Nadie sabe de qué vive ella, parece que no trabaja, que no hace nada en todo el día más que salir de vez en cuando y regresar toda enlodada. Lo que ellos no saben es que Dinora se ocupa de hacer crecer a cinco árboles, mismos que están esparcidos por toda la ciudad. No le molesta ir de aquí a allá cargando tijeras y bolsas de fertilizantes, algunos hechos en casa y otros comerciales. Lo que quiere es ver a esas semillas dar frutos. El favorito de Dinora se encuentra en un terreno por la carretera y, según ella, es especialmente sensible a sus cánticos.

 

Hace un año plantó a su muy apreciado ficus carretero, como le escribe en sus cartas. La gente que vive por el terreno la saluda como si fuera vecina de verdad. Creo que verdaderamente aprecian mi ficus. Una mañana de temprana primavera, mientras Dinora atendía a su favorito, llegó una niña de un pueblo muy cercano a aquel terreno.

 

?¿Por qué le das de comer a la planta?

?Porque si no le doy yo, pues se va a morir.

?¡Ah! Eres como su mamá. Eres mamá de una planta.

Esta aseveración le pareció muy graciosa a Dinora. ?Cuando era niña, me decían mamá verde.

?Pero tú no eres verde, y ese árbol no se parece a ti.

?Ya sé.

?Mi hermanito siempre huele a popó, igual que tu árbol.

?Pues está chiquito, como mi árbol.

?Mi perro está más chiquito que mi hermano y él no huele a popó.

?¿Quieres que huela a popó?

 

Y así siguió su plática. A Dinora no le molestaba la compañía de la niña: era tranquila aunque hiciera muchas preguntas. El día que le enseñó su canción para el ficus, la niña se quedó hipnotizada con la misma. Le imploraba a Dinora una y otra vez que la volviera a cantar. Ya cansada le dijo que si tanto le gustaba, que la cantara ella. Fue su peor error. La niña la acompañó a visitar a sus otros árboles, y todo el camino cantó la canción. La gente del camión la veía más raro de lo normal.

 

Al final del día, al subir las escaleras del edificio donde vivía, se encontró a su vecina, Paula. Ella la saludó con cigarro en boca, como si hablaran todos los días:

?Vecina, la andaba buscando.

?¿Qué pasó, Paula?

?No, pues, ya ves que estoy soltera? Salí con un muchacho muy lindo, demasiado joven para mí, pero pues, se encariñó. Y me dejó una maceta con un arbolito bien chistoso. Yo sé que a ti te gustan mucho esos. La verdad no sé que ?tipo? sea, pero se ve rete lindo. Ya te lo dejé ahí en frente de tu puerta, con maceta y todo, claro. Cuídelo mucho, vecina. Ahí se ve.

 

Y así se fue, contoneando su cadera, dejando su maceta y el humo del cigarro. Dinora se acercó a ver la planta con mucha curiosidad, y se dio cuenta de que Paula tenía toda la razón: era un árbol bien joven y muy bonito. Le gustaba cuando llegaban así nuevos arbolitos, y rápidamente empezó a buscarle un hogar en el directorio de su cabeza. En menos de cinco minutos ya tenía el lugar ideal; pero iban a tener que pasar varios meses de cuidados intensivos para que ese árbol estuviera listo para ser plantado.

 

La mañana siguiente, la niña fue a visitar al ficus, esperando ver a Dinora también, pero no estaba. Ella se sentó a su lado y le empezó a cantar. Pasaron las horas, y la mamá verde no llegaba. Así que fue a su casa a buscar agua, tomándose su tiempo. Estaba segura de que había hartado a Dinora ayer y por eso no había regresado. Muy triste, regresó con el ficus y le siguió cantando. Todos los días volvió con él, esperando verla a ella también. Hasta que meses después llegó. La niña la vio desde lejos, estaba frente al ficus, acariciando sus hojas y cantándole. 

 

?Te estaba esperando, Dinora.

?¿Para qué? Ahora tú también eres mamá verde.