Actos tan trágicos como heroicos en respuesta a actos negligentes: esa sería la definición más objetiva que encuentro al fallecimiento de las otrora enfermeras Mónica Orta Ramírez y Ana Lilia Gutiérrez Ledesma, quienes laboraban en el Hospital Materno Infantil de la delegación Cuajimalpa, Distrito Federal, el mismo que se vio vulnerado el pasado jueves 29 de enero tras una explosión provocada ?todo apunta? por un desperfecto en la manguera de una pipa que surtía de gas a dicho nosocomio.
Dudas al por mayor es lo que queda con referencia a la conflagración citada, pues se tiene conocimiento de que hubo por lo menos 15 minutos de margen para evacuar el centro de salud luego de haberse reportado al Cuerpo de Bomberos de la Ciudad de México una fuga de gas, descargándose de facto un grado de responsabilidad mayor a los encargados de establecer protocolos de emergencia cuando uno de estos imprevistos ocurre. Y luego debería venir la indagatoria y el consecuente establecimiento de culpabilidades por el fallecimiento de cuatro personas (incluidas las enfermeras), dejando claramente como principales señalados tanto a la administración del hospital como a los responsables del mantenimiento de la pipa de gas.
Sin embargo, la irrefutable condición de corruptela prevaleciente en México nos revela que, al cierre de esta columna, sólo se tiene a un detenido, el operador que transportaba la pipa, y el asomo de la empresa gasera sobre un supuesto seguimiento al caso, esto de acuerdo con lo que explica la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF), instancia a la cual compete llevar a cabo las pesquisas.
No se requiere ser un sesudo analista de la política nacional para prever que el caso habrá de diluirse, quizá con un chivo expiatorio al cual se le cargue la mano en términos «jurídicos», tal como ocurriera ?por ejemplo? con otra tragedia aún sin respuestas: aquel incendio acontecido en el año 2009 en la ciudad de Hermosillo, Sonora, cuando 49 niños perecieron al interior de la Guardería ABC, brillando en este caso (como en otros tantos) la justicia por su ausencia.
El aplauso, el reconocimiento y todos los honores para las trabajadoras del sector salud que, a cambio de sus vidas, salvaron a los recién nacidos; ilustrísimas doña Mónica Orta Ramírez y doña Ana Lilia Gutiérrez Ledesma quienes, con el mayor de los profesionalismos, hicieron lo que les correspondía hacer, incluso a pesar de que han dejado huérfanos de madre a sus correspondientes hijos. Insultos, señalamientos y el mayor de los desprecios, más que a los responsables de la fatal explosión, a aquellos que encubren actos criminales en nombre de la corrupción.
Dada la mencionada realidad, me cobra mucho sentido aquella reflexión que le escuché decir al inconmensurable literato argentino Ernesto Sábato (1911-2011) quien, citando al célebre filósofo y matemático francés del S. XVII Blaise Pascal, afirmó que «el hombre es un gusano y es un héroe; el hombre es una porquería y es una hermosura; el hombre es un ser trágicamente dual; es la suma de las imperfecciones y de las perfecciones».
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