La tragedia del atentado contra el semanario francés Charlie Hebdo ha vuelto a traer a colación el tema de la libertad de expresión. Leo en redes posiciones de todo tipo, desde la condena abierta y la solidaridad con los caídos (el hashtag #YoSoyCharlie) hasta cuestionamientos como el que llama a decir ?Yo no soy Charlie?.

En medio de la polémica el humor ha sido el tema más cuestionado. Algunos se preguntan si a los amigos de Charlie Hebdo no se les habrá pasado la mano, que puede que su humor sea ofensivo. Otros comparan a Charlie Hebdo y cualquier publicación satírica con las portadas de la Revista SIEMPRE. Nos preguntamos si es lo mismo hacer bromas sobre Mahoma que chistes sobre homosexuales, o si una parodia sobre las declaraciones del Papa sobre el matrimonio gay está al nivel de los chistes racistas. Ante la suposición planteada sostengo algo que, para mí, es la base de la convivencia en democracia: las personas tienen derechos, las creencias no.

La persona es sujeto de derechos porque siente, piensa, tiene poder de decisión y voluntad. La persona es el fin de nuestra sociedad. Un derecho fundamental de la persona es la libertad de expresión. Esta nace de la libertad de pensamiento: es decir, de creer o de no creer, incluso de dudar. Un derecho reciente y cuyo ejercicio nos hubiera costado el cuello o la libertad hace menos de cien años, basta recordar la Guerra Cristera y la institución de la Iglesia Mexicana.

Lo que la ley y los valores supremos que nuestras sociedades protegen es la libertad de expresión. Es decir dentro de este derecho están las manifestaciones religiosas. Si quieres predicar en nombre de Dios puedes hacerlo. Si quieres hacer una asociación de ateos también. Si quieres decir que Dios existe pero la Virgen María no, tienes todo el derecho. La misma libertad que protege a unos lo hace con otros. Incluso a los que hacen chistes sobre esos temas. Como dice Lluís Bassets, existe el derecho a la blasfemia.

Claro que muchas personas dirán que estas manifestaciones les ofenden mucho

¡Y están en su derecho de ofenderse! Tienen incluso el derecho de decir que les ofende, y decírselo a las personas en sus caras si prefieren. Pero no se puede prohibir de ningún modo este tipo de manifestaciones, tampoco censurarlas o pedir que se ejecute la censura previa. La ofensa por sí misma no constituye delito porque, básicamente, cualquier cosa nos puede ofender. Si alguien, por ejemplo, dijera que escribo feo o que me visto mal, tengo derecho a ofenderme, sí, pero solo eso. Los políticos son objeto de ofensas, parodias (muy pero muy grotescas en varios casos) y no veo a nadie quejarse de esto, salvo ellos, claro. El límite de la libertad de expresión es la persona humana. La libertad de expresión no es irrestricta, pues actos como la difamación o la apología del delito están sancionados por las leyes. Por ello, no existe en absoluto la libertad para quemar herejes. El derecho a ejercer un culto no contempla, por ejemplo, crear y promover una iglesia donde se hagan sacrificios humanos. Las personas que se hagan adeptas serían encarceladas aun con solo promover esta idea, de la misma forma en que se penaliza la apología del terrorismo.

La gente tiene derecho a creer en Alá, en Jehová o en la Gran Papa. Así como hay gente que cree que el amor lo puede todo, que México va a ganar el mundial, que la dictadura del proletariado es justa o que la mano invisible del libre mercado lo regula todo. Tú y yo creemos en algo que otra persona va a considerar estúpido. A todos se nos puede criticar o hacer sátira de lo que pensamos. Es bien distinto a creer que se nos puede atacar por ello. La integridad de la persona es sagrada, las opiniones no lo son, como bien sostiene el filósofo Fernando Savater. ¿Sabes por qué las creencias no son sagradas? ¡Porque pueden llegar a contradecirse entre sí! ¿Qué es lo que haría a una creencia más especial que otra? ¿La antigüedad? ¿La cantidad de creyentes? ¿Lo violentos que se puedan poner los de un lado? Adorar a Maradona no es para la Iglesia Católica comparable con adorar a San Martin y un creyente ortodoxo podría considerar esto como un insulto. Sigue teniendo derecho a ofenderse pero no a impedir que esto suceda. Nos ha costado sangre que pueda ser así. Nos sigue costando sangre aun hoy. Hasta el arzobispo de París lo entendió así y se reconcilió con Charlie Hebdo.

Desde que existe libertad de cultos, las deidades dejan de ser sagradas para todos y se convierten en asuntos particulares, creencias. Pueden formar parte de la cultura y la identidad, sí, pero no son intocables. Desde que existe Declaración Universal de los Derechos Humanos es una convención social y legal que las personas tenemos derecho a la vida, a la integridad, a NO ser ridiculizadas por lo que en esencia somos: seres humanos. Nuestras ideas sí pueden serlo, lo siento mucho. Lo que es sagrado para unos no tiene que serlo para otros. De hecho la idea de lo sagrado es una concepción religiosa, no social. Lo social es respetar a las personas. No se puede, no se debe, jamás, atacar a los creyentes por el hecho de serlo. Podemos cuestionar sus ideas pero no hostigar a las personas que crean en un dios. La sátira nos provoca la risa al señalar las incoherencias y contradicciones de las distintas ideologías (izquierda, derecha, centro) y religiones (sobre todo las abrahámicas) y con mucha más razón si se trata de la vida política o social. Pero los chistes racistas u homófobos no hacen más que denigrar gratuitamente a personas, no a ideas. No buscan señalar incoherencias o errores sociales de una persona, ideología o sociedad, lo cual es la esencia de la sátira. Es más, contribuyen a perpetuar estigmas probadamente dañinos y contradicen nuestro principio de que todos somos iguales ante la ley.

La parodia puede tomar tintes racistas o xenófobos, misóginos u homófobos, antisemitas o islamófobos. Pero que en cuanto lo hace deja de ser sátira y se pone al servicio de lo peor de nuestra sociedad. En ese sentido, como no he leído todas sus ediciones, yo no pondría las manos al fuego y decir que Charlie Hebdo jamás ha emitido un dibujo racista. De hecho, de todos los autores y publicaciones satíricas que he leído en mi vida rara vez alguno ha escapado totalmente a hacer aunque sea un chiste o texto que pueda denigrar a alguien por su etnia, género, orientación sexual o rasgos físicos, o por ser creyente en algún dios. El humor satírico se sostiene en una línea difusa entre la parodia y la discriminación. Con esto no estoy avalando los chistes racistas, todo lo contrario y espero que sus autores se den cuenta del riesgo de cruzar esa línea. La gracia de la sátira es cuestionar lo que está mal. La sátira suele ser, debe ser, la voz de los que no tienen voz: contra las injusticias, contra los políticos, contra los fanáticos, etc. El papel social de la sátira ha sido importantísimo en el desarrollo de nuestras sociedades, porque es la forma en que puede cuestionarse cualquier orden, cualquiera. Y a todos, en algún momento, nos va a molestar esa sátira, y así está bien. Qué fácil sería respetar la libertad ajena si esa libertad siempre nos complace ¿no?

Se puede hacer sátira de cualquier tema pero el punto es ver qué es lo que tratas de hacer con ella, qué estás perpetuando, a quién le estás apuntando. Y aunque nunca aprobaría yo ese tipo de humor por nefasto me solidarizaría con la causa en contra de la violencia. Eso es lo que no ha entendido el autor de la nota ?Yo no soy Charlie?, que suscribir la frase no significa alinearse con la posición de la revista sino con los derechos y la condición de seres humanos de quienes trabajaban en ella, porque todos somos susceptibles a ese tipo de ataques. Yo puedo pensar de determinada manera y odiarte porque tú piensas de otra. Tú puedes pensar diferente y odiarme porque pienso distinto. Pero a pesar de nuestras diferencias ambos podemos ser víctimas de un loco con metralleta en mano. Y, tristemente, esa obviedad se acaba de hacer patente el jueves pasado. Enunciar ?Yo soy Charlie? no es suscribir lo que esta revista diga o haga sino reconocer que las vidas apagadas pueden ser la mía o la de mis prójimos, que los derechos violentados de ellos son también mis derechos violentados.