Como si todavía estuviera el horno para bollos en la grilla electoral, la semana pasada el ex presidente Felipe Calderón ofreció una entrevista al diario El Financiero, en la que afirmó que considera entre sus opciones ?ver si es posible construir otra opción política? pues, ?tal como está? el PAN no es útil para lo que fue creado, ya que ?denuncia-  cerró las puertas a los ciudadanos y está ahora puesto a trabajar en función de intereses de grupo.

 Más allá de los méritos y de la calidad moral ?o la falta de ella- del ex presidente para criticar un proceso de transformación del que él fue protagonista y responsable directo, en especial durante los virreinatos de César Nava y Germán Martínez, las palabras de Calderón abren una interesante oportunidad para reflexionar acerca del papel de los partidos en la vida pública y hasta qué punto los militantes le deben lealtad a las siglas que los representaron y a las estructuras que los cobijaron para llegar hasta donde están.

 De entrada recordemos que el fenómeno de los ?chaqueteros? (aquellos que se cambian de chaqueta, léase, de uniforme) no es nada nuevo. López Obrador, Manuel Clouthier, Vicente Fox, Juan José Rodríguez Prats, Rafael Moreno Valle, Javier Lozano, Miguel Ángel Yunes, Malova, Manuel Bartlett, Cuauhtémoc Cárdenas, entre muchos otros de los principales personajes de la política mexicana, han cambiado por lo menos una vez de colores -algunos, como Jesús González Schmall, Porfirio Muñoz Ledo o Ignacio Irys Salomón han hecho del cambio partidista un auténtico deporte extremo-.

 

Leyendo esta amplia pero muy incompleta lista, a la que probablemente en unos meses se sumen Felipe Calderón y Margarita Zavala, surgen varias preguntas: ¿Es malo cambiar de partido, todos los chaqueteros son patanes hambrientos de poder? ¿Por qué este fenómeno es tan común en nuestro país? ¿Los militantes le deben lealtad a su partido? Y ¿Cuál es la solución de fondo?

 La respuesta al primer cuestionamiento depende del individuo. Resulta imposible juzgar a todos con el mismo criterio, aunque hay algunas líneas generales que nos pueden ayudar a distinguir a los ?busca huesos? de los que al menos disfrazan su ambición con un velo de honestidad intelectual. La clave está en 2 elementos: 1) Si el cambio implica un riesgo o si es para llegar a un puesto seguro y 2) el motivo de su cambio de colores:

Si una persona cambia de partido asumiendo un riesgo para su carrera política, dejando de lado su zona de confort para irse a ?picar piedra? muy probablemente su cambio es sincero y fue hasta doloroso para el individuo. Por el contrario, quien deja su partido para llegar directamente de líder o candidato a uno distinto, estamos ante un oportunista.

En prácticamente todos los casos de la lista arriba mencionada, el motivo inmediato de su salida fue el enojo porque no les dieron una candidatura, sin embargo, algunos (como Rodríguez Prats) asumen e interiorizan la ideología de su nueva casa partidista, mientras que otros (como Cárdenas) simplemente oficializan en la práctica lo que ya era una clara ruptura ideológica con la dirigencia de su organización política.

 

En cambio, quienes, como Malova o Yunes, solo andan tras del ?hueso? conservan casi intactos su discurso y sus mañas, sin tomarse la molestia de entender en qué dice creer el partido al que llegaron.

Algo similar ocurre en León con el caso de Córdova Villalobos. El problema no es que se cambie de partido, sino que su ?conversión? fue el resultado del berrinche tras la derrota en una precampaña en la que su equipo jugó con las mismas cartas que luego denunció amargamente ante la prensa, empezando por el despilfarro de dinero (el doctor viajaba en helicóptero a los pocos eventos a los que se dignó asistir para saludar a los panistas), el uso de la ?línea? y del aparato del gobierno para conseguir votos.

A pesar de todo no le dieron su juguete, el señor se enojó y se fue al PRI, que lo rechazó en el 2012 y ahora lo ha recibido a regañadientes, porque, en el fondo, los tricolores saben que Córdova no es uno de ellos, es un advenedizo que rentó las siglas del partido para hacer su campaña. Por eso reaccionaron apoyando con sus porras a Martín Ortiz (que sí es de casa) en el evento de presentación. Algo similar vivieron los panistas en Sinaloa y muchos otros estados.

 Esto nos lleva a la segunda pregunta: ¿Por qué hay tantos chaqueteros? La respuesta es que el sistema político mexicano funciona a partir de un gremio cuasi monopólico al que -a falta de un mejor término- nos referimos como ?partidocracia,? la cual abarca no solo el control sobre quién llega a las boletas electorales, sino también sobre quién puede realmente ejercer las posiciones de poder, tanto en el ejecutivo, por medio de los presupuestos; como en el legislativo, a través de los privilegios que reciben y manejan discrecionalmente los grupos parlamentarios, que convierten a los políticos en representantes del partido y no de los ciudadanos que teóricamente los eligieron.

Por eso, ante el pleito con la dirigencia en turno, los políticos recurren a la opción de cambiarse de colores, conscientes de que, de otro modo, sus opciones se reducirían casi a cero. Si a esta espada de Damocles le añadimos la neutralizadora influencia de encuestas, gurús y consultores, la militancia partidista es cada vez más un requisito y cada vez menos una convicción. El resultado es en muchas ocasiones un amasijo de candidatos y propuestas que ni ellos solos se creen, mientras que los propios partidos se convierten en meros concesionarios con una llave de acceso al poder gubernamental, en renta al mejor postor.

Entonces ¿los militantes le deben lealtad a su partido? En realidad a lo que deberían ser leales es a sus principios, es decir, a los argumentos básicos a partir de los cuales interpretan la realidad y proponen soluciones. Si el partido cambia esos valores, cualquier exigencia de lealtad se vuelve ociosa. A eso se refería Ronald Reagan, cuando, al ser cuestionado sobre su cambio de los Demócratas a los Republicanos, respondió: ?Yo no dejé al Partido Demócrata, el partido me dejó a mí?.

¿La solución de fondo? Como decíamos la semana pasada, es indispensable romper el cerco institucional que la partidocracia ha construido a su alrededor. A los ciudadanos nos corresponde además fortalecer organismos intermedios (la famosa ?sociedad civil?) desde los grupos de vecinos hasta las cámaras empresariales para que dejen de ser un apéndice de las grillas partidistas, para que marquen una agenda independiente a los ciclos y los intereses de las burocracias electorales.

 

Por supuesto, las candidaturas ciudadanas son la cereza en el pastel. Si quienes hoy se han lanzado a esta aventura logran que los ciudadanos confíen en ellos, por lo menos al grado de volverlos una opción competitiva ante los partidos tradicionales, entonces habrán transformado completamente el ritmo del sistema político.

Hasta ahora la partidocracia mantiene su fuerza tradicional y por ello es que el Secretario del CEN panista, José Isabel Trejo, se dio el lujo de recetarle a Calderón un auténtico gancho al hígado al son de ?que se vaya, pero ya; que no esté amagando con irse?. Años atrás, con idéntica arrogancia, Germán Martínez se lanzó contra el voto nulo diciendo que ?genera apatía?de los gobiernos frente a sus electores?, ?Una vez que todos los partidos nos vayamos, ¿qué sigue? ¿Ya pensaron a qué dictador autoritario quieren??.

Traducidas al castellano, ambas declaraciones quieren decir lo mismo: Se creen indispensables, la solución consiste en recordarles, a partidos y a chaqueteros por igual, que no lo son.

Por cierto?

El Partido Humanista ya colapsó antes de siquiera acordar candidatos, Encuentro Social recurre a la farándula como último recurso ante el desinterés. Los dos mini partidos siguen la típica ruta de la rápida extinción. Morena es caso aparte, de los 3 nuevos solo 1 quedará de pie tras las elecciones