Conozco personalmente a Ildefonso Guajardo, actual secretario de economía del régimen priísta. Aunque me lleva algunos años de edad, es una relación de amistad de vieja data, que se remonta a la época de la preparatoria en Nuevo León. Si bien es cierto que la relación fue atenuando en el tiempo en frecuencia de encuentros en virtud de las ocupaciones respectivas en el mundo estudiantil, y luego profesional, al grado de sólo vernos por accidente y muy ocasionalmente en los últimos tiempos, la misma persistió en sincero afecto y respeto. Conozco también la política porque la mayor parte de mi vida profesional la he desarrollado directa o indirectamente ligado a la misma. Y siendo originario de Nuevo León, como es ya obvio por lo dicho, conozco perfectamente bien la política de mi estado y a sus actores principales. Traje a cuentas este antecedente personal para dejar claro que lo que diré en este apunte sobre Ildefonso tiene un sólido fundamento objetivo.

Ildefonso es un hombre con una muy buena dotación de virtudes personales: inteligencia lógica, comprensión y, sobre todo, una notable pasión por el éxito. En esto de la pasión por el éxito Ildefonso es muy consecuente y legítimo puesto que su vida personal ha sido una completa entrega al esfuerzo por la excelencia en buena lid. Y vaya que lo ha logrado: los que le conocemos sabemos que su vida ha sido trabajo coronado por honores que muy pocos han alcanzado al menos en su mundo personal. Pero la más importante virtud de Ildefonso Guajardo lo convierte en uno de esos hechos insólitos en la clase de los políticos mexicanos: es un hombre honesto. En efecto, por difícil que resulte creerlo, Ildefonso es un hombre que privilegia la honestidad, y esto se extiende incluso al mundo de las ideas, de tal forma que se puede asegurar que él tiene una disposición positiva y sincera con respecto a las ideas que le dan fundamento al programa del régimen priísta. Podremos criticar las ideas de Ildefonso en el nivel de la validez objetiva, pero no en el de su sincera y positiva  disposición hacia ellas.

Hay quienes piensan que Ildefonso es un hombre vanidoso, muy inclinado a ser servido con elogios. Sin embargo, creo que en esta parte hay un tanto de injusticia en sus críticos. Lo que yo creo sucede en esta parte de la vida de Ildefonso es que no estamos tan dispuestos a metabolizar en la interacción intersubjetiva uno los productos conductuales naturales y más centrales del hombre exitoso: la magnanimidad, es decir, la conciencia clara de los honores que uno puede merecer por el esfuerzo realizado. Cierto que esto puede ser criticado con fondo desde el plano de una ética cristiana, sufriente, pero por desgracia no es la ética de nuestra realidad pese a que si lo crean algunos. En esencia, la realidad nos indica que todos buscamos el prestigio y el honor en la vida, pésele a quien le pese.

Confieso que uno de los puntos donde encontré completo acuerdo con EPN al inicio de su régimen fue en la designación de Ildefonso como secretario de economía. Se trató de una acción con validez y bondad puesto que hacía justicia al mérito personal insertando de paso a una persona honesta en el servicio público de primer orden. Por desgracia, no puedo decir lo mismo de todos los casos particulares del actual gabinete.

Gracias a todo lo anterior, y hasta antes del suceso Ayotzinapa, nunca tuve dudas a la hora de extrapolar el futuro arribo de Ildefonso como candidato del PRI a la gubernatura de Nuevo León. Las variables importantes, significativas, conspiraban a favor de eso: el paso de Ildefonso por la cartera de economía ha ido sin sobresaltos significativos hasta el momento; sus notables cualidades personales; él mismo está preparado y mentalizado desde la juventud para ser al menos gobernador de su estado; no hay en la vida política de Nuevo León alguien con el prestigio de Ildefonso; y el PRI iba invicto en la puesta en marcha de su programa de reformas. En suma, la mesa estaba puesta para que el PRI pusiera en marcha su tradicional práctica consistente en que el presidente en turno pone a los candidatos de su partido a las gubernaturas; práctica que sigue vigente, cuando posible, pese a lo que digan los priistas.

Y si las cosas son así, ¿por qué Ildefonso no llegó a la candidatura del PRI a la gubernatura de Nuevo León? Se suman varios factores determinantes, como veremos enseguida.

Nuevo León es una comunidad muy conservadora en su cultura, muy proempresarial, lo cual le determina un perfil de preferencias políticas muy favorable al PAN. Por lo menos desde la década de los 60 del siglo pasado la historia política de este estado es una crónica del fraude sistemático del PRI contra el PAN. Pocos, pero muy pocos episodios de limpieza electoral en este estado por parte del PRI. Casi todos los gobernadores del PRI fueron llevados al poder con una combinación de fraude y apoyo mediático. Que yo recuerde, el proceso más limpio de un candidato del PRI a la gubernatura fue el de Natividad González Parás, pero esto tiene explicaciones ajenas al control priista: en este caso el fraude era técnicamente complicado porque la gubernatura y la presidencia estaban en manos del PAN. Y si el PRI ganó con Naty no fue sino porque el candidato panista en ese entonces colaboró con el triunfo del PRI con sus torpezas acostumbradas; hablo de Mauricio Fernández. Ahora bien, con excepción de Alfonso Martínez Domínguez, el resto de candidatos priistas fueron personajes prácticamente sin alguna legitimidad carismática entre la población, desconocidos a los cuales se les tuvo que construir una legitimidad carismática con el apoyo alquilado de los medios. Y esto no tenía mayor problema para el PRI por lo que ya dijimos antes: cualquiera que fuera el punto de arranque en cuanto a legitimidad carismática, el proceso electoral para el PRI tenía que pasar necesariamente por el fraude y el apoyo mediático. De esta forma, no existía problema alguno en postular a la gubernatura a un perfecto desconocido.

Pero esto no es solo historia, amigo mío, es también realidad actual. El dato que nos permite probar esto lo tenemos en el mismo Rodrigo Medina, actual gobernador: un hombre desconocido y mediocre, y cuyo fuerte no es precisamente la simpatía, que fue llevado al poder al menos con el recurso de una intensiva campaña mediática. Y podemos ir por más datos duros que confirman esta realidad como actual. Me refiero, por ejemplo, al caso del candidato del PRI al municipio de Monterrey: Adrián de la Garza. Una persona sin la menor legitimidad carismática y con muy poco expertise político, al cual el recurso del discurso le está tan negado que no sabemos hasta ahora si habla. ¿Su virtud para ser candidato a alcalde de Monterrey?: ser amigo de Rodrigo Medina.

Sentado lo anterior, creo que al lector ya le quedará claro que es absolutamente increíble el argumento que el PRI atravesó para explicar la renuncia a postular a Ildefonso Guajardo como candidato a gobernador: no tiene popularidad y no garantiza un triunfo. En esencia, y si se atiene a lo dicho, Ildefonso está en la tónica de las prácticas de rutina del PRI, de tal forma que esto no se puede creer. Hay una realidad oculta más allá que explica esta retirada del régimen en Nuevo León.

EPN perdió en Nuevo León en la elección presidencial frente al PAN. Este partido se sirvió con la cuchara grande en votos, lugares en el congreso y municipios importantes. Esto no es nuevo, no fue un hecho insólito, el PAN tiene prácticamente monopolizados los municipios metropolitanos más importantes desde hace varios trienios, especialmente San Nicolás, San Pedro y Monterrey. De ese momento a la fecha, y por influjo de los escándalos de Ayotzinapa y la Casa Blanca, el PRI ha reportado un gravísimo retroceso en credibilidad; digo, si no es retroceso grave que el 85 % de los mexicanos no le crean al PRI y a EPN, entonces no sé qué diablos es un retroceso. Tome ahora esos datos gruesos, que son realidades, y haga extrapolaciones mesuradas o conservadoras sobre la situación actual de las preferencias electorales en Nuevo León. Le garantizo algo: su escenario más posible es que el PAN gane las elecciones para la gubernatura de Nuevo León. Esa sería la mejor y más razonable apuesta, y por mucho.

Sin embargo, y extrañamente, las más recientes encuestas sobre el proceso electivo en Nuevo León son paradójicas porque contradicen estos datos de la realidad y nos dicen que la mejor apuesta es la menos razonable según dictan los datos acumulados en la historia de la realidad política del estado: el PRI va a la cabeza por unos cuantos puntos, nos dicen las encuestas. Y son estas encuestas paradójicas las que el PRI ha usado para justificar la designación de Ivonne Álvarez bajo el argumento de que es la única persona que asegura un triunfo al PRI en ese estado...

¿Es creíble esto? ¿Es posible que Ivonne tenga el poder carismático para revertir la historia política reciente del PRI en ese estado?

Mire, puedo decirle que lo único que recuerda la gente de Nuevo León sobre Ivonne son las siguientes cinco cosas: que fue una locutora grupera del montón, que hizo un pésimo gobierno municipal en Guadalupe, que su administración municipal fue escenario de una tragedia humana en la Exposición, que muy a duras penas ganó un puesto en el senado, y que nunca se ha parado ante sus electores. En realidad, hasta antes de que empezara este show mediático de las elecciones, nadie en Nuevo León se acordaba de Ivonne y a nadie le interesaba su paradero y modo de ser en el senado. Y supongo que la mayoría sigue en la misma situación con excepción de los medios que la están promoviendo.

¿Es creíble que una persona con esa mala percepción entre los ciudadanos ponga al PRI a la cabeza de las preferencias en un estado con natural inclinación panista, con tendencia panista actual, y en medio de una debacle priista mayúscula por Ayotzinapa y la Casa Blanca?...Al responder por mi cuenta a lo anterior llego de paso a la razón más verosímil sobre el "misterioso" retiro de Ildefonso Guajardo.

Yo no creo todo eso que se dice de Ivonne. Necesitaría estar chiflado para apostar contra la realidad y lo razonable. Creo, sí, que la verdad verdadera para el PRI, la que no se publica en los medios, pinta francamente ruinosa para el régimen peñista en Nuevo León frente al PAN. Tan ruinosa es su situación, que el régimen no la ve segura ni apostándole al fraude y al apoyo mediático. Y creo que es por esa tremenda incertidumbre que no decidieron apostar a su mejor activo en esta batalla: Ildefonso Guajardo. Sabían que las probabilidades estaban en contra y que exponían a un buen elemento a un desgaste inútil, que podía reportar a la par un desgaste a la imagen del régimen nacional. De ahí es que decidieron la retirada en Nuevo León y abandonar a Rodrigo a su suerte. Por lo demás, esto me suena razonable porque parece que el régimen actual no ha querido meter las manos en la escandalosa situación de ese estado desde su inicio, y cuya raíz del mal radical se remonta hasta la desastrosa administración de Naty. Pero sí alguien me dice que sí es cierto lo de Ivonne, que sí gana, entonces yo le solicitaría a ese alguien que propusiera a esta mujer para presidente del país por cuanto ha logrado lo que EPN no ha podido lograr en medio de esta gran crisis política: convencer.

Alguien podría decir que mis proposiciones se derrumban frente a los resultados de las encuestas más recientes en torno al proceso electoral de Nuevo León. Pero con mucho dolor, a ese alguien tendría que aclararle que se equivoca por lo siguiente:

Fuera de las personas directamente implicadas en la realización de encuestas electorales, nadie tiene garantía de su validez y legitimidad. Bajo cualquier título, y para todos los efectos posibles, nuestro único recurso frente a ellas es la creencia o la duda, es decir, la disposición positiva o negativa respecto a sus resultados, lo cual no implica garantía de validez y legitimidad. Y ya en este punto, nadie tiene fundamento alguno para cuestionar el derecho de algunos a dudar de esas encuestas, como tampoco existe forma de cuestionar el derecho de algunos a creer en ellas. Podremos persuadir sobre la validez de una encuesta, pero jamás probar y convencer. Sobre esta base de método, y en lo personal, siempre prefiero dudar de toda encuesta, lo cual significa que siempre privilegio el análisis de la realidad que yo percibo y que puedo validar con mis pruebas directas. Toda encuesta paradójica me resulta muy digna de duda.

Y eso es todo.   

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