Desde la llegada de los misioneros franciscanos muy pocos años después de la caída de Tenochtitlan en poder de los conquistadores encabezados por Hernán Cortés, se intentó dar una identidad nacional a todo el territorio del nuevo mundo, en especial de la Nueva España, valiéndose de introducir el cristianismo con las formas más crueles y violentas, sosteniendo la inspiración demoniaca de la religión indígena. Ya en el siglo XVII, el clero encontró un vehículo perfecto para legitimar sus abusos y terminar por instaurar la nueva fe y lograr incluso un sentimiento patriótico: las apariciones de la Virgen de Guadalupe (1648) al indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac, siendo ésta reconocida de inmediato por el papado y la monarquía como la "patrona de la Nueva España", tomándola el pueblo con gran devoción, al sincretizarla con la deidad indígena TONANTZIN, antes de esto, y ante los obstáculos en la compenetración del cristianismo con el pasado prehispánico, se llegó a formular la disparatada versión de la anterior visita al nuevo mundo del apóstol Santo Tomás, en la figura de (según ellos) el antiguo gobernante y dios de Tula Quetzalcóatl, que al ser blanco y barbado, y haber llegado y partido por el mar occidental, habiendo enseñado a los indios técnicas de agricultura, oponiéndose también a los sacrificios humanos encajaba muy bien con ese supuesto (hay quienes, hoy en día, hablan de la posibilidad de que se haya tratado incluso de un náufrago vikingo). Esta versión es retomada ya en tiempos independentistas por criollos, que en su creciente animadversión con peninsulares, y en su deseo de socavar el valor único de la evangelización española, tratando de quitarle méritos desde su origen y de tener más argumentos a favor de lograr la independencia de España, ¿o no Cristo había ordenado la difusión del evangelio en todas las naciones? ¿Por qué haber dejado al margen a toda América? ¿Qué mejor que un apóstol hubiera comenzado la evangelización antes que los misioneros españoles? Es así como se trata en esos tiempos  de tomar más en cuenta al pasado indígena. Ya en 1810, el movimiento independentista encabezado por el cura Hidalgo, toma como estandarte precisamente a la Virgen de Guadalupe para sumar adeptos del pueblo a la causa.

 

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No es sino hasta más de diez años después (1821), que en una alianza de realistas criollos con viejos insurgentes que se logra la consumación de la independencia, pero la nación mexicana iba a tardar aún algunas décadas más en consolidarse, pasando cualquier cantidad de vicisitudes, hasta la aparición de Juárez y la generación del Constituyente de 1857, siendo éste el verdadero consolidador de la independencia de México, logrando por fin la separación entre Estado e Iglesia, y triunfando ante el invasor extranjero, dándonos una auténtica identidad nacional (constitucional, jurídica y estatal).