“Yo no hablo por mí, sino por aquellos cuya voz no puede ser oída. Aquellos que han luchado por sus derechos. Su derecho a vivir en paz. Su derecho a ser tratados con dignidad. Su derecho a la igualdad de oportunidades. Su derecho a ser educados.” Malala Yousafzai[1]

Malala Yousafzai es una niña paquistaní cuyas frases y pensamientos tienen tanta profundidad y sabiduría, que cuesta creer que apenas el 12 de julio pasado cumplió 17 años de edad. Como ella misma cuenta, nació en una tierra en que disparan rifles al aire para celebrar la llegada de un hijo varón, mientras que a las hijas se les oculta tras una cortina y su función en la vida no es más que preparar la comida y procrear. Pero la vida de Malala estaba destinada a ir mucho más allá.

A los once años de edad, Malala se dio a conocer con un blog para la BBC de Londres, en el cual escribía sobre la vida bajo el poder de los talibanes. Con el seudónimo de Gul Makai ─debido al peligro que implicaba criticar al régimen─ escribía para que la gente del mundo supiera lo que sucedía en su comunidad del Valle de Swat en Paquistán. En aquel blog empezó su defensa por la educación de las niñas ─la cual estaba prohibida por los talibanes─ afirmando que el Islam les otorgaba dicho derecho a través del Corán, el cual señala que, todos debemos buscar el conocimiento, estudiar y esforzarnos por comprender los misterios de nuestro mundo. El diario de Gul Makai despertó gran interés lejos de Swat y fue entonces ─según cuenta Malala─ cuando descubrió que “el bolígrafo y las palabras pueden ser mucho más poderosas que las ametralladoras, los tanques o los helicópteros”.

Como toda niña, mientras estaba en clases, su imaginación se echaba a andar, sin embargo, las circunstancias de su país, el cual estaba envuelto en una sangrienta lucha entre el grupo talibán y el gobierno de su país, se imaginaba que un terrorista aparecía en su salón de clases y que le dispararía. Con su gran inteligencia y paz, se preguntaba cómo sería su reacción ante una situación así. ¿Se quitaría su zapato y lo golpearía con él? Ella pensaba que si les lanzaba el zapato, entonces no habría ninguna diferencia entre los terroristas y ella, por lo que sería mejor argumentarle: “De acuerdo, dispárame, pero primero escúchame. Lo que estás haciendo está mal. Yo no estoy en contra tuya. Solo quiero que todas las niñas podamos ir a la escuela”.

Sobre los talibanes, afirmaba que a las mujeres las trataban como muñecas a las cuales había que controlar, diciéndoles qué hacer y cómo vestirse, ante lo cual ella pensaba que “si Dios hubiera querido que fuéramos así, no nos habría hecho diferentes”. Por ello, Malala se rehusaba a usar la burka tan solo porque así lo ordenaban los talibanes. Incluso, narra cómo su madre siempre le decía: “tápate la cara, la gente te está mirando”. A lo cual ella respondía, “No importa, yo también les miro a ellos.”

Malala no niega que por su activismo a favor de la educación de las niñas haya temido por su vida durante el régimen talibán, pero destaca que una frase de su padre siempre la sacaba adelante: “De noche, nuestro temor es fuerte, pero por la mañana, a la luz, volvemos a encontrar valor”. Con dicha idea en la cabeza, ella se convencía de que era su deber decirle al mundo la verdad sobre lo que pasaba en el Valle de Swat en Paquistán. Confiaba en que “la verdad acaba imponiéndose al miedo”.

Su miedo no era en vano, ya que el 9 octubre de 2012, mientras iba en el autobús escolar, Malala se convirtió en el objetivo de los talibanes y recibió un disparo en la cabeza, el cual entró por la parte posterior del ojo izquierdo y salió por debajo de su hombro derecho. Milagrosamente salió con vida de dicho atentado y una semana después recuperó el conocimiento. Cuando despertó, afirma que lo único que lamentaba era no haber tenido la oportunidad de hablar con su agresor antes de que le disparara. Ahora nunca oiría lo que tenía que decirles.

A partir de dicho ataque, Malala afirma que gracias a los rezos de la gente ella se salvó, ante lo cual sólo encuentra una razón: dedicar su vida a ayudar a los demás. Los talibanes pensaron que las balas la iban a silenciar, pero fracasaron. De ese silencio nacieron miles de voces, junto con la fuerza, el poder y el valor. Dicho atentado le ha permitido alzar su voz en nombre de las millones de niñas en todo el mundo a las que se les niega el derecho a ir a la escuela y aprender. Malala considera que cada niña y cada niño tienen la capacidad de cambiar el mundo, para lo cual sólo necesitan tener la oportunidad. Por ello ─afirma─ es importante empoderar a las comunidades, desarrollar soluciones innovadoras que parten de enfoques tradicionales y proporcionar no sólo la alfabetización elemental, sino las herramientas, las ideas y las redes que ayuden a las niñas a encontrar su voz y crear un mejor mañana.

En un mundo en el que las mujeres sufren diversas clases de violencia que van desde el negar el derecho a la educación como en Paquistán, que son secuestradas y vendidas como en Nigeria o que son golpeadas como en países latinoamericanos, la luz que nos brinda el caso de Malala nos demuestra que sí se puede cambiar de situación y mejorar la calidad de vida de las mujeres. El camino no es fácil, pero con valentía y perseverancia las mujeres podemos lograr cosas importantes, pues Malala nos demostró que nuestro límite es el cielo.

¡Larga vida a Malala Yousafzai!

[1] Del discurso de Malala Yousafzai ante la Asamblea General de Naciones Unidas el 12 de julio de 2013.