias a la contribución de muchos periodistas, columnistas y librepensadores que han encontrado en diversos medios cercanos a la derecha, al centro o la izquierda un canal genuino de expresión que incomoda a la clase política, de todos los colores partidarios, cuando ejerce su crítica.

Ahora que se debate con intensidad, particularmente en las redes sociales, el affaire Aristegui-MVS, es una buena ocasión para extirpar, por lo menos un rato, de nuestros usos y costumbres la tradición de satanizar a quienes no piensan como uno y tratar de ejercer una visión más amplia que renuncie a las etiquetas fáciles que hemos inventado para descalificar a los demás.

Llama la atención que cuando alguna voz se atreve a ofrecer una explicación alterna a las teorías de la conspiración o las tenebras del sospechosismo, inmediatamente las legiones de groupies de los movimientos radicales inician cacerías de brujas en la red, transformando Twitter en el nuevo torquemada cibernético de la cultura de la ofensa instantánea.

BALANCE

Al etiquetar a los medios de comunicación de acuerdo a los intereses de sectas, grupos, partidos o conglomerados económicos, como democracia corremos el peligro de reducir el debate público a un simplista torneo de descalificaciones que en poco ayuda a brindar a los ciudadanos elementos factuales para construir opiniones ciertas y equilibradas.

Una sociedad abierta tiene la responsabilidad de edificar equilibrios suficientes para que todos los puntos de vista puedan ser parte de las discusiones cotidianas en cualquier materia. Naturalmente, cada medio busca mejorar su situación financiera como empresa garantizando que radioescuchas, lectores y televidentes cuenten con suficientes opciones para elegir. Quien etiqueta a los demás lo hace siempre con intenciones aviesas. En el fondo es un acto de profunda intolerancia.