Hasta los árboles hacían lo que Paula pretendía, dejaban atrás sus tan admirados follajes para así poder comenzar de nuevo. El problema era que ella no tenía tan marcada su resolución, la cual iba y venía como una hoja tan atrapada en el viento. Intentó de todo para poder comenzar su proceso de mudanza, pero por más que hacía horarios y planes, esas cajas de cartón no empezaban a llenarse.

Después de 5 años en la misma ciudad, laborando para construir una vida, ahora tenía que dejarla y no le era nada fácil. ¿Qué pasaría con el gato callejero que a veces alimentaba? ¿A quién le tocaría escuchar a su vecino practicar clarinete a las dos de la mañana? Sentía muchos celos del siguiente inquilino del señor Ignacio, y esperaba que, fuera quien fuera, supiera distinguir la belleza del amanecer en aquel departamento.

Cuando le ofrecieron trabajo, Paula estaba muy triste. Había terminado su relación con Sergio y el luto la obligó a tomar la decisión con mucha prisa. Fernanda, en toda su naturaleza migratoria, la apoyó firme y honestamente pero, al ver que su mejor amiga se iba de la ciudad, no perdió tiempo para buscar oportunidades fuera del país, y en menos de un mes ya estaba instalada en un exótico país asiático.

Así fue como Paula acabó empacando sola todo un fin de semana. Hubiera sido un acto aburrido y tedioso, pero en cada rincón encontraba un recuerdo nuevo y viejo qué atesorar, aunque por más que avanzaba no veía el final. En medio de un mar de cinta y ropa, ella notó tres cajas grandes llenas de vasos baratos hechos de plástico y pensó que tal vez su mamá sí tenía razón: tenía ciertas características de acumuladora.

Para la tarde del domingo en el que llegaron los señores fortachones de la mudanza, Paula estaba segura de que no quedaba una sola migaja de su vida en el edificio; la correspondencia estaba en su maleta, la bicicleta ya estaba vendida y las luces de navidad finalmente estaban guardadas. Lo único que faltaba era salirse y entregarle las llaves a la vecina de abajo.

Ése era el momento que tanto intentó evitar, ese en el que ya no había vuelta atrás. Estaba segura de que si entregaba sus llaves a la persona correspondiente, ya no habría cómo retornar. Todo parecía tan ficticio hasta ese momento: cuando empacó, intentó imaginarse que estaba nada más guardando cosas. Cuando vio cómo todas sus pertenencias, incluidos los muebles, se alejaban en ese camión, pretendió que se trataba de un simple cambio de domicilio, pero entregar las llaves de su hogar sin tener las de otro lugar le causaban un miedo y un dolor profundos.

Tocó la puerta número 16 lo más quedito que pudo, pensando que tal vez, si la vecina no la oía, Paula se podría quedar con las llaves y podría evitar sentirse tan triste. Pero la señora oyó, le abrió la puerta y sin siquiera decir `buen viaje?, dejó a Paula sola en el corredor sin llaves y con una profunda pesadez.

Sin un alma de quién despedirse, tomó un taxi sin mirar atrás. Mucha gente diría que es gracioso, que así es como la recordaron los habitantes de aquella ciudad, ellos no tomaron en cuenta todo lo que sufrió para poder llegar a su destino final.