La pequeña Valeria tiene un sueño que la ha acompañado a través de toda su trayectoria terrenal. Es eso lo que la mantiene despierta en la noche y hace que se levante con tanta emoción todos los días. Nunca ha pronunciado su anhelo, es más, creo que eso de compartir aquello que le pasa por la mente no es algo que sea agradable o que siquiera haya considerado antes. Otros la ven como un ente aparte de la sociedad, de la familia, de cualquier cosa en la cual la quieran agrupar. No es agrupable y no le gusta pero, tampoco le molesta. Ella va por la vida consiguiendo lo que necesita para lograr sus cometidos, aquellas metas tan variadas que de vez en cuando le entran a la cabeza.

Recuerdo cuando le dio por saludar a todas las personas que veía en el día. Caminaba por los parques saludando a todos los niños, a las niñas, a sus mamás o a quien fuera que los estuviera cuidando. Si veía a una pareja que discutía acaloradamente, se tomaba el tiempo de, no sólo decir hola pero también, preguntar por sus familias y sus opiniones sobre el clima. Encontrar a alguien que no quisiera convivir con ella era difícil pues gozaba de una energía ligera, para nada complicada.

El hecho de que mantuviera su vida interna privada era algo que poca gente notaba. Lo que la mayoría de las personas queremos es a alguien que nos escuche, y si la pequeña Valeria está dispuesta a ser esa persona, quién es cualquiera para negarse. Sí, estoy de acuerdo, mucha gente diría que no es saludable dejar caer todos tus problemas y emociones en alguien que ni siquiera te puede decir cómo se siente pero, para que te des cuenta de que eso está pasando tienen que suceder muchas cosas primero.

El día que perdió la cabeza fue una gran pista, y le doy gracias a Dios por enseñármela. La pequeña Valeria estaba completamente fuera de sí, intentando fervientemente localizar su cabeza, me decía:

—No sé si sea capaz de encontrarla pero mínimo quiero saber dónde está.

Cuando le decía con toda la paciencia de la que era capaz en ese momento que no se preocupara, que su cabeza estaba exactamente donde la había dejado en la noche, arriba de sus hombros y sostenida por su cuello, soltaba un grito que estoy segura que sólo los perros y yo podíamos oír.

Le hablé a una amiga, que le habló a un amigo cuya hermana es doctora para que nos ayudara. Le dio a Fernando una receta y, para no hacerles el cuento largo, le dimos el medicamento. Despertó el día siguiente como si nada hubiera pasado, como si no se hubiera levantado después de dormir por más de 14 horas. Le pregunté temerosamente por su bienestar mientras le dábamos de comer a Ulkín, un perrito que habíamos adoptado. La pequeña Valeria me miró con sus grandes y saltones ojos cafés y me dijo que sí, el clima era muy agradable y se sentía muy bien.

—Pero, ¿cómo te sientes, pequeña Valeria?

—Pequeña, ¿y tú?

*La estudiante es alumna de economía en la Universidad Regiomontana.