En el ejercicio de la política hay que aprender a lavarse las manos con agua sucia

Jesús Reyes Heroles (1921-1985) Político, jurista e historiador mexicano.

 

En los primeros dos años de gestión del Presidente de la República he podido constatar el gran desgaste político que éste se ha llevado por decisiones gubernamentales y por escándalos que involucran a su familia por propiedades de un alto valor económico a cambio de favores vía licitaciones de obras públicas millonarias a contratistas que fueron parte del patrocinio de su campaña presidencial.

México es un país que si bien no nació sí se construyó bajo un sistema presidencial, para luego deformarse y convertirse en un sistema presidencialista.  Muy lejos estuvo el esquema planteado por Hamilton en El Federalista sobre la figura presidencial y su respectiva división de poderes para la existencia de un equilibrio entre éstos.

Los vencedores de la Revolución adoptaron y adaptaron una Constitución acorde a su visión, acorde a la visión de los vencedores sin la búsqueda de un pacto político con los vencidos.  No hubo cabida para aquellos que disentían de su ideología política.  Venustiano Carranza se ocupó bien de que se le dotaran de facultades para hacerlo lo suficientemente fuerte pues el momento y la coyuntura ?de acuerdo a su visión- la requería.  Con el devenir de los años, las facultades constitucionales no serían las únicas que tendría el Presidente, sino también otras que iban más allá de las que la propia Constitución le otorgaba: aquellas a las que Jorge Carpizo llamaba las facultadesmetaconstitucionales

 El poder del Presidente llegó a tal magnitud que en su persona recaía el destino y rumbo del país, literalmente.  Decidía quién iría al Congreso como legislador, nombraba candidatos a Gobernador, Presidentes municipales, ministros, hacía uso discrecional del presupuesto, dirigía los destinos de PEMEX, de los recursos naturales, de la CFE y hasta llegó a ser la máxima autoridad agraria en el país.

Los ademanes, las miradas, las salutaciones, la reverencia y la satisfacción del ego personal del mandatario era el repertorio en cada mitin político hacia donde se dirigía la caravana presidencial.  Una mirada, una sonrisa o un saludo del Presidente valía tal vez más de lo que hoy costó la casa blanca a Enrique Peña Nieto.  Los informes presidenciales eran catalogados como fiesta nacional, era el día del Presidente.

Hay, por lo menos, tres fechas importantes que marcaron o sentaron las bases del presidencialismo mexicano.  La primera fue en 1917, cuando los constituyentes optaron por una presidencia fuerte, dotándola incluso de facultades por encima del Congreso, puesto que se creía falsamente que éste representaba un obstáculo para los objetivos de la Revolución.  Carranza mismo defendía esa postura.

La segunda fecha fue en 1935, cuando Lázaro Cárdenas, luego de expulsar del país a Plutarco Elías Calles, agrupó a los sectores corporativos del país y los integró en un solo ente, en un partido de Estado.  La Revolución se había institucionalizado y el poder del Presidente había pasado a uno individual pero con matices sistémicos, es decir se establecían reglas no escritas para quien detentara la Presidencia.  De ahí en adelante, la figura del partido de Estado crecía y se consolidaba.

El tercer momento histórico llegó en 1988, con las elecciones presidenciales.  Fue en aquel momento en que el presidencialismo vio seriamente amenazado su status quo ante la competencia de una oposición más organizada que a la postre fue factor de cambios importantes en el país: las elecciones locales de 1989 en Baja California donde por vez primera un candidato de oposición gana la gubernatura, por ejemplo.

Sin embargo, hubo otros momentos importantes en la vida política de México que marcaron un acotamiento al poder presidencial, como la reforma electoral de 1977.  La reforma constitucional que reconocía la figura de los partidos políticos, acompañada de un nuevo esquema de representación en el Congreso de la Unión, permitió salir del ostracismo a los partidos de oposición y empezar a conquistar espacios públicos. 

Tras la llegada de Carlos Salinas al poder, como producto de una elección muy cuestionada y con la presión de la oposición, el futuro de los procesos electorales dejaría de quedar en manos de la Secretaría de Gobernación para dar paso a la institucionalización de los comicios.  Con la creación del Instituto Federal Electoral (IFE, hoy Instituto Nacional Electoral, INE) y posteriormente con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), la presidencia cada vez más perdía espacio de dirección.  Había, pues, prácticas que seguían vigentes pero éstas cada vez costaban más trabajo aplicarlas.

La presidencia de Ernesto Zedillo representó no solo un parteaguas en la historia del presidencialismo mexicano al sentar las bases de un cambio en la praxis del ejercicio del cargo (los días del Presidente llegaban a su fin), sino que representó el gobierno que daría transición y cambio para la llegada, luego de 71 años ininterrumpidos, de un partido distinto al PRI.

Los gobiernos de Fox y posteriormente, de Calderón, abrieron la ventana a un nuevo orden político.  El presidencialismo vio mermada su tradicional presencia y por vez primera en muchos años, la separación y equilibrio de poderes comenzaba a ser una realidad.  Tuvo que pasar también diversas reformas para que tanto el legislativo como el judicial, ejercieran sus roles.  En el caso del judicial, los ministros ya no eran puestos y quitados a gusto del Ejecutivo.  Resolver controversias entre el Ejecutivo y el Legislativo, así como entre las entidades y los municipios, fueron otros ejemplos de un fortalecimiento en las atribuciones de dicho poder.

El decálogo de reformas que presentó en 2009 Felipe Calderón al Congreso marcaría una nueva etapa en la mecánica de la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo, así como nuevas reglas en el sistema electoral.   La reelección, la iniciativa preferente, las candidaturas ciudadanas y la segunda vuelta en la elección presidencial, fueron temas de amplio debate.  Al final, el resultado generó el fortalecimiento en las atribuciones tanto del Ejecutivo pero también parar los propios partidos políticos. 

El Pacto por México, firmado durante la administración de Enrique Peña Nieto con el PAN, PRI y PRD, dejaron, desde un particular punto de vista, dos claros mensajes políticos: los partidos políticos estaban imponiéndose al Presidente y, dos; solo hay 3 partidos en el país que deciden el rumbo.

Hoy, la pregunta a responder es: ¿hacia qué sistema político está dirigiéndose el país?  Diversas opiniones difieren en sus respuestas; por un lado, se piensa que es hacia un sistema semiparlamentario, otros que avanza hacia un sistema de partidos pero con restricciones, y no se descarta la idea tampoco, de que el presidencialismo retome su poder de antaño.  Lo cierto de esto es que el poder del Presidente cada vez se limita más, se cuestiona más y se respeta menos.  Los partidos políticos están ascendiendo en atribuciones y comienzan a tejer ?mediante alianzas- nuevos cambios que sin duda les beneficia.  Es importante observar que los tres partidos más representativos en el país hoy atraviesan serios conflictos de credibilidad.  Habrá pues, que establecer controles y equilibrios al rol que hoy los partidos están ejerciendo.  El Pacto por México fue el mejor ejemplo de que quienes determinan el futuro del país son los partidos políticos, no el Ejecutivo, al menos no solo él.

 El tintero.

Si la opinión pública tiene en muy mal concepto a los políticos, lo siguiente viene a abonar a la causa: Cuauhtémoc Blanco se registró como precandidato a la alcaldía de Cuernavaca y la ex capitana de la selección mexicana femenil, Iris Mora, hizo lo propio para buscar una diputación federal en Quintana Roo.  Ambos, junto con Ana Gabriela Guevara, Carlos Hermosillo y Fernando Platas, son de los experimentos para atraer votos de la ciudadanía, escudriñándose éstos en que los políticos no son de fiar y que solo uno que no lo sea (o sea ellos) podrán ayudar a la gente.  Lo extraño del caso es que fueron políticos quienes los impulsaron y les abrieron las puertas para postularse.  De ser congruentes habrían buscado la vía de la candidatura independiente.  A todos ellos los admiro por su trayectoria deportiva, pero entrar a la política creo que no ayudará al país a solucionar sus problemas.  Hago hincapié en que debe apostarse por la profesionalización de la política, no la deportivización.