El propietario del diario La Razón, Ramiro Garza Cantú, hace unos 10 años colaboró para que se resolviera un serio problema que en España tenía la empresa que edita Milenio, Grupo Multimedios, cuyo dueño es el señor Francisco González. Como Pancho González es un hombre que conoce el valor de la gratitud, hoy debe sentirse muy mal, avergonzado supongo, por la columna de Ciro Gómez Leyva, en la que este presenta a don Ramiro como un tipo autoritario que no respetó la libertad de expresión del periodista Pablo Hiriart.

Este miércoles al menos tres columnistas –Ciro, de Milenio; José Cárdenas, de Excélsior, y Ricardo Alemán, de El Universal– cuentan lo mismo: que el pobrecito Hiriart ha sido víctima del malvado editor Garza Cantú.

Don Ramiro, empresario petrolero, no merece lo que se está diciendo de él. Su único pecado, en mi opinión, fue el de contratar al señor Pablo Hiriart para dirigir su periódico. Ya que Hiriart es un hombre arrogante, poco profesional y especializado en la calumnia.

Hiriart, muy cercano a Carlos Salinas de Gortari, ha vivido durante años de sembrar odio buscando minar el prestigio de un hombre y una empresa: el hombre, Andrés Manuel López Obrador; la empresa, el periódico La Jornada.

Es mucho lo que puede criticársele a La Jornada, pero sin duda se le debe considerar entre los principales diarios de México. El Fisgón, Hernández y Helguera, sus moneros, son simple y sencillamente insuperables; cuenta el mencionado periódico con las colaboraciones del más importante columnista de nuestro país, Julio Hernández; en sus páginas publican artículos algunas de las personalidades más brillantes del mundo intelectual mexicano, como Elena Poniatowska; su sección cultural es, por mucho, la más completa y mejor elaborada; su equipo de fotógrafos es de primera, y su directora, Carmen Lira, es no solo una gran persona, sino también una periodista que pasará a la historia por sus logros.

¿Qué le puedo reprochar a La Jornada? Que tenga entre sus colaboradores a un loquito antisemita como Alfredo Jalife, que me parece escribe solo tonterías, sobre todo cuando trata de analizar temas petroleros que no entiende. Otra cosa, hay que destacarlo, son los textos que en ese periódico publica, sobre el mismo tema, una experta como Claudia Sheinbaum, con la que se puede o no estar de acuerdo –personalmente creo que se equivoca al hablar de la reforma energética–, pero que sin duda, a diferencia de Jalife, sabe de hidrocarburos y expresa con claridad, aun con elegancia, sus puntos de vista.

Además de la presencia de Jalife reprocho a La Jornada, y lo he escrito, que no haya podido superar el resentimiento relacionado con una vieja disputa de sus editores con el historiador Enrique Krauze.

Alguna vez he hablado con Krauze acerca de La Jornada, así que me consta lo bien que él se expresa sobre la esencia del periodismo que se practica en el diario dirigido por la señora Lira: crítico y con un ejemplar acento en la cultura que hace falta en otros medios de comunicación.

Valdría la pena que Krauze y los editores de La Jornada se dieran la mano, se acercaran, olvidaran las disputas que han agraviado a ambas partes y empezaran un diálogo constructivo sobre periodismo y tantos otros asuntos que deben ser analizados con absoluta seriedad en México.

En La Jornada normalmente no se meten con la gente que trabaja o publica en otros diarios. La excepción ha sido Enrique Krauze, lo que se explica por el enojo que generó entre los subordinados de Carmen Lira un artículo publicado en Letras Libres que, por lo demás, Krauze no redactó.

Los dueños y los directivos de diarios se entienden entre sí, a veces. Cuando iba a nacer Milenio, a finales de 1999, falló la rotativa que habíamos comprado. No teníamos dónde imprimir el periódico. Nos salvó la generosidad de Mario Vázquez Raña, propietario de El Sol de México, Esto y La Prensa. No solo nos facilitó sus talleres, sino que lo hizo a un precio realmente bajo.

Pues bien, varias veces, en las propias máquinas de Vázquez Raña, se imprimieron críticas durísimas en su contra. Cuando, después de muchos meses, pudimos echar a trabajar nuestras prensas, pasé a la oficina del empresario a darle las gracias. Me dijo: “Conmigo pueden contar para lo que quieran, y bueno, pregúntale a Pancho (el dueño de Milenio) que cuándo me imprime unos Soles con críticas hacia su persona. La última vez que ustedes lo hicieron conmigo hasta me despertaron. Les dije que otra vez dejaran pasar las críticas, pero que no iba a haber otra de esas, ni una más, no lo merezco”.

Cuando lo comenté con Pancho González, llamó a Vázquez Raña para hacer lo único que hace en esos casos una persona de bien: disculparse. Yo salí, evidentemente, muy apenado de la oficina de Vázquez Raña. Tan apenado como hoy debe sentirse Pancho por la columna de Ciro en la que no es justo con Ramiro Garza Cantú. Y es que, ni hablar, recuerdo que no fue poco lo que Ramiro hizo en España para que Pancho pudiera controlar una estación de radio madrileña, después de una larga lucha que no parecía ir a nada bueno.

Me puedo imaginar lo que pasó en el caso de La Razón. Quizá Carmen Lira se encontró por ahí a Ramiro Garza Cantú. Se saludaron y hablaron. Tomaron un café o comieron. Luego de unos minutos muy agradables –nadie tiene una conversación más interesante, inteligente y hasta divertida que la culta directora de La Jornada–, la señora Lira, incluso bromeando, le debe haber dicho al empresario tamaulipeco: “Oiga, don Ramiro, cuántas cosas dicen en su periódico sobre nosotros, de mí en particular. No es que me importe, alguna gentuza que trabaja con usted no tiene importancia. No le reprocho nada, pero ¿verdad que no le gustaría que La Jornada publicara notas sobre sus negocios petroleros?”.

Eso no es amenaza ni chantaje. Se trata, nada más, de una reacción perfectamente humana. Digo, después de años de recibir a diario algunas críticas y muchas calumnias, es lo menos que cualquier editor de La Jornada le diría al propietario del medio agresor.

Si eso ocurrió, o inclusive si don Ramiro simplemente pensó que podía ocurrir, debe haberse acordado de la canción de Juan Gabriel, aquella de “Pero qué necesidad”, y prudente y enemigo de las dificultades como todo buen empresario, debe haber cortado por lo sano.

Por cierto, no hubo de parte de don Ramiro ningún ataque a la libertad de expresión. Porque lo que hacían Hiriart y otros en La Razón, cuestionar muchas veces con vulgaridades un día sí y otro también a La Jornada, desde luego que iba mucho más allá del simple periodismo; más que periodismo, era enfermiza obsesión, campaña de agresiones o simplemente venganza (Hiriart participó en La Jornada, salió de ahí seguramente en malos términos y ha vivido para odiar al principal diario de izquierda).

En fin, se me fue muy largo el comentario sobre Ramiro Garza Cantú y Carmen Lira. Así que voy a ser muy breve al mencionar lo que realmente es importante recordar en estas fechas: en 2005, en una de las primeras giras de su precampaña presidencial, Andrés Manuel López Obrador realizó una guardia de honor en las tumbas de Luis Donaldo Colosio y su esposa, Diana Laura Riojas.

Andrés Manuel me pidió que lo acompañara y así lo hice. Los dos guardamos un minuto de silencio en aquel lugar. Se publicaron algunas notas por ahí, pero la intención no era hacerlo público, sino simplemente homenajear a Donaldo.

El más radical de los políticos de izquierda dio una lección al honrar la memoria de un priista con el que AMLO cenó pocos días antes del atentado en Lomas Taurinas. A 20 años del asesinato de Colosio, a Andrés le digo, desde aquí, que de todo lo que hice con él, que fueron bastantes cosas durante mucho tiempo, lo más emotivo fue aquel momento en el panteón de Magdalena de Kino, Sonora.