Tal fue la pregunta que lanzó un compañero de trabajo el pasado jueves, cuando cumplió 13 años el ataque a las Torres Gemelas y otros objetivos en EU.

Ese día, cuando escuché por primera vez sobre el tema viajaba en una camioneta del transporte público. No entendía de qué hablaba el locutor, e incluso pensé que se trataba de una broma.

Con esa idea me fui a una clase de francés y, como no había Twitter ni Facebook, apenas correo electrónico y mensajes de texto en los celulares, no era fácil que te enteraras de las noticias de inmediato como sucede hoy. De esa forma transcurrió la clase sin que alguien siquiera comentara la noticia.

Fue hasta que salí de clase y llegué a la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), donde realizaba mi servicio social, cuando se disiparon todas las dudas. En las pantallas de los televisores una imagen era repetida constantemente y en ella se veía como un par de aviones había impactado a las Torres Gemelas. Pronto los símbolos del poder económico quedaron reducidos a escombros.

El hecho, ampliamente reseñado por los conductores de noticias, era insólito: nunca había ocurrido algo así: las explosiones y los muertos tenían lugar en otros países, nunca en EU. Se propagó en segundos una especie de trauma colectivo que era aún más evidente en la oficina en la que en ese momento trabajaba: el área de pasaportes de la SRE.

Como si supiéramos exactamente qué pasaría a partir de los atentados, los usuarios que en ese momento tramitaban su pasaporte nos preguntaban si se suspendería su emisión. Más bien, respondí, quizá el gobierno de Estados Unidos suspenda la entrega de visas, lo que a la postre sucedió de manera temporal.

Como ocurrió con el asesinato de Colosio, el atentado se convirtió en tema obligado de conversación durante semanas. Se hablaba de la crisis que vendría, de que ahora sí comenzaría la tercera guerra mundial, y de que se estaban cumpliendo las profecías de Michel de Nostradamus.

Mi generación, la que en ese momento concluía sus estudios universitarios, tuvo que replantearse el futuro. Con el derrumbamiento de las Torres Gemelas también se cayeron los planes. Cualquier certeza fue cimbrada de raíz: nada podía ser igual, nada lo fue a partir de ese 11 de septiembre.

En ese momento, cuando concluí mi primer carrera universitaria (tal vez por eso nunca la ejercí), el objetivo mismo del plan de estudios tuvo una crisis: tras venir de un periodo de bonanza y expansión de la economía mundial, de una etapa en que el comercio exterior se convirtió en motor de desarrollo, pasamos en un solo día a una etapa de proteccionismo y de aislamiento. El paradigma a partir del 11-S estaría cimentado en la profunda desconfianza que el atentado sembró en gran parte del mundo occidental.

La frontera de México con Estados Unidos fue asegurada, las medidas de control fronterizo y aduanero fueron endurecidas, lo que entorpeció y disminuyó el comercio con nuestro principal socio comercial.

 La reforma migratoria que en ese momento negociaba el entonces presidente Vicente Fox tuvo que ser pospuesta y hoy día, trece años después, no ha podido ser retomada. El futuro que dictaba el guión se fue intempestivamente a la basura y mi generación, o al menos eso pienso, tuvo que reinventar o replantear lo que vendría más adelante.

Hoy 13 años después las cosas finalmente no cambiaron de manera tan radical como parecía, pero la sensación de inseguridad, del no future que gritaron los Sex Pistols desde la década de 1970, es no sólo vigente sino común entre los jóvenes.

 

 

Jorgebeat77@me.com