Este 15 de septiembre Felipe Calderón Hinojosa salió por última ocasión al balcón del Palacio Nacional a representar el mítico papel de Miguel Hidalgo, quien hace 202 años inició un movimiento de ‘ricos discriminados’ contra ‘ricos oficializados’, con la intención de ‘liberar al país’ del yugo que lo oprimía.

Pero en esta ocasión el personaje principal, el presidente, tuvo todo en su contra (quizá porque él mismo se lo ocasionó a lo largo de estos seis años, o tal vez con ayuda de la Providencia montecristiana), por ejemplo, un aguacero terrible que pudo haber ocasionado que el Zócalo no se abarrotara como en años pasados (Le doy el beneficio de la duda por no llenarlo).

Tal vez no había prestado tanta atención en años anteriores, pero lo que primeramente llamó a mi percepción  fue la brevedad de la ceremonia, aunado a eso la corta transmisión del ‘post Grito’ donde en ediciones anteriores uno podía disfrutar de la gala de fuegos pirotécnicos que formaban parte del programa y de la cara feliz del mandatario, su esposa, sus hijos y sus funcionarios gozando del espectáculo.

En esta ocasión todo fue fugaz, desde la ceremonia dentro las habitaciones del Palacio Nacional en donde Calderón fue ovacionado por el séquito que lo secundó durante seis años, hasta el momento cumbre: el Grito.

¿Qué pasó ahí que en otros años no? Algo que para mi gusto no lo pensó ni el Estado Mayor Presidencial ni el Ejército Nacional, que habría inconformes con la administración y el sistema que buscarían inmortalizarse, y no a través de armas sino de la vergüenza a nivel internacional de FCH.

Le apuntaron con más de 3 rayos láser a la cara (de esos que molestan al portero rival en los estadios de fútbol) y aunque trató de mostrar indiferencia, era más que evidente que estaba enojado.

Si fue el grupo ‘de resistencia’ de #YoSoy132 ¿qué más da?, más de uno aplaudió a los osados y abucheo al representante del ejecutivo cuando salió al balcón presidencial a dar su presentación final, la cereza en el pastel de todo un proceso político que hoy llegaba a su culminación.

-¡Qué falta de respeto! --Dirían algunos. Pero qué  más falta de respeto puede haber después de todo lo que a lo largo de seis años le hemos visto. La desaparición anticonstitucional de LyFC, la muerte de dos secretarios de gobernación, la creación de un monumento que en algún instante la población pidió que se volviera el museo de la corrupción por la estratosférica cantidad de pesos que se gastó (y que mucho de ello ‘quién sabe dónde quedó’), o de aquella nueva pandemia que paralizó la economía por días (por cierto, muy mal tratada).

O qué decir de aquellos funcionarios públicos que siguen libres después de lo que pasó en una guardería, o de las posibles represalias en contra de aquellos ciudadanos que se animaron a entablar una denuncia ante un organismo internacional por diversas violaciones a los derechos humanos.

 

¿Qué diría el presidente en su penúltimo momento de máxima brillantez (porque el último será cuando seda el poder al relevo Enrique Peña Nieto)? Nada. No salió del protocolo e incluso se aminoró. Odas a  Hidalgo, Morelos, Allende, Aldama, Matamoros, Josefa Ortíz de Domínguez y a los Hermanos Galeana proclamó solamente.

Se extinguió pronto en comparación a otros años donde se desgañitó de manera pasional y evocando al sentido nacional. ¿No quería estar ahí? ¿Deseaba acaso que todo se terminara? Lo único cierto es que si no fuera porque fue su última celebración habría pasado ‘de noche’.          

Terminó el grito y en la televisión y hubo un silencio sepulcral envuelto en la transmisión de otros gritos, en las verbenas de las televisoras y por supuesto los eventos estelares como el box de ‘El Canelo’

¿Coincidencia? Yo pienso que no. Al pueblo pan y circo, sólo unos momentos intentaron regresar la transmisión original y se alcanzaba a ver a Calderón, a su esposa y a una serie de políticos de los cuales destacó Ernesto Cordero, todos tratando de apreciar el jolgorio y las luces incandescentes en el cielo azteca, pero cegados por luces verdes en su rostro (la de los láser).

Así terminó un mandato de seis años, con el sonido de las pistolas, metralletas y lanzagranadas opacado por las luces rojas verde y blancas de la pirotecnia y el sonido de sus explosiones, con más de 60 mil muertos, con un presidente solo hasta en sus comerciales, con un Grito de Independencia que pareció un suspirito, un lamento, una salida por la puerta de atrás.

El presidente del empleo será recordado como el presidente de la muerte, de los pocos huevos (por aquello de la alza de este producto), como el último representante del PAN (en mucho tiempo, tal vez) en el ejecutivo, como el que eliminó  filosofía del plan de estudios y creó universidades técnicas.

¿Y qué hemos hecho nosotros para solucionarlo? Festejar y cantar aquí, en Guadalajara, en Saltillo o en Quintana Roo, porque al final de todo ‘cantando se alegran, cielito lindo, los corazones’.