Desconcierto y estupor causó la manifestación  que organizaron los subordinados de Joaquín Guzmán Loera (El Chapo) en tres localidades de Sinaloa. En Culiacán, fueron entre mil y dos mil personas, según el medio que se lea. La mayoría con camisetas blancas, cubiertos los rostros y seguidos por automóviles de lujo; otros, se mostraron abiertamente, incluso una muchacha subida en una camioneta enseñó  su trasero. Hubo bandas, tamales y  bebidas con y sin alcohol. Algunos incluso  retaron a las llamadas fuerzas del orden de frente.

Ello muestra, cuando menos, dos grandes cuestiones: por un lado, el estado fallido que es Sinaloa y la falta de estrategia federal y, por el otro, que el narcotraficante tiene arraigo y  todavía sabe mover sus piezas.

Es inconcebible que el Alcalde de Culiacán, Sergio Robles, haya dicho unas horas antes que la manifestación era  una “mala broma” (sic que reivindica al Guasón). Mientras que el gobernador, mejor conocido por su acrónimo de Malova, exigiera a la prensa que informara acerca de los túneles por donde se desplazaba Joaquín. Con esos funcionarios, Peña Nieto tendrá insomnio permanente.

En tanto la Marina, para completar el pésimo cuadro, lo mismo protege y ayuda a Carlos Loret de Mola en sus reportajes como hostiga a trabajadores del periódico El Noroeste, el cual está siendo amenazado por diferentes personajes.

Tienen razón Adrián López, director del mencionado informativo, y Javier Valdez del periódico Ríodoce y autor del libro premiado: Con una granada en la boca (Aguilar): hay tres generaciones de sinaloenses que han vivido bajo la égida del narcotráfico y para erradicar ese mal es necesario un gran trabajo social, político, cultural, de empleo, etc. El problema  no se acaba con la detención de un capo, por muy importante que sea.

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