La violencia proviene tradicionalmente de quien ejerce el poder. En México, esa ha sido la constante aun antes de la llegada de los españoles. En la era “moderna” postrevolucionaria, priista y panista, continúa la violencia en manos del Estado. En una de las más acabadas expresiones del crimen político, el viejo partido mexicano se ha encargado de ejecutar a sus propios miembros así como de reprimir violentamente expresiones libertarias como en el caso álgido de 1968. El PAN por su lado, ha llevado al país a la orgía de sangre y terror de los últimos seis años.

El cambio de gobierno este primero de diciembre de 2012 ha estado marcado por la violencia. ¿De dónde provino? Según Ricardo Alemán, Federico Berrueto, Ciro Gómez Leyva, entre otros, más los que se acumulen, la ha estimulado y promovido nada menos que, oh sorpresa, López Obrador. Es decir, el hombre que ha procurado desde siempre un movimiento pacífico entre sus seguidores -de lo cual existen pruebas fehacientes como la de que en sus concentraciones no se ha roto un vidrio o realizado una pinta contra edificios-, y quien convocara a manifestarse igualmente de manera  pacífica en todas las plazas de las ciudades más importantes del país haciéndolo él mismo en el Ángel de la Independencia el sábado pasado, es acusado de violento y responsable de la violencia del primero de diciembre. ¿Con qué pruebas se le acusa?

No aceptar como legítima la presidencia de Felipe Calderón, en su consideración producto de un fraude, ni la de Enrique Peña, producto de la compra de la misma (otra variante de fraude en su perspectiva), son los argumentos usados por estos periodistas en contra de López Obrador. Porque al no hacerlo, está provocando con su discurso “incendiario” que “grupos afines” se hayan arrojado en contra de la policía federal y local y hayan, ahora sí, causado daños a los patrimonios públicos y privados. Es decir, los periodistas mencionados, usando su derecho de libre expresión, manipulan la información a la vez que pretenden negar a otro ciudadano, López Obrador, el derecho de expresarse con toda libertad sobre un tema que le concierte y del cual ha sido actor fundamental, las dos elecciones pasadas. Aparte de que niegan inteligencia y autonomía a quien desee manifestarse en contra de Peña de las más variadas formas posibles.

Esta acusación la han hecho sin que mediara una investigación sobre las decenas de detenidos por el gobierno del distrito federal, sus orígenes, sus causas, etc. Pues antes que nada, tendría que investigarse a fondo (videos, imágenes y testimonios sobran), 1. Si la acción ha sido espontánea. 2. Si ha sido planeada. 3. Si aparte de agresiones directas, hubo alguna provocación específica de la policía más allá de la afrenta misma que representaron para los ciudadanos en general las el cerco en San Lázaro y en el centro de la ciudad. 4. Si existe la posibilidad que estos grupos tengan conexión con ciertas organizaciones ajenas a López Obrador. 5. Si entre los manifestantes pacíficos existían infiltrados y provocadores. 6. Etcétera. Es labor de las autoridades investigar y de los periodistas esperar la información y no acusar sin pruebas más que las de su rencor, odio y violencia, al líder del Movimiento de Regeneración Nacional.

Cierto es que no son aceptables los destrozos y daños causados a posteriori por los manifestantes, pero tampoco puede admitirse que, como en el historial priista, los jóvenes sean reprimidos violentamente con balas de goma, gas lacrimógeno y garrotazos. Es evidente que las manifestaciones del sábado tienen fondo, una causa o varias. El retorno del PRI, la imposición mediática y económica de Peña, las condiciones sociales y económicas degradadas a lo largo del país, el poder extralimitado de los medios concesionados de comunicación, son algunas de ellas.

Por otra parte, sin duda, el cerco militar y policiaco ha significado una afrenta, una violencia, contra la ciudad de México, donde el PRI y Peña tienen escasa legitimidad y reconocimiento. El cerco, las vallas, los policías, las acciones represoras, han sido percibidos como una segunda imposición a la ciudad después de la presidencial: la figura misma del priista del Estado de México. De allí que no pocos se pregunten si estos operativos policiaco-militares formarán parte de una estrategia para que el PRI, con base en la fuerza (experiencia le sobra en ello), tome posesión, al menos física, de la ciudad de México, de donde ha sido expulsado y rechazado constantemente durante los últimos años y en donde Peña es visto con muy poca simpatía. Habrá que esperar y estar atento al desarrollo de las acciones del gobierno que, por lo pronto, ha tenido un mal principio; violento.