A petición de la familia de José Emilio Pacheco, Enrique Krauze dio las palabras de despedida en el homenaje ofrecido al poeta en el Colegio Nacional.

Aparte de mencionar los méritos de Pacheco por todos reconocidos y destacar su calidad de humanista, llamó la atención que Krauze volviera sobre uno de sus temas favoritos, el idílico jardín de la literatura mexicana, pues subrayó que José Emilio fue “…el custodio de ese jardín armonioso que alguna vez fue la literatura mexicana.”.

Krauze tiene un jardín idealizado, un jardín personal, pues con frecuencia se ha referido a él, marcadamente en los últimos años. Jardín ausente de disonancias, floreado de armonías casi celestiales con fondo de arpa. En el mismo, se respeta, se reconoce la obra y la persona, particularmente, la de los jerarcas, los jefes del jardín. Un vergel comandado por alguna vaca sagrada y alimentado y abrevado por amigos y seguidores; animalillos concurrentes.

Y da la impresión de que, desde la perspectiva krauziana, ese edén ha sido vejado por las nuevas generaciones. Las que han encontrado en el internet su óptimo medio de expresión. Y se destapó la cloaca (como el ingeniero ha llamado a las redes sociales), si bien muchas veces con maneras crudas, inarmónicas, también con méritos y plausibles posibilidades hacia el futuro.

¿Pero es cierto que ha habido siempre un huerto armonioso en la literatura mexicana?

¿Dónde quedan entonces, por ejemplo, las versiones que ubican en el siglo XX a Los Estridentistas contra Los Contemporáneos; o los grupos que lucharon, muchas veces infructuosamente, contra la famosa mafia artística-literaria mexicana, por decir, Los Infrarrealistas que a final de cuentas han triunfado sobre el también célebre ninguneo mexicano; dónde la batalla de los excluidos, voluntariamente o no, del stablishment literario supuestamente crítico del poder pero constantemente cercano a él?

Quizá la tónica más evidente del siglo XX haya sido la lucha de los excluidos contra el stablishment. Estos eran intocables al menos en sus cotos de poder; en su macetero particular. Y en existiendo disonancia, a través del ninguneo y el desdén se enmascaraba el ambiente reinante de armonía radiante. Y en éste, entre sus jerarcas, las vacas sagradas, visiblemente Octavio Paz y Carlos Fuentes (y sub-vacas como Carlos Monsiváis y el propio Krauze), tal vez haya habido armonía; difícil de creer, pero…

Pero momento, al interior de ese jardín armonioso de bellas melodías habita un diablillo que ha ejecutado travesuras que han contribuido a que algunos pétalos y ramas se desgajen. Enrique, se llama. ¿Cuál ha sido su contribución mínima?

1. 1988. Irrumpió Enrique rasgando la supuesta armonía de la familia literaria; entre Octavio Paz, su dios, y Carlos Fuentes, su profeta (bautizo de Mario Benedetti; “La mafia literaria mexicana”). Luego del ataque de Krauze a Fuentes en Vuelta, “La comedia mexicana de Carlos Fuentes”, nada sería igual ya en el huerto de las letras.

2. 2006. A través de Letras Libres, él y un grupo de escritores se empecinaron en acusar e insultar a la mayor parte de la intelectualidad mexicana –flores del jardín- de estar obnubilados (literal, vía Krauze), embaucados (literal, vía Guillermo Sheridan), embrujados (literal, vía Roger Bartra), enamorados (literal, vía Luis González de Alba) del político equivocado, del candidato de la izquierda. (¿Y quieren todavía cruzar la calle cogidos del brazo?).

3. 2010. Entrevista a Milenio. Destrozando la ilusión de las nuevas generaciones, Krauze acusó de cloaca al internet, al twitter, se lamentó de ser irrespetado por gente sin obra, sin un libro publicado, de no ser leído; los ninguneó, pues, según la sólida costumbre del stablishment. ¿Cómo quiere un aspirante a vaca sagrada ganar adeptos con semejante insulto? Aunque debe admitirse que, ante el rechazo, ha ido aprendiendo la lección. Primero, abrió su cuenta de twitter. Segundo, ya no dijo nada cuando en 2011 un iletrado sin obra no supo ni el título de un libro suyo.

Sorprende sin duda que Krauze aspire una armonía que añora (si es que existió) y que él mismo ha combatido. Todo indica que debiera más bien ratificar su derecho al desentono.

Por otro lado, qué carente de interés sería un mundo en el que todo es armonía, un vergel paradisiaco en el que todos están básicamente de acuerdo, en el que nadie se altera y que, aunque se difiera, a final de cuentas, como cohabitantes, todos abonan y riegan el huerto inalterable.

Qué monotonía la que no arriesga siquiera a torcerle el pescuezo a un cisne. Y si bien la armonía es fundamento y belleza (y antes bien, el CONTRApunto), en la música moderna son la atonalidad, la aleatoriedad, la disonancia, el cluster “insolente”, inesperado, sorpresivo, arbitrario y aun el ruido, instrumentos que otorgan una cualidad mayor a la creación. Lo mismo en la narrativa y la poesía.

Yendo a un extremo al fin, ¿quizás explique y ejemplifique la bella rosaleda mexicana un hecho como el que siendo Pacheco partidario del candidato de la izquierda y Krauze del de la derecha en tan fiero y disonante momento como el año 2006, todavía así éste a petición familiar profiera las palabras del adiós ante el cadáver del primero y tal vez repita ante el cuerpo de Poniatowska?; ¿las diferencias políticas, las afrentas, no tienen que ver con la literatura?; ¿es éste el jardín armonioso del que habla Krauze? ¿Estoy siendo demasiado discordante e inarmónico?