En Mirreynato. La otra desigualdad, Ricardo Raphael logra que el lector se refleje en un espejo roto y percudido que en los primeros dos capítulos sólo describe las penosas acciones de jóvenes cuyo único ?mérito? reside en contar con la fortuna de sus padres o abuelos.

Sin embargo, la pena ajena se transforma en pena propia cuando a partir del tercer capítulo, el autor describe con la claridad incómoda propia de sus libros, los niveles de discriminación que existen en México y que la mayoría ha llegado a considerar ?normales?.

¿Cómo juzgar la paja en el ojo ajeno sin considerar la viga en el propio? En mi opinión, ese es el meollo del asunto y para sostener mi afirmación, le contaré una anécdota que me vino a la mente mientras leía el trabajo de Raphael.

En una ocasión, al inicio del ciclo escolar, pedí a mis niños de sexto grado que se presentaran uno por uno, ante sus compañeros. Tenían que decir su nombre, edad, juegos favoritos y qué querían ser cuando crecieran. Esta estrategia es muy divertida, pero también muy reveladora.

Entre las respuestas que los niños dieron acerca de sus expectativas cuando fueran mayores, destacaron: ?casarme con Galilea Montijo?, ?tener una camioneta como la del presidente municipal?, ?ser presidente municipal? y ?tener guaruras?. Cabe señalar que en todos los casos, mencionaron además ?ser rico?, ?tener mucho dinero? y ?ser muy importante?.

Si ponemos atención, las frases que inician con ser, se refieren a tener y hacen referencia a gratificaciones inmediatas que se relacionan con el ego, la ostentación y los estereotipos.

Por eso, Raphael tiene razón: Mirreyes somos todos, en mayor o menor grado en tanto centremos nuestras expectativas en estímulos externos que provienen de cualquier tipo de fuentes ?el origen de los recursos, es lo de menos-, excepto de la cultura del esfuerzo y el respeto a sí mismo, a su familia y su comunidad.

En el caso de las niñas, las respuestas fueron parecidas: ?casarme con Justin Bieber?, ?salir en la TV?, ?ser como Anahí?. Sin embargo, una de ellas me sorprendió por el detalle con el que había pensado en su vida futura: ?Yo quiero casarme con un hombre millonario, pero que sea güero, maestra, para que mis hijos salgan bonitos (sic) ah, pero tiene que estar guapísimo y quererme mucho?, dijo.

Cualquier parecido con el guión de una telenovela con altos niveles de rating, no es pura coincidencia y así lo afirma Ricardo Raphael, cuando hace referencia a la cruel falacia que encierran las historias de la cenicienta en pleno siglo XXI.

En realidad, ?los de arriba?, no se relacionan con ?los de abajo? porque el elevador que comunica los diferentes niveles, está descompuesto debido al grave problema de discriminación y abuso que padecen los menos afortunados.

Profesores y padres de familia, deberían tener ?Mirreynato. La otra desigualdad?, como material de referencia al educar a hijos y alumnos en los márgenes de lo que una sociedad profundamente discriminatoria considera normal.

¿Qué diferencia a un sicario, un funcionario público o un científico si ambos están dispuestos a matar ?o dejar morir- con tal de conseguir riqueza y poder? Me vino a la mente la serie breaking bad. Ese es otro aporte de la obra de Raphael: las referencias ?tristemente- sobran. Son ejemplos contrarios los que faltan.

Y es que mientras todos quieran ?queramos- lo mismo, seguiremos teniendo la misma sociedad, con el mismo elevador , donde se culpa al botones de todos los desperfectos del edificio, mientras los condóminos de cada piso siguen peleando entre ellos en lugar de ponerse de acuerdo para arreglar el problema y vivir en una estructura mejor y más justa, sin entender que este entendimiento repercutirá en los niveles de bienestar de sus familias.

Para pasar del ejercicio ontológico a la praxis epistemológica, la obra de Raphael es indispensable. Cómprela y mejor aún, regale una a algún amigo o familiar que esté perdiendo la batalla contra el Mirrey que todos llevamos dentro. Yo ya tengo el mío J

¿Usted qué opina, estimado lector?

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