En su columna de SDPnoticias el veterano periodista José Luis Camacho dijo que el presidente Enrique Peña Nieto es un estadista que se las arregló para sacar adelante todas las reformas estructurales que modernizarán al Estado mexicano.

Otro colaborador de este sitio de internet, el cantante de ópera Héctor Palacio, un hombre entregado a la cultura, ha dicho lo contrario: que Peña no puede ser  “todo un estadista” porque simplemente no ha gobernado para los mexicanos”.

¿Qué es un estadista? Es decir, hay que partir de alguna o algunas definiciones.

En Wikipedia, para responder a esa pregunta se ha utilizado un análisis del historiador René Rémond sobre la personalidad de Charles de Gaulle, un hombre de Estado que “osciló entre la aspiración a la unanimidad nacional, y la incomodidad de ser el jefe de una fracción enfrentada a otra. Solos, sin duda, los políticos que tienen talla de hombre de Estado, conocen por cierto esta ambivalencia”.

Sin duda por tal ambivalencia, se lee en la misma Wikipedia que ahora cita a José Ortega y Gasset, “ocurre al estadista ser incomprendido, porque se ocupa con las cuestiones de largo plazo y toma decisiones impopulares a corto plazo”.

Es famosa la frase de Otto von Bismarck: “El político piensa en la próxima elección; el estadista en la próxima generación”.

Todas las reformas estructurales de Enrique Peña Nieto son impopulares porque todas han enfrentado gigantescas resistencias de poderosos grupos de interés.

Los maestros, afectados por la reforma educativa, se han encargado de desacreditarla en los sectores sociales en los que son influyentes.

Los empresarios, que controlan los mayores medios de comunicación, han descalificado la reforma hacendaria que los ha obligado a pagar más impuestos.

Y la izquierda, que en las dos últimas elecciones presidenciales ha conseguida la tercera parte de los votos, ha decidido combatir abiertamente la reforma energética que va en contra de los dogmas del nacionalismo revolucionario en que se formaron los principales dirigentes de esa corriente de pensamiento.

Peña Nieto se olvidó de la popularidad para modernizar las estructuras económicas de México. Esta es la verdad. Y es algo que hizo pensando en México y en los mexicanos.

Ignoro qué tan alto será el costo que el presidente y su partido, el PRI, pagarán por haberse atrevido a sacar adelante todas las reformas. En el peor de los casos para ellos, perderán las elecciones presidenciales de 2018.

Una de las banderas con las que el PAN tratará de lograr la mayoría de los votos en el 2018 será decir que sus legisladores no apoyaron la reforma hacendaria, que hicieron posible solo el PRI y el PRD.

El perredismo, por su parte, argumentará que se opuso a la reforma energética que sacaron adelante solo el PRI y el PAN.

Y los dirigentes del nuevo partido de izquierda, Morena, encabezados por Andrés Manuel López Obrador, dirán desde ahora y hasta 2018 que ellos no aprobaron ninguna reforma.

El PRI hará su trabajo y buscará ganar. Solo podrá hacerlo si los resultados de las reformas se reflejan en los bolsillos de los ciudadanos comunes y corrientes.

Y aun en el caso, que creo altísimamente probable, de que haya un crecimiento económico sobresaliente, al priismo le costará mucho trabajo convencer a los que en la izquierda y la derecha han quedado ya envenenados por la brutal propaganda contra las reformas.

Si el PRI triunfa en 2018, consolidará las reformas estructurales. No puede haber la menor duda.

Pero si el PRI no gana, el que político que llegue a Los Pinos, tanto si es del PAN como del PRD o Morena, también consolidará las reformas.

Ningún gobernante en su sano juicio intentará revertir los cambios de Peña Nieto que, claramente, son muy positivos para México.

Si hoy personajes tan relevantes como López Obrador juran que combatirán las reformas, debemos atribuirlo a que no actúan como estadistas, sino como precandidatos. En el poder actuarán de otra manera.