Se podría decir que soy incansable en la persecución de mis deseos. Cuando veo lo que quiero, es como si todo lo demás desapareciera. La pasión, el objeto y mi cuerpo se convierten en un solo elemento, y con un solo vistazo descubro dónde debo estar para que esa maldita mosca no se salga con la suya. La tengo que atrapar.

A la gente que me cuida, esto le causa mucha gracia. Tal vez no saben que saltar de sillón en sillón en cuatro patas es muy difícil porque apenas empieza la gran búsqueda y empiezan a reírse. Al principio, esto me distraía un poco, pero ya tengo años con esta gente, ya se lo que les gusta. A veces me pregunto si ellos saben lo que a mí me gusta.

En lo particular, me encantan las mañanas. Todos están en casa, moviéndose por todas partes: nunca sé a quién seguir. Cuando empiezan a cocinar sé que ahí tengo que estar pues lo olores y los pedacitos que caen de vez en cuando, son casi mejores a una buena y jugosa mosca. La comida que me ponen sólo para mí es buena también, aunque muy poca.

Una vez, una señora iba caminando en el parque y me ofreció su manzana. Fue muy amable de su parte. La sacó de una bolsita de plástico y la puso en frente de mi cara. Yo claro que la tomé, rechazar lo que a uno le regalan no es nada educado. Y los modales siempre han sido primordiales en mi casa.

?Lolo, no te hagas ahí.

?Ahí tampoco. Ve afuera.

? ¿Por qué hueles eso? ¡Fuchi! ¡Fuchi!

Al principio me costaba mucho trabajo entender lo que decían, y, cuando sí los entendía, no contradecirlos. Hubo una época donde les ladraba casi todos los días. Pero al cabo de los años me he ido adaptando, igual que ellos ahora me entienden mucho mejor a mí. Si toco la caja grande y fría que está en la cocina me dan un hielo. Y si les pido algo de comer de sus platos, a veces me dan. Creo que es como dicen: ?La práctica hace al maestro?.

Lo que más hago en todo el día es ayudar a la señora que me cuida. Si está aburrida, le agarro algo de su closet y así nos vamos a dar una vuelta por toda la casa, eso la divierte mucho. O cuando es fin de semana y se despierta tan tarde, que hasta me da hambre. En esos casos, salto hasta su cama, me subo arriba de ella y la despierto. Soy muy paciente con muchas cosas, pero con la comida no se juega: ¡ni que fueran zapatos!

En fin, mi vida en esta casa ha sido muy bonita, aunque no tengo nada con qué comparar. La verdad es que no recuerdo haber vivido en otra parte, creo que es porque estaba muy chiquito cuando llegué. Pero los vecinos me cuentan cosas, especialmente en la noche cuando los cuidadores se van a dormir. Así lo hacemos para que no oigan. No es que yo diga algo malo de los míos, pero sí que hay vecinos que se pasan.

Todos se quejan. Que si los suyos huelen feo, que si nunca los dejan entrar. Hay un vecino que dice que solamente lo tocan si se cubren la mano primero con algo. Eso me parece muy feo, si mi amigo no se baña, pues no es su culpa. Ni que fuera humano para bañarse sólo. En las noches, cuando empezamos a platicar, me siento muy afortunado de tener los cuidadores que tengo y, principalmente, de que siempre, siempre, siempre, hay mínimo una mosca cerca.