1.- Ignorar las columnas políticas. Todo lo que en las mismas se dice (incluyendo la que ahora redacto) cae en la categoría de “discusiones de alta peluquería” o de “cola de panadería”, como dijo un pintoresco político argentino, Aníbal Fernández, al opinar sobre algún debate entre Duhalde y Cristina Kirchner. Claro, en México las reflexiones de los columnistas son “discusiones de cola de tortillería”. No vale la pena hacerles caso.

2.- Actuar con inteligencia en la lógica de John F. Kennedy: “Un hombre inteligente es aquel que sabe ser tan inteligente como para contratar gente más inteligente que él”. Si Peña Nieto lo hace se ahorrará muchos dolores de cabeza, ya que en política los verdaderamente inteligentes son los que resuelven rápidamente los problemas que se presentan.

3.- Entender otra de las sabias expresiones de Aníbal Fernández: “El cementerio está lleno de imprescindibles”. Si alguno de sus subordinados falla, que lo despida de inmediato. Sobra gente capaz para cualquier cargo.

4.- Seguir al pie de la letra lo que, se supone, dijo el ex gobernador de Nuevo León Eduardo Elizondo acerca de sus colaboradores: “Podré equivocarme al contratarlos, pero no al despedirlos”.

5.- Probar, en los hechos, que no fue solo una buena frase aquella que Peña Nieto pronunció a mediados de septiembre: la de que “el presidente no tiene amigos”. Lo peor que podría hacer es llevar a sus cuates y compadres al gobierno.