Indigna que la noticia no sólo más difundida en las últimas horas, sino más compartida y comentada en muchos medios nacionales, sea el hecho de que Miley Cirus pasó por sus nalgas la bandera nacional. Si bien es una majadería y una procacidad, no pasa de ser un hecho simplón y sin mayor mérito noticioso.

Al mismo tiempo, la mayoría de los medios (con honrosas excepciones, como SDP Noticias) hacen la vista gorda sobre el desastre no sólo material, sino humanitario que se vive en Baja California Sur. Las noticias que me han llegado de primera mano, pues mi actividad profesional está relacionada con la industria turística, dan a conocer hechos lamentables: el gobierno municipal, así como el estatal, están prácticamente desaparecidos, la policía de Los Cabos saquea a los propios habitantes a los que se supone está obligada a defender (véase la columna de Federico Arreola: http://goo.gl/JrJCJO) y el Gobierno federal, si bien está actuando, tiene una presencia insuficiente y ampliamente rebasada en ese estado.

Pero, mientras tanto, la mayoría de la población mexicana se entretiene en la hipocresía absurda de quejarse porque esta cantante dio un uso inapropiado al lábaro patrio, que no ha tenido mayor agravio que llenarse un poco de su sudor y sus feromonas y nada más. La bandera quedará perfectamente restaurada con una pasada por la lavadora, con detergente fino y suavizante.

La verdadera ofensa a la Nación del día de hoy es otra: en Baja California Sur, específicamente en Los Cabos, hay casi medio millón de personas que están matándose por desabasto, por falta de la presencia de las autoridades y, sobre todo, por falta de un sentido patriótico honesto. Treinta mil turistas (la mayoría extranjeros), casi todos con posibilidades económicas elevadas, están presenciando un espectáculo dantesco mientras sus vidas están en auténtico peligro. Llorar por las tonterías que hace una adolescente extranjera devenida estrella pop no aporta en nada al acervo de la dignidad nacional. Por otro lado, que la policía cabeña esté participando del frenesí vandálico, así como la nula presencia de los funcionarios sudcalifornianos, denigra de manera completa al país.

Hay que centrarse en lo importante: el destino turístico nacional más relevante está destruido y echado a su suerte. El Gobierno federal empieza a hacer su parte, pero la ciudadanía debe hacer la suya: exigir lo que debe ser exigido, apoyar donde debe apoyarse y echar a andar de vuelta a uno de los prinicpales motores económicos de México.

No sé qué diputado baboso panista (¡oh, sorpresa!) de Nuevo León salió a criticar lo que hizo la señorita Cyrus argumentando que Juan Escutia no se aventó enrollado en la bandera para que acabara sirviendo de látigo erótico. A él y a todos los que piensan de forma similar les digo: estoy seguro de que, si Escutia viviera, primero diría que eso de que se arrojó heróicamente al vacío con la enseña nacional es falso; después haría saber que es mucho más preocupante lo que pasa en la península de Baja California que lo que la intérprete hizo o dejo de hacer con una bandera, que por otro lado, no es sino un objeto inanimado y no una persona.

Primero que se rescate la dignidad de los seres humanos y luego la de las cosas.