La democracia, como concepto abstracto, es un término que se ha pervertido, pues más allá de ser el régimen político que adoptó México y que continua en proceso de implementación, es el estandarte que muchas luchas proclaman y el concepto que intenta justificar las lesiones a derechos de terceros que, en la defensa de la 'soberanía popular', se realizan. 

El problema de la democracia se da por la versatilidad que regala el término para ser utilizado en distintos discursos políticos que no conllevan fondo substancial, sino simple forma con la utilizacion de una palabra como simple estrategia demagógica. El vicio de la democracia es la demagogia, y el vicio que ésta constriñe es la obstinación por el poder, pues tal como define el diccionario de la lengua española, la demagogia es el uso político de halagos, ideologías radicales o falsas promesas para conseguir el favor del pueblo, manipulación deliberada para ganarse a alguien. Una práctica perversa pero inevitable para los agentes políticos que buscan colocarse dentro del buen concepto del ciudadano de masas que poco analiza pero mucho grita. 

La práctica demagógica no esta exenta, ni puede estarlo, del populismo material y jurídico. Llamo 'populismo material' a aquella práctica que busca dar a los votantes potenciales objetos o servicios 'gratuitos' en primera instancia, firmando la obra distributiva con colores partidistas y en algunos casos, condicionando con el sufragio, la continuidad de los beneficios otorgados. El peligro de ésta práctica se sitúa en el plano económico, generando escasez e injusticia para aquel contribuyente que no recibe algún beneficio de programas sociales que si paga. Este tipo de populismo es perjudicial en exceso, difícilmente justificable pero en parte necesario para disminuir grandes trechos de calidad de vida entre personas que tienen acceso a privilegios y las que no. 

El peligro verdadero se encuentra en el populismo jurídico, en la promesa de leyes que erradicarán problemas enraizados en la sociedad; y es el grave peligro ideológico por la manipulación a los ciudadanos, al hacer creer que promulgar una ley podría solucionar problemas que intrínsecamente se encuentran en la cultura popular o en decisiones políticas que no dependen de la existencia de un enunciado normativo. El populismo juridico no implica tan solo la promesa de leyes, sino que engloba una actividad legislativa encargada de atender superficialmente los problemas apelando a la emotividad, generando una sobreproducción de leyes que no logra siquiera modificar los problemas reales. 

El populista sabe que, tras haber conseguido la 'fe ciudadana' por medios materiales o sobreproducción legislativa, podra arrastrar a las masas con argumentos emotivos y promesas, con ilusiones y palabras vacías que logran tener significado en la utopía popular. La única manera de que el populista pierda el poder adquirido sobre la expectativa ciudadana, es mediante la desacreditación por la misma vía emotiva por la que logró consolidarse. 

El populista no es sólo aquel 'izquierdista' que la derecha llega a señalar por tener una preocupación por el que tiene menos al punto de generar programas para facilitarle recursos, populista también ha sido Felipe Calderón con la implementación del Seguro Popular, que lejos de mejorar la calidad de vida, generó un aumento demanda al servicio de salud pública y agravó la escasez. 

La estrategia populista es parte de la democracia, el político que actúa dentro de tal sistema se ve constantemente constreñido a cruzar entre la delgada línea de la demagogia al populismo bajo un discurso democrático, y aunque el populismo sea una estrategia que, sin duda, genera éxito para un líder sobre el pueblo, es también la estrategia más arriesgada para el propio régimen. Desde el electoralismo y la política clientelar, el populismo puede generar hasta un totalitarismo mediático como el de Berlusconi. 

Y es prudente la mención de un totalitarismo mediático por tratarse de una manipulación directa a la opinión ciudadana, una especie de poder perverso que se ejerce a través de los medios de difusión y comunicación, sujetando el poder del pueblo a la opinión impuesta subliminalmente por agentes políticos, empresariales y corporativos que es ejercido mediante televisoras, principalmente. En los años anteriores, la legitimación mediática ha sido explotada en su totalidad, pero hoy vivimos una vertiente más de la manipulación mediática: redes sociales. No me cabe ni la menor duda de que serán años de un bombardeo comercial en favor de las políticas peñistas que se implementarán, y seguro habrán episidios similares a 'la influenza', y tampoco este texto es una invitación a la disidencia vulgar o a la manifestación violenta contra agentes políticos ni contra televisoras. 

Es peligroso que el poder mediático se reúna en las empresas televisivas, pero más lesiva es la unión de poder político y mediático en mismos agentes. Y a eso es a lo que hemos llegado, o tal vez, en ningún momento hemos estado en un mecanismo distinto. El populismo se mantiene en pie por el seguimiento que genera en el pueblo el populista. No hay mejor medida anti populismo que una ciudadanía reflexiva que exija fondo y no forma, que sea parte se un combate a los vicios sociales. 

Solución:  alejarse de la arbitrariedad popular y acercarse a la objetividad.