Quien imaginó el dinero como instrumento de cambio, debería ser recordado como el gran detonador del comercio. Desafortunadamente, desconocemos el nombre de ese gran pionero de la economía primitiva. Poco sabemos del acto en que el dinero fue creado, de aquel momento en que el instrumento de cambio fue concebido para permitir el uso de éste como elemento genérico de trueque.

 Incorporar el uso del dinero a la vida cotidiana no habrá sido fácil. Imagine usted cómo las sociedades primitivas debieron asumir el revolucionario intercambio de mercancías útiles por cosas creadas con el único fin de tener un valor especulativo de intercambio, el mismo que per se no habría de ser útil sin un valor funcional en la sociedad. 

 Para nuestra época, el valor del dinero es más sencillo de comprender que en el pasado. Como habría de advertir Emilie Durkheim, los valores y funciones de la sociedad moderna están predeterminados a factores previos al nacimiento y desarrollo de los nuevos integrantes sociales, lo que por motivos de predeterminación se incorporan a los estándares y valores históricamente vigentes. Así, el dinero se integra a nuestras vidas por un sólo motivo: el dinero rodea y condiciona nuestra existencia porque nos permite adquirir lo que deseamos.

 A pesar de la integración de los individuos a las condiciones sociales preexistentes, pocas personas comprenden en sus primeros años el valor de dinero y, de hecho, la gran mayoría de los individuos logran dimensionar su alcance hasta que son adultos, mientras que unos pocos lo hacen a una edad muy avanzada o no lo consiguen. El motivo no lo sé, pero esa ignorancia se transforma es desdén: el dinero es malo.

 A diferencia de otras personas, desde mi infancia logré comprender el valor del dinero y su innegable vínculo con el poder. Algunos se atreven a sostener que el dinero no da la felicidad, aunque quien lo sostiene generalmente no ha detentado verdadera riqueza como para contar con autoridad suficiente para asegurar su dicho. Yo, en cambio, desde muy joven logré comprender que al contrario del "buen decir", el dinero y la felicidad no son elementos sustituibles. De hecho, creo firmemente, al contrario de la opinión de otras personas, que la felicidad no da dinero.

Comprender el verdadero valor del dinero es sencillo, pero impone sacudir preconceptos éticos o religiosos que nadie defiende en su interior, pero que por algún motivo manifestamos públicamente. El dinero tiene poderes mágicos, logra que los locos sean considerados excéntricos, que los ladrones se consideren empresarios y que los políticos logren ser respetables; claro, siempre que logren mantener al dinero de su lado. El dinero da lo que no logran los sentimientos y genera lo que todos hemos soñado. Sin embargo, quizá porque muy pocas personas logran acumular dinero y poder como lo deseamos para nosotros, por ello, sostenemos que el dinero es malo, que es la mierda del diablo, que lo natural es pensar que los pobres son primero, aun así algunos nos atrevemos a decir: cochino dinero... cómo te quiero.

 

Saludis desde el más acá. @Sexy_Romis