En un café se quedaron de ver. Arturo estaba impaciente, sentado en una mesa en la parte de afuera del local, tomando en pequeños sorbos su café. Sobre su regazo tenía un ramo de rosas rojas que la mesa de frente y sus comensales, un par de amigas que chismeaban con sus bebidas en mano, admiraba; era un romántico gesto del obvio novio de una mujer que aún no llegaba. La imagen emanaba dulzura: un joven muchacho que esperaba con ansia a su amada para darle una sorpresa. El fuerte olor de su colonia barata delataba su nerviosismo.

—¡ARTURO!— toda la calle buscó el origen del gran sonido. Era una mujer extremadamente chaparra que corría hacia el local con su smartphone en mano. Portaba un sombrero demasiado grande para la ciudad, junto con un vestido que parecía sacado de los años sesentas. —Perdón porque llegué tarde, es que me encontré a Perla y estaba vendiendo collares. Están perfectos para Julia, ya vez que cumple años la próxima semana. Míralos, ¿sí o no le van perfecto?—. De su gran bolsa sacó otra, pero ésta de plástico y esparció sus múltiples contenidos sobre la mesa.

En su discreta entrada apenas alcanzó a darle un pequeño beso en la mejilla a Arturo, cuya mirada se iluminó desde el momento que escuchó la chillona voz de Graciela.

—Están geniales, Graciela. Siempre tienes tan buen gusto—. Casi se pudo oír el escepticismo de las vecinas de mesa.

—Aw, eres tan lindo. Gracias, Art.

Las manos de Arturo comenzaron a temblar y dijo:

—Mira, te traje esto; espero te guste— y le entregó el ramo de rosas con una sonrisa medio chueca, pero sincera—. Estaba caminando por la plaza y me recordaron a ti. Ten.

Al ver las rosas, Graciela dejó de guardar cuidadosamente los collares. No podía hacer más que ver las flores que su mejor amigo le estaba enseñando. Eran rojas, eso tenía que significar algo que ella no tenía ganas de descifrar. Con la cara color tomate tomó el ramo y le agradeció.

—Ya van varias días que tengo muchas ganas de hablar contigo. Ya sé que hablamos todos los días, pero esto es importante para mí—. Arturo sonaba muy confiado de lo que decía, lo cual la tranquilizó: si él estaba tranquilo no podía ser nada demasiado extraño. —Estamos juntos todo el día, todos los días desde hace meses y eso me gusta mucho. Me gusta mucho… pasar tiempo contigo, platicar, discutir de que si hace frío o calor. Pero bueno, hace unos días me habló Regina. Creo que quiere regresar conmigo.

—¿Vas a volver con esa perra que ni su mamá aguanta?

—No creo, la verdad.

—Pero, ¿por qué me traes flores si quieres volver con ella? Digo, es lo único que dices desde que cortaron.

—No quiero volver con ella. Yo pensé que sí, pero nos vimos y platica…-

—Espera, ¿la viste y no me contaste?

—Sí, pero ya no quiero nada con ella. Porque si tuviera algo con ella ya no te vería a ti tanto, y no quiero eso.

—Pero entonces, ¿qué? No quieres nada con ella pero la ves y no me dices y luego me traes flores, no entiendo.

—No quiero nada con ella, quiero algo contigo, Graciela.

El sonido del silencio agració su mesa. Ella no podía hablar, Arturo estaba preparado para esto, puso sus cigarros en la mesa y fue por un café. Cuando regresó, el cigarro de ella estaba a la mitad, le agradeció por el café.

—No te preocupes, Gra. Ya sé lo que piensas de las relaciones, pero no podía no decirte esto. Te quiero mucho y no quiero salir con nadie más que contigo. ¿Tú sí?

—Sí, me gusta… es divertido. Aunque no sienta nada por David, por ejemplo, me divierto. Pero no quiero que tú salgas con nadie más. ¿Está mal eso?

—No sé. ¿Entonces no te molestaría que yo saliera con Regina o Ingrid?

—¿Por qué querrías salir con ellas? No tiene sentido.

—Pues porque ni modo que me quedé aquí enamorado siendo sólo tu amigo toda la vida.

—¿Por qué eres tan dramático? Pos andamos y ya. Nada más no lo pongas en Facebook, por favor. Hay gente muy chismosa. ¿Nos vamos al cine?