El Fondo de Cultura Económica conmemora los ochenta años de su creación, la cual debe el país al visionario economista, historiador, escritor, sociólogo, politólogo y ensayista ?estudioso como pocos del liberalismo- mexicano, Daniel Cosío Villegas, uno de los intelectuales más lúcidos, productivos y críticos de la historia de México; fundador además de la Escuela Nacional de Economía y del Colegio de México (como La Casa de España, en su origen, puesto que Cosío Villegas fue el principal promotor, ante el Gobierno del general Lázaro Cárdenas, del asilo a los republicanos españoles expulsados por Francisco Franco durante la Guerra Civil Española, entre ellos grandes creadores y pensadores que vigorizaron la creación de instituciones y el desarrollo académico e intelectual del país de aquellos días).

Esta conmemoración ha suscitado un interesante debate entre intelectuales orgánicos y académicos, sobre la justificación de la existencia del FCE. Un debate iniciado por el comentarista c Leo Zuckermann bajo la tesis de que  ?los contribuyentes no  estamos subsidiando a los más pobres de México, sino a una élite académica, cultural e intelectual que, por desgracia, es la que lee en el país?. Tan cuestionable aseveración ha sido respondida por Jesús Silva-Herzog Márquez y de forma  contundente por Mauricio Tenorio Trillo. Mi postura es que Zuckermann generó una polémica a partir de una visión simplista y determinista sobre la eficiencia del mercado para regular el acceso a bienes culturales. La cuestión de los subsidios y sus externalidades puede ser debatida desde diferentes enfoques, sin embargo, creo que en una sociedad tan desigual como la nuestra, incluida la materia cultural, la intervención del Estado es una condición necesaria para lograr ciertos equilibrios redistributivos en el acceso a la cultura. Etiquetar a quienes acceden a los libros ?subsidiados? del FCE como una ?élite académica, cultural e intelectual?, me parece una simplificación bastante arriesgada, ya que eso equivaldría a que todas las personas que estudian en alguna institución de educación superior y que en algún momento de su vida compraron libros ?subsidiados? del FCE son individuos egoístas que maximizan su beneficio intelectual a costa de los más pobres del país. Bajo esta lógica resultaría que ser universitario es sinónimo de ser parte de una élite ? casi parasitaria - que ha vivido subsidiada o que ser elite académica es sinónimo de ser rico. Zuckerman evidencia su desconocimiento de que la mayoría de los estudiantes de universidades públicas acceden al conocimiento mediante fotocopias, porque ni siquiera con el "subsidio" es fácil acceder a libros. Muchos universitarios nos formamos leyendo fotocopias o libros prestados porque el acceso a los libros ? sobre todo en una provincia distante como Quintana Roo ? era una cuestión sumamente difícil, de ahí que para mí y muchas de mis amistades universitarias se volviera un ritual obligatorio acudir a las librerías del FCE o Gandhi, cuando se presentaba la oportunidad de estar en la ciudad de México.

Lo que más me llama la atención es que habiendo tantos subsidios públicos cuestionables ? entre ellos pagar cifras exorbitantes a intelectuales apologistas del régimen por sus asesorías o sus conferencias -, la persistencia en la malversación de los recursos públicos o el derroche de recursos como resultado de la mala planeación de políticas públicas, se cuestione la pertinencia del FCE. Esto me parece un ejercicio poco fructífero y aunque no estoy de acuerdo con el uso político que se ha dado del FCE - por ejemplo, conmemorar los 80 años, haciendo apología y entrevistando a un presidente como Enrique Peña Nieto, quien se ha caracterizado por su poco nivel cultural ?, creo que la existencia de esta institución es necesaria y habría que ver más allá de las ?fuerzas del mercado?, que generalmente acentúan las disparidades sociales, porque el FCE tiene un impacto que trasciende fronteras.

Me explico. El FCE no sólo tiene una imagen y presencia en muchos lugares de México, en la actualidad tiene filiales en 9 países: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, España, Estados Unidos, Guatemala, Perú y Venezuela. He tenido la oportunidad de conocer la filial ubicada en la ciudad de Bogotá, conocida como el ?Centro Cultural Gabriel García Márquez?, y más allá de su belleza arquitectónica creo que es una expresión viva de la importancia cultural y los lazos de hermandad que México tiene para muchos países de Iberoamérica. Precisamente, en conmemoración a los 80 años del FCE, el pasado 28 de agosto se inauguró el ?Cuarto Festival. Visiones de México en Colombia?, con una amplia cartelera cultural que se desarrollará hasta el 17 de septiembre.

Ser testigo directo de la presencia y la imagen cultural que México genera en el exterior,  invita y obliga a reflexionar sobre la relevancia que nuestras diversas manifestaciones culturales tienen, así como el impacto que pueden llegar a tener para las relaciones internacionales del país. Creo que México no ha aprovechado adecuadamente eso que Joseph S. Nye Jr definió como el soft power, que surge de la atracción de la cultura de un país, y que es tan importante para la política exterior. Sin embargo, otra de las cuestiones que he podido comparar es - volviendo al tema de los subsidios - el alto costo que los libros pueden llegar a tener, pues, por poner un ejemplo, un libro que en México puede costar $250 pesos aquí puede llegar a costar lo doble, haciendo que el acceso a ciertos libros del FCE y de otras editoriales no sea fácil. En este orden de ideas, mi opinión es que el FCE justifica su existencia tanto o más que hace 80 años,  que no sólo hay que pensar en su rentabilidad monetaria, sino en la trascendencia que ha tenido para la socialización del conocimiento y para la imagen positiva que el FCE tiene en las comunidades intelectuales de muchos países y que, me atrevo a decir, ubican a México como una potencia cultural y un referente obligado en América Latina. Ante tantos problemas de imagen que México enfrenta hoy día, por cuestiones como la violencia y el crimen organizado, creo que el FCE coadyuva a que nuestro país, con todo y sus problemas, sigue siendo un referente cultural.