El jefe de gobierno confirmó este pasado jueves que el asunto más grave y urgente en la Ciudad de México es la crisis hídrica que ya está aquí. 

La Ciudad de México siempre ha estado al borde de dos puntos extremos: de quedarse sin gota de agua para consumo humano y también a punto de presenciar una gran avenida que podría dejar a la metrópoli bajo el agua, como ocurrió en 1629 cuando una inundación cubrió gran parte de la entonces capital de Nueva España provocando miles de muertos y que se discutiera la necesidad de mudar la ciudad a otro sitio. 

En una fecha interesante porque ocurre al ocaso de su administración, Ebrard presentó el pasado jueves el Plan Maestro Hídrico de la Ciudad de México, que dijo, será la tarea más urgente que enfrentará su sucesor Miguel Ángel Mancera. 

Al hacer hablar del plan, Ebrard advirtió lo que ya no es posible postergar: una crisis de escasez que pegará al Distrito Federal y zona conurbada del Estado de México. 

Atrás de este brete está el desenfreno con el que creció y con el que sigue expandiéndose la hoy conocida como Zona Metropolitana del Valle de México y que no sólo acabó con sus reservas subterráneas del líquido, sino que también está por terminar con sus fuentes externas, sobre todo aquellas que provienen de las cuencas del río Cutzamala y del río Lerma, en los estados de Michoacán y México. 

Hoy el gobierno del DF y la Comisión Nacional del Agua (Conagua) ven hacia otras fuentes, cada vez más lejanas. Las reservas hacia donde ve la megalópolis se encuentran en Tula, Hidalgo, en un acuífero que los especialistas consideran podía satisfacer la sed inmediata de la ciudad y que se habría formado tras décadas de infiltración de las aguas negras que, paradójicamente, son expulsadas a través del río Tula. 

Otra fuente se encuentra hasta Veracruz, en el río Tecolutla, y una última opción es la ampliación del sistema Cutzamala, proyecto que se conoce como Temascaltepec.

En conjunto todas esas obras requieren una inversión de 37 mil 300 millones de pesos, según informó la propia Conagua en septiembre pasado.

De no hacer esos proyectos la demanda que crece día a día seguirá saciándose mediante los exhaustos pozos que aún extraen agua de los acuíferos del Valle de México y del sistema Cutzamala, que depende de la temporada de lluvia y cuyas presas, hace menos de cinco años, por poco quedan totalmente secas tras registrarse un periodo de sequía extraordinaria. 

Por eso Ebrard advirtió el jueves que la primera pesadilla del jefe de gobierno es soñar con el apocalíptico día en que la ciudad se quedará sin agua o con el día en que amanecerá cubierta de agua tras una lluvia torrencial. 

"Cualquier jefe de gobierno que se respete no duerme bien, no debe dormir bien”, advirtió Ebrard durante su discurso del jueves pasado. 

Y sobre la posibilidad de una inundación, Ebrard fue claro al advertir el riesgo que se cierne sobre la capital del país: “cualquier falla en el drenaje profundo representaría una catástrofe para la ciudad, porque sería superior a lo ocurrido en Nueva Orleans e incluso a los recientes hechos que enfrenta Nueva York, por el paso del huracán Sandy”. 

Sería, dijo Ebrard, no sólo un golpe para la ciudad: “sería un colapso para la economía y para México”. 

El plan que presentó Ebrard difícilmente encontrará financiamiento, aunque es impostergable hacerlo. Para financiarlo es necesaria la nada despreciable cantidad de 167 mil millones de pesos, monto inimaginable para el ciudadano común pero que equivale a lo que podría recibir de presupuesto total el estado de Hidalgo durante al menos cinco años.