El pasado 15 de septiembre los mexicanos conmemoramos un aniversario más del inicio de la guerra de independencia. Como cada año, el presidente de la república dio el tradicional grito para recordar a aquellos héroes que ofrendaron su vida por el ideal libertario y forjar una nación soberana.

Pero más allá del grito, está la fiesta. Y es que si a los mexicanos nos caracterizamos por algo es precisamente por la pachanga.

La costumbre dicta que para celebrar nuestra independencia es vital cenar antojitos originarios de nuestro país, beber tequila y escuchar mariachi.

Adicionalmente, para muchos ciudadanos es toda una tradición familiar asistir al zócalo capitalino con la intención de disfrutar de la verbena popular que ahí se escenifica.

Bien, pues resulta que este año, a algún ?perspicaz? mando militar o policiaco le preocupó que entre las ropas de las niñas y los niños que asistieron a la celebración en el primer cuadro de la Ciudad, se escondieran granadas, rifles de asalto o lanza misiles.

Las escenas reproducidas en diversos medios de comunicación dan cuenta del hecho y han causado una muy justificable ola de reclamos.

Fotografías que muestran a pequeñines de no más de 5 años siendo revisados minuciosamente por elementos de la policía federal son muestra de la ?astuta? estrategia utilizada para salvaguardar la integridad de los visitantes así como la del presidente y sus acompañantes.

Es verdaderamente injustificable dicho cateo. En primer lugar porque atentan contra la dignidad de los infantes, en segundo término porque aun si los guardias de seguridad tuvieran la sospecha de que se utilizaría a un niño para introducir armas, la tecnología permite realizar escaneos sin la necesidad de ?toquetear? e intimidar. Por último, está el hecho de que los policías en cuestión no están preparados para el trato de infantes en esas circunstancias.

 El 15 de septiembre es uno de esos pocos días en los que el nacionalismo brota a raudales, es de esos pocos momentos en los que el himno se entona con verdadero ímpetu, pero sobre todo, es un día familiar en el que principalmente las niñas y los niños más pequeños se divierten e inician sus prácticas cívicas, mismas que debieran llevarles a la formación de su identidad mexicana.

Sin embargo, en esta ocasión la enseñanza que recibieron fue la del miedo y la prepotencia.

 En conclusión, fue una enorme estupidez hacer dicho operativo, no encuentro ni una sola excusa válida para haberlo llevado a cabo, y creo que como mínimo alguien debiera ofrecer disculpas.