Una camiseta con un caballo pintado no parece revelar nada sobre el portador. Eso le gusta a Horacio, y por eso casi todos los días usa una. Es hermético, no deja salir ni un susurro de su vida interior, con la excepción de su gusto por aquellos majestuosos animales. Él nunca ha tenido la oportunidad de montar o siquiera tocar uno pero su sola imagen es suficiente para el joven.

A veces, va por las noches a caminar en la playa solo. Se quita los zapatos y camina por la parte durita de la arena, la que está cerca del mar. La energía de las olas en sus pies lo calma. Pensar en los enojos de Tatiana mientras siente el agua, lo hace recordar que hay tempestades más fuertes que la de su novia.

Un día, cansado de caminar, se quitó sus zapatos y se sentó en la orilla del mar, ensuciando los pantalones que Tatiana había escogido con tanta atención el fin de semana pasado. Él ya no recordaba qué le había dicho ella para convencerlo de que gastar lo que vale un carro usado en unos pantalones era una buena decisión.

 

La luna estaba muy baja esa noche; se veía grande, redonda y hermosa. Su reflejo sobre el mar tenía un efecto casi hipnotizante sobre Horacio. Veía las onditas en el agua y la manera en la que manipulaban la luz de la luna. Pensando en el sol, dueño de la luz que ahora admiraba, cerró los ojos y respiró la brisa del mar.

 

Lo apropiado hubiera sido regresar, pedir disculpas, rogarle a Tatiana; a ella siempre le gustaba eso. Necesitaba hacerla ver que no había sido su intención arruinar su fiesta. Pero ya no tenía la energía necesaria para discutir. No sabía si había sido su intención tirar las bebidas en la bolsa de la esposa de su jefe o no. Sólo sabía que la tarde estuvo llena incomodidades, empezando por la corbata que lo había obligado a usar. Dejó salir un gran suspiro.

 

?¿Disfrutando de la tranquilidad?

 

Horacio se paró rápidamente, buscando a la dueña de la voz. En el agua la encontró. Estaba riéndose. ?Perdón, no te quise asustar.

?Pensé que estaba solo.

?En la playa, sí. Yo estoy en el mar?. Sonia lo salpicó de agua sin perderlo de vista con sus grandes y verdes ojos.

?Tenía mucho sin verte.

?¿Quieres decir que me extrañaste?

?Algo. ¿Dónde estabas?

?Probando otras aguas.

?Creo que eso me hace falta.

?Uy, los pesares del amor nunca terminan, ¿verdad? Deberías quedarte conmigo, la tierra es muy aburrida.

?Me encantaría vivir contigo, Sonia. Pero, ¿cómo respiraría debajo del mar?

?Eres muy negativo. Esas son pequeñeces.

?Es mi realidad, soy humano, necesito del oxígeno. Del aire.

?¿Y si no fuera así, vendrías conmigo?

?Tal vez.

?Un día te voy a regalar un cuerpo como el mío.

?No creo que me vaya bien. Digo, el tuyo está muy bonito, no me mal entiendas, por favor. Pero, creo que la diferencia más grande entre tú y yo no es tu falta de piernas.

?No, es tu sobra de piernas. Hay bien poquita agua aquí y me estoy secando. Acompáñame a nadar.

 

Cuando Horacio ya estaba en su ropa interior, y en una parte razonablemente honda del mar, se percató de que ya no podía ver a Sonia y gritó su nombre. En menos de cinco segundos, ya estaba sonriente a su lado. Una sensación punzante en su estómago lo atacó.

?¿Estás bien?

?No, creo que me tengo que ir, Sonia.

?Pero hace mucho que no nos vemos.

?Perdón. No sé qué me pasa. Siento mucho asco y un dolor muy fuerte en mi estómago.

?Creo que es  mejor que te vayas con tu novia para que te cure.

?Es en serio, Sonia. Me siento muy mal?. Ella puso su mano sobre el estómago de Horacio. El dolor se agudizó mucho y ya no pudo seguir manteniéndose a flote, Sonia lo llevó a la arena.

?¿Qué te pasa?

?No sé, pero no puedo caminar.

?Sabes que no puedo pedir ayuda.

?Pues lárgate entonces?. Horacio estaba sudando, agarró su pantalón nuevo de la playa y lo usó para quitarse el agua y el sudor de la cara. Sonia se quedó inmóvil, nunca lo había visto así. Tenían 6 años nadando juntos y él siempre la trataba bien; hoy le parecía un extraño. Estaba temblando, su respiración estaba muy agitada; entre más tiempo pasaba, su piel perdía más color.

?Sonia: ¿sigues ahí? ¿Qué suena?

?No escucho nada.

?Sí, se oyen pisadas muy fuertes y se están acercando. ¿Quién más está en la playa?

?Horacio, no hay nada ni nadie?. Sonia comenzó a llorar, su amigo estaba viendo un punto fijo en el cielo oscuro sin parpadear, y la estaba asustando mucho ?Ven al agua. Te caerá bien?.

?Todavía no, vienen los caballos y me tienen que encontrar?. Con un gran esfuerzo, logró sentarse y con una sonrisa, comenzó a acariciar al viento ?¿Los ves? Te dije que eran hermosos. Jamás pensé que tocaría uno?.

?Bueno, ya tocaste uno? Sonia le dijo con calma ?, ahora ven para acá. Te puedo cuidar en el agua. Conozco peces y piedras que ayudan.

?A mí ya no me pasa nada, estoy aquí con un pie en el agua y tocando un caballo. Nada me hace falta. Sólo, tal vez, descansar. Me voy a dormir aquí un rato, ¿te quedas conmigo?

?Mientras no llegue nadie, aquí estaré.  

Horacio cerró sus ojos con facilidad y con alivio, descansó.

*La autora es estudiante de la Universidad Regiomontana.