Caminar por las noches en ese barrio no era algo común o seguro, pero Virgina, siendo nueva en la  ciudad, no sabía esto y, para ser honestos,  no le interesaba. Para ella, pensar su vida sin la libertad de andar donde le diera la gana era tortura, y estaba preparada para afrontar las consecuencias de su impulsividad. Aunque eso no pasaba con frecuencia. ¿Cómo iban las reacciones a tocarla si apenas actuaba, y corría hacia otro lugar?

No lo hacía con la intención de evitar nada, sólo que así solían resultar las cosas. Como aquella vez que decoró la puerta de la casa que rentaba con una imagen de cierta parte del cuerpo femenino que no se suele airear. Cuando acabó de fotografiar su pequeño proyecto, decidió que era tiempo de viajar. Empacó sus tres maletas y se fue a otra parte. Obviamente, no se enteró de lo que hizo un grupo de mujeres conservadoras con la puerta ni de la cantidad de huevos que le aventaron a la señora rentera.  

En fin, Virgina iba y venía por todo el continente sin la más mínima preocupación. El dinero necesario para sus aventuras lo había encontrado en el mismo lugar en donde nació su necesidad de viajar: en las realidades de la tragedia. Han sido éstas las que más la han marcado, aunque no se le notaba. Era muy platicadora y, con su cámara en mano, nunca faltaba quién le hiciera compañía. Sonreía bastante y su larga cabellera marrón le daba una imagen de serenidad.

Cuando llegaba a un nuevo lugar, fuera la hora que fuera, lo que ella quería hacer era caminar. Agarraba sus botas más viejas y, aunque fuera una playa, las llevaba a pasear. Ésta vez, no había arribado en un lugar tropical, era una ciudad no muy grande pero llena de gente muy gritona, los escuchaba discutir con gran interés.

En esa ciudad se suponía se encontraría con una persona de un pasado que ahora parecía muy lejano. Él también era aficionado de los viajes, fueran largos o cortos, pero había pasado los últimos 3 años aquí, trabajando en una empresa que él había creado. Era un sonriente fotógrafo como ella y se llamaba Lauro.

Decidieron verse en un lugar público y neutro. La necesidad de estas condiciones surgía de la circunstancias de su último encuentro. En corto, él había dicho cosas y ella había aventado otras. Separados no eran tan tempestuosos como esta anécdota los hace parecer. Era cuando estaban juntos que las chispas salían y los impulsos de uno se volvían las balas del otro. No había cómo saber qué tipo de relación encontrarían ahora, pero ambos querían mínimo algún tipo de cierre para ese capítulo.

?Es lindo verte?, dijo Lauro. ?Pensé que no volvería a pasar?.

?Dicen que el tiempo lo cura todo, ¿no??

?¿Tú crees eso??

Virginia suspiró fuertemente, comenzó a darle vueltas al reloj que traía en su muñeca y le contestó: ?No, pero sí que ayuda a tranquilizarse?.

?He cambiado mucho, Virgina?. Lauro hablaba muy lentamente, como si le tuviera miedo al idioma. ?Crear algo como mi empresa, me ha hecho ver muchas cosas, muchos errores que tengo?.

?Los conozco bien?, respondió Virginia con una risa. ?Son inolvidables. A veces, hasta los extraño?.

En el establecimiento, al lado de la mesa del par de creativos, había un grupo de personas muy ruidosas, era claro que eran residentes de la ciudad. Los volteaban a ver como si fueran bichos exóticos y peligrosos. Pero la pareja apenas y registraba el ruido, y las miradas les tenían sin cuidado, pues estaban demasiado ocupados jugando al amor.

?Deberías quedarte aquí unos meses. No parece, pero hay mucho qué ver?.

?No lo dudo, este lugar te ha conseguido mantener atento un buen tiempo. Más del que yo logré?. Virginia tenía los ojos brillantes, parecía que estaba a punto de explotar en lágrimas, pero las contuvo. ?Aparte, hay mucho que ver en muchas otras partes?.

 ?Pero no estaríamos juntos en otra parte?. Lauro estaba emocionado, el hecho de que ella estuviera teniendo cualquier tipo de reacción era muy bueno para él. Era cuando todo se tornaba gris y apagado que Virginia siempre empezaba a recoger sus cosas y a buscar un lugar a dónde volar. ?¿Estarías dispuesta a considerarlo??

Ella asintió con la cabeza cuidadosamente. No le parecía tan descabellado intentarlo de nuevo. Aunque ya  de regreso en el cuarto que había rentado, acostada en la extraña cama, el terror la invadió. ¿Sería que había ya viajado tanto como para haber regresado al mismo lugar? La soledad siempre fue la mejor compañera de sus lágrimas, y, con su aliento,  las dejó caer con libertad. Por el miedo a volver a fracasar, por la memoria de sus padres, por todo aquello que no había podido hacer gracias a las memorias que, por más que se alejaba, no podía abandonar.

No era el momento, no era el lugar. Así que, con una carta y un boleto más, se prometió ahora sí, viajar sin equipaje de más. Sabía que Lauro la iba a perdonar porque conocía los demonios que la acechaban, pero eso ya no le importaba. Con la cabeza en alto corrió una última vez, buscando la esperanza de un futuro sin maletas.