El pequeños Enrique era un hermoso chiquillo, de dorados y rizados cabellos; pero toda la gente de su pueblo le llamaba siempre Enriquillo el mentiroso.
Cuando por la noche veía volar un murciélago, corría hacia su casa y gritaba: "¡He visto volar un gran dragón, yo lo vi!".
Y cuando trabajaba un cuarto de hora en el jardín de la abuela, afirmaba, grave y firmemente que durante siete horas había arrancado malas hierbas.
--Enriquillo, ¡di la verdad! --le reprendía su madre.
--Y cada vez respondía Enriquillo indignado:
--¡Es la pura verdad!
--Es y seguirá siendo Enriquillo el mentiroso.
--Decía enojado su padre, y a veces recurría al cinturón.
La madre, sin embargo, se afligía.
Un día apareció rota en el suelo de la cocina la taza favorita del padre, que tenía el reborde y asa dorados.
--Enriquillo, ¿qué has hecho? -- gritó la madre.
--Nada. Estaba yo tranquilo en la puerta de la cocina cuando vi cómo esta mesa empezaba de repente a moverse. Todas las tazas las tazas saltaron y la dorada saltó más alto que las otras. De pronto comenzó a danzar en círculo, pero cayó por el borde de la mesa y se rompió. Sí, así ha ocurrido. Lo he visto con mis propios ojos.
-- ¡Enrique, tú mientes! Y lo más triste es que tú mismo crees tus mentiras. ¡Ojalá se te erizaran los cabellos cuando no dices la verdad!
--¡Yo no miento nunca! -- gritó Enriquillo, y quiso ponerse a patalear.
Entonces notó sobre su cabeza un curioso cosquilleo, y percibió un rumor singular en sus oídos, como cuando el pavo real abre su rueda.
Se llevó las manos a los cabellos.
Se pasó las dos manos sobre ellos. Todo fue en vano.
Obstinado, se dirigió a la cestita de costura de su madre, cogió las tijeras y quiso cortarse los cabellos. Pero fue en vano: eran tan fuertes como alambres. Entonces gritó, lleno de terror:
--¡Madre, yo he sido quien ha roto la taza!
Al momento se abatieron los erizados cabellos y se le enrollaron en suaves rizos, de modo que fue de nuevo el hermoso Enrique.
Y así sucedía cada vez. Cuando Enriquillo mentía, se le erizaban los cabellos como púas de puerco espín.
Y cuando declaraba la verdad se le rizaban de nuevo.
El problema era cuando le sucedía en la escuela, pues todos sus compañeros se burlaban de él, y lo perseguían gritando:
--¡Enriquillo, el mentiroso... Enriquillo el mentiroso!
¡Esto era espantoso!
Pero al paso de los días, y gracias a este extraño fenómeno perdió Enriquillo la costumbre de mentir.
Sus padres se sintieron completamente felices.
Su madre le regaló un gran libro de cuentos, y su padre uno donde había un ladrón mentiroso que terminó en la horca.
Después de leer mucho, Enriquillo entendió que decir mentiras no dejaba nada bueno.
A. K. ( Adaptación)
Divagante @deliha25