El doctor Luis Videgaray Caso es un personaje central no sólo de la política, sino de la administración pública toda. Su actuación definirá, en buena medida, no sólo el éxito de la administración del presidente Peña, sino de México en el futuro. Por eso parece tan fácil hablar de él. En realidad, cualquier aproximación a su persona, a su trayectoria o a su desempeño es bastante compleja.

El señor secretario de Hacienda y Crédito Público ha sido objeto de ataques de los más diversos sectores sociales. Los empresarios han pretendido crucificarlo desde el año pasado en respuesta a la política fiscal que ha puesto en marcha la actual administración y que lleva su firma. Los sectores opositores a las grandes reformas (con nociones anacrónicas, limitadas y francamente trasnochadas) pretenden tratarlo como títere de un grupo de intereses extranjeros, a pesar de que las medidas económicas contracíclicas y el incremento proyectado en el gasto público claramente demuestran que es lo contrario. Los medios “independientes” todos los días señalan que el país está en recesión (lo que es falso, pues sigue habiendo un crecimiento económico real, es decir, superior a la inflación y la recesión indica nulo crecimiento o decrecimiento durante un semestre).

El Estado mexicano, por diversas razones, no experimenta una serie de reformas tan profunda y tan amplia desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Y esta serie de reformas es necesaria, urgente y de carácter inmediato para detonar el crecimiento económico. Resalta un dato curioso: en todos los medios nacionales e internacionales (El Universal, SDP Noticias, Reforma, MVS, Televisa, TV Azteca, The Banker, The Economist, etc.) siempre se ha conducido con honestidad, tratando a sus entrevistadores, interlocutores y público en general como gente inteligente. Al contrario de lo que hace la oposición más dura, que trata como tontos a sus votantes (hacer creer que el Mundial distrae a la gente de los asuntos importantes es decirle idiota al electorado, sinceramente), siempre ha manifestado que las reformas emprendidas por la administración de Enrique Peña Nieto tienen un costo en los corto y mediano plazos que fue proyectado en las dos cosas que más importan en el tema de la economía nacional: la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos.

El secretario Videgaray sabe que debe asumir, además, un costo político personal: el incremento impositivo, la modificación al sistema bancario nacional, el nuevo modelo de telecomunicaciones y medios o la nueva estructura pública y privada en el sector energético que tendrá el país en su futuro son acciones concretas con reacciones concretas. Hay una exposición de su imagen, la mayoría de las ocasiones negativa, y si las cosas no salen como se esperan, él quedará como el malvado de la historia y relegado de cualquier posterior aspiración política que pueda tener.

Igualmente, se le acusa de querer concentrar todas las decisiones de Estado que resultan verdaderamente trascendentes. Algo tiene de cierta esta afirmación: las reformas estructurales pasan por su escritorio, sin duda, pero por un tema de orden, de concatenación de procesos administrativos y legislativos que deben salir bien, como lo espera el gobierno actual. Sin embargo, si uno lee aunque sea someramente los textos de las reformas presentadas, queda claro que la actual administración pretende desconcentrar la toma de decisiones en el futuro, para delegarlas en diversos organismos y funcionarios especializados que serán los más indicados para plantearlas y ejecutarlas. Ocurrirá en el aspecto energético, en el financiero, en el de telecomunicaciones y en muchos otros que son transformados por el proceso parlamentario que este año ocurre.

Como dije al inicio de este texto, los ataques a su persona no cesan. Pero suelen ser ataques que provienen de una visión parcial (o, de plano, ignorante) de las cosas. Apenas ayer, el Fondo Monetario Internacional (FMI) dio una cifra de crecimiento económico menor que el proyectado para nuestro país: alrededor de un dos por ciento para este 2014, contrario al cercano al cuatro por ciento que estimó la Secretaría de Hacienda y Crédito Público en la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos para 2014. Es cierto, se crecerá menos, pero sigue habiendo crecimiento. Y el crecimiento menor a lo proyectado no proviene de decisiones tomadas en el despacho del secretario, que sin duda ha buscado las que parecen ser las mejores. Muchas de las causas que abonan a la desaceleración económica son imponderables: principalmente está un menor crecimiento económico en los Estados Unidos de América, nuestro principal cliente y socio económico. Las causas que allá originan la desaceleración son muy variadas también: la administración de Barack Obama ha demostrado ser una de las más ineptas (en muchos aspectos) en la historia de los Estados Unidos; su gobierno es calificado como más torpe e ineficaz que las administraciones de James Carter o Gerald Ford (que ya es mucho decir) y también ha tenido que enfrentar problemas tan variados como inviernos crudos que han durado cinco meses en los últimos cuatro años o la conformación de poderosos bloques económicos que compiten (como el BRIC) de formas leales y desleales en su contra. Todos esos factores, que sin duda están más allá de la mano del doctor Videgaray, influyen en nuestro desempeño económico.

Otros ataques provienen de percepciones erróneas, como la idea bastante generalizada (no sólo aquí, sino en todo el mundo occidental) de que cualquiera es bueno para administrar lo que sea, obviando el hecho de que la preparación especializada es una garantía contra la corrupción, el prejuicio, el clasismo y la incompetencia. Y Luis Videgaray cuenta con una preparación y experiencia especializadas en su ramo que son envidiables. Me parece poco probable que abunden personas con su capacidad para tratar no sólo de dirigir, sino de reencauzar la economía nacional.

También se pretende difundir la idea de que la nueva administración busca un permanente control por parte del Estado en todos los aspectos de la vida pública y privada de los ciudadanos y que el artífice de esta pretendida manipulación es el titular de Hacienda. Esto es falso. Esta noción, como ocurre en cualquier país donde hay un Estado de Derecho, es resultado de la existencia de una legislación uniforme (es decir, ante la que todos los individuos somos iguales), lo que siempre irrita a muchos sectores, principalmente el empresarial, que durante los sexenios panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón gozó de privilegios fiscales sin parangón en todo el mundo. Sin embargo, estas ideas son un precio a pagar razonable por tener un Estado vigoroso que ejerza una verdadera rectoría en las áreas clave que favorecerán un desarrollo económico saludable en el mediano y largo plazo, por lo que habrá que vivir con ellas.

De igual manera, el espíritu individualista inherente a las administraciones panistas que ejercieron el gobierno doce años, se contrapone a la percepción social (e, inclusive, colectivista) con la que el priismo ejerce la función pública, por lo que el cambio en la naturaleza de los procedimientos administrativos, que durante el panismo hacía a los particulares (en especial, a los empresarios) los verdaderos tomadores de decisiones y convertía al Estado como un mero testigo de la legalidad, resulta en una tensión política natural, incrementada por la decidida aplicación del gobierno del presidente Peña del principio de supremacía de la ley (por virtud de ese principio, la ley controla no sólo a individuos, sino a todo un pueblo, y, para operar, requiere agentes visibles que la apliquen, mismos que son percibidos con recelo por el resto de las personas).

El secretario Videgaray, al igual que todo el gobierno federal, se enfrenta a otro legado de las administraciones panistas, en especial, la de Felipe Calderón: la falta de una filosofía legal que buscara brindar reformas relevantes y oportunas y en donde los problemas intentaban resolverse con pequeños retoques que resultaron ineficientes en mayor o menor medida.

Entonces, si se aborda de manera reflexiva el desempeño del doctor Videgaray, analizando los retos que el Estado mexicano enfrenta y la gran cantidad de problemas no creados en lo que va de este sexenio, sino que fueron heredados de los anteriores, parece ser que sale bastante mejor librado.

También es ineludible mencionar un asunto relevante en torno a la figura del secretario de Hacienda y Crédito Público: que es considerado como un presidenciable, es decir, un candidato natural de su partido (PRI) para competir como candidato a presidente de los Estados Unidos Mexicanos en las elecciones federales de 2018. Desde mi punto de vista, es temprano para hablar de este asunto: sin duda, el día de hoy él es la figura señera del gobierno de Enrique Peña Nieto, pero se encuentra en una posición que brinda una difícil proyección política, por las razones que ya he comentado en las líneas anteriores y también porque es una posición técnica y que da escaso roce social. Habrá que esperar a dos cosas: primera, a que en un plazo no mayor a dos años, el crecimiento económico comience a acelerarse y quede demostrado que estas reformas, efectivamente, son las que el país necesitaba; segunda, habrá de verse qué cartera asumirá en la parte final del sexenio, es decir, entre la segunda mitad de 2016 y 2018. Es probable que, siguiendo el modelo priista, si él es quien goza del favor del Presidente Peña, sea asignado a la Secretaría de Desarrollo Social, donde la exposición mediática perjudicial a su imagen será menor y podrá hacerse cargo de programas que son puntales para la difusión social de las políticas de la actual administración, como la Cruzada contra el Hambre. Pero, insisto, aún es temprano para eso.

Finalmente, como he indicado en todos mis textos (y procuro hacerlo en mi vida privada y profesional), considero que lo recomendable es analizar el desempeño de un funcionario público como lo que es: un asunto multifactorial, de mediano y largo plazo, y que debe ser abordado desde una perspectiva especializada y técnica, donde la exigencia de inmediatez a toda costa es un absurdo. Deseo la mejor suerte al secretario, no por su carrera o aspiraciones, sino porque con ella se juega también buena parte del éxito de México.