Estimado lector ¿ha puesto atención en su forma de hablar y comunicarse? ¿es frecuente que utilice frases como “Tengo la esperanza de que mejore el sistema educativo”, “espero que haya justicia”, “espero que este año nos vaya mejor”, “espero que el negocio funcione”?

Entonces usted padece el mal de la esperanza, esa tramposa ilusión que opaca a su hermana y némesis, la desesperanza porque ésta es real y no pocas veces, terrible.

Alguna vez, le conté a usted en uno de mis artículos, cómo la esperanza fue la única de todas las plagas que se difundieron por el mundo gracias a la curiosidad de Pandora, que se quedó agazapada en el fondo de la caja.

¿En qué mundo vivimos que la ilusión es un don y la realidad es una peste? La desesperanza no oculta nada, la otra miente al hacerle creer a usted que estamos actuando cuando no es así.

¿En qué parte de la frase “espero sacar diez en el examen” está implícito el verbo “querer”? es ninguna, porque “esperar” es de mediocres y “querer” es de campeones. Esa es una verdad de a kilo que no le dirán en el catecismo sabatino, porque la esperanza es para la religión una de las tres virtudes teologales junto con la fe y la caridad. Así de sobreestimada está la doña.

Los hijos de la desesperanza

Cuando papá me contaba la historia de los vikingos, yo lo escuchaba extasiada. Beowulf , el anillo nibelungo que más tarde encontré en la saga de Tolkien, el monstruo Grendel y la mítica valentía de las tribus escandinavas eran asunto serio.

Recuerdo haber platicado con mi viejo acerca de por qué eran tan corajudos los rojillos “ellos –tal vez por el clima tan extremo y brutal- eran un pueblo triste y sin esperanza” decía papá.

En la guerra, los vikingos no esperaban ganar. Querían triunfar. Iban a matar o morir. La esperanza nunca pudo proliferar como el moho en las azoteas, a este pueblo feroz. La desesperanza fue su mayor aliada. El resultado es que nadie era tan tonto como para querer pelear con ellos. La desesperanza de los bárbaros era un gran mensaje para sus enemigos: “éstos no se andan con cuentos”. Y si, la esperanza no deja de ser un cuento, una ilusión.

¿Ha escuchado usted la expresión “quemar las naves”? La historia detrás de la frase, es hermosa y aleccionadora. Algunos historiadores la atribuyen a  Alejandro Magno, quien al ver que sus hombres estaban cansados y esperaban ganar sólo para complacerlo, hizo prender fuego a los barcos para enviar un mensaje claro y contundente a las tropas: perder no es opción y “esperar ganar”, tampoco. Para regresar a casa, debían vencer o morir. Tal cual.

Eso hizo también Hernán Cortés cuando desembarcó en el Nuevo Mundo. Bueno, no exactamente. La historia afirma que el amante de La Malinche simplemente embarrancó los barcos para evitar que la tripulación tuviera la tentación de amotinarse y regresar a la Península.

Seamos claros. Si en ambos casos hubiera habido forma de abandonar la misión, los conquistadores y sus soldados hubieran perdido todo, incluyendo la vida, de todas formas.

Y es que ninguno de los mayores conquistadores del mundo, ha afirmado jamás “espero ganar la batalla”. La hipócrita esperanza no los tenía confundidos. Ellos iban a matar o morir, a ganar o perder, pero no iban a ver si se podía lograr el triunfo. Por favor. Ellos querían ganar y se habían puesto en acción para ello.

El sabio Sun Tzu en “el arte de la guerra” afirmó: "un ejército victorioso gana primero y entabla la batalla después; un ejército derrotado lucha primero e intenta obtener la victoria después". Cierto.

La primera batalla se gana en la mente de las personas, derrotando a la esperanza y sustituyéndola por su némesis. Cualquier general lo sabe. No es fortuito que los kamikazes, los legendarios guerreros suicidas japoneses, también lo supieran…y actuaran en consecuencia.

Desesperanza, my love

Si usted es profesor y se ha sorprendido diciendo “espero que esta reforma educativa sí funcione”, entonces estamos perdidos porque no hay poder en la esperanza, es ilusión y cuentos de hadas. Debemos querer cambiar el sistema desde las bases, pero ese es tema de otro artículo que, como siempre, a Mexicanos Primero, al SNTE, a la CNTE y a la SEP no les va a gustar.

Si usted es escritor y espera ganar un premio para ser reconocido y que su obra sea apreciada, lamento informarle que así no funciona la cosa. No espere nada de nadie, mejor trabaje con ahínco. Si el reconocimiento llega, qué bueno, pero si no es así y usted está convencido de que está actuando conforme a su pasión, adelante.

Si usted es freelance y no ve llegar la oportunidad deseada que usted ha esperado toda la vida, no importa. Su brillo y la calidad de su trabajo no dependen del reconocimiento de su jefe o de sus pares, aunque usted espere que así sea. “Quemar sus naves” hoy en día, implica prenderse fuego uno mismo, dejar la piel en el trabajo para que éste hable por nosotros. Sin esperanza. Nada más, pero nada menos tampoco.

 

¿Usted qué opina, estimado lector?