Muchas gracias a todas las personas que se tomaron la molestia de seguirme en Twitter y sobre todo la de haber leído mi artículo en SDPnoticas. Es la primera vez que escribo para un medio masivo de comunicación y todo el día me mantuvieron ansiosa y a la expectativa. ¡O sea, de pronto mucha gente estaba hablando acerca de algo que YO había escrito! Eso es emocionante. Pero marea un poco. 

Por eso gustó la idea de escribir de manera anónima y no relacionar mis aportaciones a la página con los anuncios de mi servicio. Creo que aunque, como a todos, me gusta la atención, prefiero ir por la vida sin que se me ubique demasiado. Me gusta más, mucho más que quien me contrate me vea como una persona sencilla ante la cual se pueda relajar y no como alguien que pudiera expresar una opinión de él en un medio informativo.

La vida es confusa, parece demasiado larga y corta a la vez. Tiene muchos estadíos, constantemente vamos cambiando, adquiriendo y dejando cosas, tomando decisiones. A veces parece que caminamos a oscuras, a tientas, sin nadie que, como cuando éramos niños, sea una guía que seguir. Sin un método trazado que forzosamente nos conduce al éxito, bienestar y felicidad. 

Al contrario, vamos cargando con la culpa de nuestras buenas y malas decisiones: De las malas nos arrepentimos por aquello que perdimos ya sea por que por nuestras acciones las destruimos o por nuestra inactividad las abandonamos y murieron; de las buenas nos intimidamos, porque siendo la naturaleza del hombre tan insegura, nos sentimos no merecedores de las gracias que obtenemos o lamentamos dejar atrás a la gente que no pudo avanzar al mismo ritmo que el nuestro.

Es fácil ahogarse en un vaso de agua, ponerse ceremonioso y tomarse la vida demasiado en serio. Cuando me pasa, me gusta subir, un poco entrada la noche, al techo de los departamentos donde vivo y ponerme a observar el firmamento. Y pensar en su lejanía, en lo ridículamente pequeños que somos. ¿Quién no se ha relajado y alegrado de su propia pequeñez? ¿Quién no se ha sentido contento de saber que lo mucho o poco que sea y haga poco importa al infinito?

Tengo una sensación parecida cuando entro al Motel en el que cité a mi cliente y cada vez, cada día, descubro no a un monstruo depravado de largos tentáculos como los abolicionistas de la prostitución pintan a nuestros clientes; sino con un ser humano tan frágil como yo que está contento, nervioso, ante la expectativa de tener sexo con una muchachita que, está casi seguro, lo va a mimar. 

Yo siempre lo hago. ¡Oh, no me atrevería a ser tan cruel como para romper con una de las máximas fantasías del sexo masculino! Ellos, que (admítanlo feminazis), con sus ansias de conquista han creado, edificado e inventado la civilización como la conocemos. 

Creo que la mayoría de mis clientes se desenvuelven en entornos donde hay pocas mujeres, y la ven a una como un hada mágica provista de todas las dulzuras de la carne. Y una puede desnudarse y sentirse infinitamente femenina al ver descubierta nuestra piel que parece tan suave en contraste con las rudas manos de un ingeniero, en contraste con la dura personalidad de los nenes que trabajan en sistemas, de los comerciantes a los que tanto se les dificulta ser sinceros. 

¿Han probado el sexo sin ceremonias? ¿Sin ritos de apareamiento? ¡Dios, es tan placentero! Es mágico olvidarse de qué es lo que, como mujer, conviene hacer y convertirse por una o dos horas en una niña frágil, en un objeto valioso. Es la versión más realista de la teatralidad. No soy esa, él tampoco es aquél. Pero qué bonito es imaginarnos perfectos ante los múltiples espejos de la habitación, qué bonito es no estar ahí para platicar ni para demostrar nada, sino solo para sentir placer. 

Me desnudo, me destenso. Me dejo llevar, me dejo tomar porque la experiencia me ha hecho confiar. La experiencia me ha demostrado que todos y cada uno de los hombres que me contratan están ahí para darme placer, para permitirme entrar en su intimidad y darles placer también. Me encanta verlos contentos, me encanta ver que les gustó. Me fascina saber que hice bien mi trabajo. 

Sé que muchos pensarán lo contrario, pero dar placer sexual me hace sentir útil. me hace sentir que estoy vendiendo algo real, un recuerdo para mucho tiempo. El sexo algo que, al menos en el momento, es imposible dejar de disfrutar. Es la manera más sencilla y más disfrutable de sentirnos vivos. Y yo, tengo la gracia de haberme liberado de paradigmas que me harían sentir envilecida al ser penetrada por un hombre que no conozco. Yo, como los bonobos, me tomo el sexo con mucha tranquilidad. 

Cuando finaliza el servicio y estoy a punto darme una ducha me río un poco de la supuesta violencia de género que va implícita en la prostitución. La trata de blancas es algo reprobable, a nadie se nos puede obligar a entregar nuestra intimidad. Pero cuando lo hacemos por gusto, todo marcha suavemente, como el vaivén de las olas en una noche serena.