En el siglo XVII, en la cárcel, el italiano Antonio Serra escribió su obra “Breve tratado de las causas que pueden hacer abundar el oro y la plata en los reinos que no tienen minas”. Comparó la prosperidad de Venecia con el atraso de Nápoles, y atribuyó la pobreza napolitana a su déficit en la balanza de pagos, pero también a la inexistencia de los verdaderos factores que hacen posible la abundancia. El mercantilista Serra veía dos tipos de elementos para explicar la riqueza: los naturales, como las minas, y los que consideraba accidentales o artificiales, que son los más importantes: la libertad de comercio, la presencia de leyes para incentivar la economía, la vigencia de políticas equilibradas, el desarrollo de la industria manufacturera, un gobierno prudente y una población trabajadora.

Luce perfectamente sensato el diagnóstico de Antonio Serra: la riqueza depende mucho más del trabajo creativo y la libertad comercial que de los recursos naturales por abundantes que sean.

Está claro cuál es el propósito de las reformas estructurales del presidente Enrique Peña Nieto, que ha diseñado y puesto en práctica con mucha prudencia y más paciencia contando, sobre todo, con la colaboración de su secretario de Hacienda, Luis Videgaray: crear condiciones para reducir la desigualdad, esto es, para que la prosperidad llegue a todos los sectores de nuestra sociedad, no solo a la minoría privilegiada.

Las reformas hay que verlas en conjunto. Sin cambios en el sistema educativo de nada servirá, por ejemplo, la transparencia presupuestaria que hoy ha anunciado Videgaray, así como sin leyes que obliguen a las grandes empresas a competir verdaderamente no tendrá sentido cambiar el esquema en el que operan las telecomunicaciones en México o modernizar los bancos, y ni hablar, sin ajustes fiscales profundos no será viable la apertura en el sector energético ni la puesta en marcha de programas sociales para apoyar a las personas de menores o nulos ingresos.

Hace tiempo el presidente Peña Nieto lo expresó con toda claridad: “No hemos llegado sólo a administrar la inercia, sino a romper con modelos y con moldes que ya no sirven; venimos a transformar, y esto significa cambiar lo que de fondo ya no permite que el país avance de manera más acelerada”.

Las reformas hay que verlas como un todo. No buscan impactar solo en áreas específicas de la economía, sino cambiar a México y, lo que es más relevante, a los mexicanos. Pero en el proceso de consolidación de las reformas, como era de esperarse, se han presentado enormes resistencias de parte de grupos de interés económico o político que no están dispuestos a cambiar ni a permitir las transformaciones. Así las cosas, la izquierda –tanto la de Morena como la del PRD, el PT Y Movimiento Ciudadano–, lamentablemente está teniendo éxito en algunos sectores al reducir todas las reformas a una sola, la energética. Y, para combatirla, ha recurrido al falso, pero atractivo o popular argumento, de que se va a entregar a empresarios nacionales y extranjeros la principal riqueza natural de México, el petróleo.

Ni la energética es la única reforma ni esa riqueza natural podrá ser aprovechada sin inversiones privadas. “Dios creó el petróleo. Pero no lo extrajo, refinó y entubó”, dijo hoy Sergio Sarmiento en Reforma (en realidad, citó a un economista o ingeniero anónimo que podría ser el propio Sarmiento). Para que los hidrocarburos verdaderamente sirvan como una palanca del desarrollo, tienen que ser explotados por muchos, no solo por Pemex, una gran empresa que seguirá siendo de propiedad estatal y que no dejará de invertir y de crecer, pero que no puede con todo lo que debe hacerse. Que además de Pemex participen otras compañías, no significa entregar a nadie la riqueza nacional ni ceder soberanía. Todo lo contrario, es la única manera de utilizar plenamente el más importante de los recursos naturales con los que contamos, de tal forma de fortalecer al Estado y, por lo tanto, nuestra soberanía.

Es interesante el título de la obra de Antonio Serra, “Breve tratado de las causas que pueden hacer abundar el oro y la plata en los reinos que no tienen minas”. ¿Alcanzarán en la izquierda a entender lo que eso significa? ¿O es algo que sus líderes entienden, pero que no aceptan porque políticamente hablando no les conviene? En países que producen muy poco petróleo, o que de plano no lo producen, como Singapur, Suiza y Luxemburgo, la gente vive mejor que en México y aun consumen, per cápita, más hidrocarburos que nuestra nación. La explicación está en sus disciplinados y eficaces sistemas educativos y en sus leyes que promueven la transparencia como antídoto contra el veneno de la corrupción, y que alientan la competencia y la libertad comercial que son los grandes motores de la economía.